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Fotos: Ximena y Sergio

Los jóvenes son más de derechas que nunca. Estas son sus razones

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Los jóvenes son más de derechas que nunca. Estas son sus razones

Han crecido escuchando que vivirán peor que sus padres, encerrados por la pandemia en la edad de descubrir el mundo. Al salir se han encontrado con que el futuro es más caro y más difícil de lo que esperaban. Nos han dicho que los partidos tradicionales no entienden sus problemas, así que algunos han decidido ser rebeldes, pero esta vez, rebeldes de derecha. Incluso de extrema derecha.

Los jóvenes españoles jamás han sido tan de derechas. Es lo que dicen los datos, así, sin resquicio de duda: los jóvenes españoles de entre 18 y 29 años se colocan a sí mismos más a la derecha que nunca en los últimos 40 años. Todavía más: por primera vez, los menores de 30 se declaran más conservadores que los españoles en general.

Con estos datos en la mano, hemos ido a preguntarles el porqué de este giro. Nos han dicho, por ejemplo, que la rebeldía ha cambiado de bando, que la política actual no da soluciones para los asuntos que más les preocupan: la inmigración, la vivienda, la falta de salidas profesionales, los escándalos del Gobierno de Pedro Sánchez. Se trataba de hacer un ejercicio de escucha más que convertirlo en una discusión. Los jóvenes defienden sus certezas con convicción, aunque algunas de ellas puedan tener un origen más cercano a mensajes interesados que a datos ciertos o verificables.

Lo primero que se percibe es una moral de triunfo en una buena parte de los entrevistados —sobre todo en los que simpatizan abiertamente con algún partido radical como Vox o Aliança Catalana—, el convencimiento de que ellos y ellas se convertirán en una nueva palanca que sacará a sus padres del viejo bipartidismo. Otros perfiles más moderados —como el de Diego Saldaña, un agricultor burgalés de 26 años, o el de Denisse Buna, una madrileña de 22 años graduada en Relaciones Internacionales— nos han explicado el fenómeno desde cierta distancia y, aunque sienten reticencias hacia partidos como Vox, entienden que un sector considerable de la juventud quiera dar una patada al tablero. La mayoría de los entrevistados no reproduce el argumentario exacto de ningún partido, pero todos expresan motivos concretos que explican el giro a la derecha.

“El racismo aquí había desaparecido; si está volviendo a nacer es por el bum migratorio”
Thalia Escalante, 29 años, San Javier (Murcia)

Thalia Escalante es de esas personas que, diga lo que diga, lo hace con una sonrisa en los labios. Es la dueña de un restaurante a las afueras de San Javier (Murcia), y se acerca a la mesa todavía con el delantal puesto. Del cuello lleva colgado un cascabel, un llamador de ángeles, señal de que está embarazada. Dice que de política sabe lo justo, pero que por su trabajo de restauradora —tiene dos negocios más— habla con mucha gente y su particular demoscopia indica que los mayores se siguen moviendo entre el PP y el PSOE, pero que entre los jóvenes cada vez escucha más “lo de Vox y todo eso”.

—¿Y por qué cree que es?

—Por la inmigración, principalmente. Aquí, en el último año y medio, ha habido un bum muy alto de inmigración. Siempre hubo gente que venía de fuera para trabajar en el campo o la construcción. Fueron llegando paulatinamente, se establecieron y ya son nuestra gente. Pero ahora el problema son los sin papeles, no trabajan, no hacen nada, están en la calle todo el día, sentados en un banco, mirándote.

—¿Y eso qué le produce, inquietud, intranquilidad…?

—Ni inquietud ni intranquilidad, simplemente no me gusta. Aquí el racismo había desaparecido, y si está volviendo a aparecer es por el bum migratorio.

Lo que Thalia cuenta se convierte —con un lenguaje más o menos políticamente correcto según el interlocutor— en una música constante en otras entrevistas: que los inmigrantes reciben más ayudas que los españoles, que vienen en tropel, que no se integran, que provocan sensación de inseguridad. Son opiniones extendidas. Según una encuesta reciente de 40dB., el 65% de los jóvenes cree que los extranjeros reciben demasiadas ayudas y el 53% que su presencia aumenta la delincuencia.

En San Javier, 10.000 vecinos han nacido en otro país, un 28% del censo (la media de España es del 20%). Allí la población extranjera se multiplicó por dos entre 2003 y 2009, luego retrocedió y empezó a crecer de nuevo en 2017, con la recuperación económica. El principal origen de estos vecinos es Marruecos, uno de cada tres extranjeros proviene de allí y es el país de origen dominante en muchas zonas del municipio. En alguna de ellas representa más del 20% de los vecinos.

“A mí me han robado tres veces en el restaurante, no hablo de oídas”, explica Thalia, “y las tres han sido extranjeros, bandas de tres o cuatro personas”. ¿Está segura? “Sí, quedó grabado en las cámaras”. En San Javier, la tasa de criminalidad es de 64 delitos por cada 1.000 habitantes. Está entre el 10% de municipios de más de 20.000 vecinos con mayor tasa del país, y es el octavo donde más robos con fuerza en domicilios o establecimientos por habitante se producen. Pero no es una realidad nueva. La tasa de criminalidad del municipio lleva estable desde que hay datos, en 2019. En el ámbito nacional, la criminalidad, sin contar delitos informáticos, es la misma desde hace 10 años.

La dueña del restaurante también recoge las inquietudes de sus clientes. “El malestar va en aumento”, insiste Thalia, “porque la vida del pueblo ha cambiado. A partir de las siete de la tarde, lo único que se ven son inmigrantes, que además no se integran. Vienen y no saben pedir ni un café, aunque lleven aquí dos años”. Y remata: “Si todavía a nosotros nos fuera bien, pero todo está más caro, pagamos muchos impuestos y tenemos la sensación de que todas las ayudas se las llevan ellos. Se necesita un cambio en la política. Lo que hay está ya obsoleto. La situación va a reventar por cualquier sitio”.

Es difícil acceder a estadísticas desagregadas de todas las ayudas y subvenciones públicas, pero el ingreso mínimo vital es un ejemplo de que esta afirmación no es del todo cierta. Las personas de nacionalidad extranjera representan el 14% de la población y son el 19% de los beneficiarios. Están ligeramente sobrerrepresentados, sí, pero quizás por un motivo más sencillo: las rentas de los extranjeros son, de media, un 40% más bajas que las de los que tienen nacionalidad española.

“Este país está abriendo las puertas a una religión que es contraria a los derechos de mujeres y homosexuales”
Hugo Escarpa, 21 años, Barcelona

Hugo Escarpa estudia Criminología en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. El pasado 12 de octubre, durante la celebración del Día de la Hispanidad, distintos partidos y agrupaciones conservadoras, desde Ciudadanos a Vox, pasando por el Partido Popular, instalaron sus carpas alrededor de la plaza de Cataluña. Entre ellas, la asociación juvenil S’ha Acabat!, surgida a raíz de la intentona secesionista de 2017 y cuyo nombre lleva Hugo estampado con letras blancas en su camiseta azul marino. “Nosotros”, explica Escarpa, “defendemos la Constitución, la autonomía catalana, la unidad de España y la libertad lingüística. Hemos sufrido innumerables ataques del mundo independentista, pero la juventud está alzando la voz. Hasta ahora, oponerse al independentismo era arriesgarse a que te llamaran facha, a que te atacaran por la calle o en una discoteca —a mí me pasó—; enfrentarte a ellos podía tener incluso consecuencias en tu expediente académico, pero ya estamos perdiendo el miedo”.

El joven activista percibe un giro de los jóvenes hacia posiciones más conservadoras. También lo apuntan los sondeos. Según el último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió catalán, uno de cada cuatro jóvenes catalanes votaría a Vox o a Aliança Catalana.

Sobre los motivos, coincide con Thalia y con el resto de los entrevistados en varios aspectos —las dificultades para alquilar una vivienda, los bajos sueldos incluso en trabajos muy cualificados o el descrédito del Gobierno de Pedro Sánchez tras siete años en el poder—. Con respecto a la inmigración subraya dos preocupaciones. “La inmigración no es un problema en sí”, explica, “hay inmigrantes que vienen a ganarse la vida en España dignamente y a los que estamos muy agradecidos, porque levantan el país tanto como nosotros. El problema que lo distorsiona todo es la inmigración irregular, porque hasta que consiguen los papeles y, con ellos, un trabajo, se convierten en una carga insoportable”.

Según la Seguridad Social, en España hay tres millones de trabajadores con nacionalidad extranjera —a los que habría que sumar a asalariados nacidos en otro país que tienen nacionalidad española—. Representan el 14% del total de los trabajadores, aunque son especialmente relevantes en sectores como el de empleados del hogar, donde representan el 42% del total, la agricultura (35%), la hostelería (30%) y la construcción (22%). Al mismo tiempo, la tasa global de desempleo en España es la más baja desde hace casi dos décadas.

—¿No tenéis miedo a que las políticas de Vox recorten derechos?

—A lo que sí tenemos miedo es a abrir las puertas a una creencia que es completamente contraria al concepto de mujer occidental, y que no respeta los derechos de los homosexuales. Deberíamos temer que estos derechos desaparezcan si un día hay más musulmanes que cristianos en España. Su concepto de mujer es la sumisión ante el hombre, y hay países islámicos en los que cuelgan a los homosexuales por el simple hecho de serlo. No podemos permitir eso en España.

“Hay lugares en Cataluña donde quedamos muy pocos catalanes. Exagero un poco, pero al final terminaremos en una reserva indígena”
Anthony Corey Sànchez, 28 años, Sabadell

El mismo día 12 de octubre, en la puerta del mercado de Sant Antoni, el partido Aliança Catalana, que lidera Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, acababa de montar otra carpa informativa, vigilada muy de cerca por un par de furgonetas antidisturbios de los Mossos d’Esquadra. El partido, abiertamente islamófobo e independentista, fue fundado en 2020 y no ha parado de crecer en las encuestas, que ya le dan hasta el 12% de los votos.

Un día antes, en la plaza del Primero de Mayo de Terrassa, nos habíamos acercado a la carpa de Aliança para hablar con algún simpatizante de la organización que tuviera entre 18 y 29 años. Uno de los responsables del partido respondió:

—Pues ahora mismo el único que hay aquí de esa edad es el Anthony. Por nosotros no hay ningún inconveniente de que hable con EL PAÍS siempre que lo haga a título personal.

—Y en catalán —añadiría a continuación el aludido—, porque yo solo hablo castellano con mi madre, que es hondureña.

Así fue.

No en vano, una de las principales aspiraciones de Aliança Catalana es que algún día la única lengua oficial de Cataluña sea el catalán.

Corey Sànchez tiene 28 años, lleva toda su vida viviendo en Sabadell, es graduado en Historia y se quiere dedicar a la docencia, de ahí que se esté sacando ahora el C2 de catalán. Su militancia política empezó en las juventudes de Junts: “Hasta que me di cuenta de que el sueño del 1 de octubre quedó en humo y ellos lo que querían era mantenerse en el poder”. Ahora, su papel de activista en Aliança Catalana incluye una intensa labor como influencer a favor de “la lengua catalana y la independencia de Cataluña” en sus perfiles de Instagram, TikTok, YouTube y Twitter. Estas redes sociales son el camino más corto para llegar a los jóvenes: alrededor del 80% de ellos las usan para informarse, por encima de la televisión y cualquier otro medio.

Uno de los principales caballos de batalla de Anthony es “la inmigración masiva”, a la que considera responsable en buena parte de dos de los problemas que más le preocupan, la vivienda y la identidad catalana. “En este país había hace 30 años seis millones de habitantes, y ahora somos ocho. Un crecimiento tan grande en tan corto espacio de tiempo ha originado un gran problema de vivienda. La construcción o la rehabilitación de edificios no da para tanto, y por eso creo que este crecimiento masivo e ilegal hay que cortarlo de raíz. Tenemos que poner moratorias para proteger a nuestra gente. Por ejemplo, que no pueda acceder a una vivienda pública nadie que no lleve más de 18 años residiendo en Cataluña. Hay que poner topes, porque estas avalanchas están poniendo los servicios públicos al borde del colapso. Si tienen que venir inmigrantes, que vengan, pero con un contrato en origen y que cuando terminen se puedan volver a sus países”. Corey Sànchez alerta de que la identidad catalana está en peligro: “No se integran, no hablan ni catalán ni castellano. Hay barrios y pueblos en Cataluña — en Sabadell, en Vic, en Barcelona mismo— donde ya quedamos muy pocos catalanes. Voy a exagerar un poco”, dice con una sonrisa, “al final los catalanes terminaremos en una reserva india”.

De los ocho millones de habitantes de Cataluña, cinco han nacido en esta comunidad autónoma, otros 1,1 millones han nacido en otras regiones de España y dos millones lo han hecho en el extranjero, aunque en algunos vecindarios estos últimos son mayoría. En 189 de las 5.125 secciones censales de Cataluña, los vecinos nacidos en otro país representan más del 50% de la población. En otras 271 son más del 40%.

“La vivienda es nuestro principal reto, se ha perdido la esperanza y eso genera apatía”
Miguel Mediavilla, 27 años, Burgos

Miguel se considera un libertario, y eso que a los 21 años ya había sido elegido alcalde de un pueblo de Burgos en las listas del PP. “Estudié Administración de Empresas y cuando empecé tercero ya era alcalde”. Miguel Mediavilla fundó hace cinco años una pequeña consultora financiera: “Fui ampliando y ampliando y ahora tengo una oficina de 270 metros cuadrados en el centro de Burgos; soy una persona a la que le gusta trabajar, de valores católicos de toda la vida, y sigo a rajatabla el consejo de mis abuelos: ‘No gastes más de lo que tengas”. Sobre la política dice tener las ideas muy claras. En la conversación pone el foco en la economía, especialmente en dos temas: los impuestos y las pensiones. “El sistema de pensiones está quebrado y no se dice. Y lo que es peor, va a provocar un problema intergeneracional, de los más jóvenes contra sus padres, porque hemos sido engañados”. Y añade: “Imagina que pagas 700 euros de impuestos, pues libérame al menos 200 para que yo pueda escoger dónde lo voy a invertir y así pueda seguir el rastro de mi dinero de una forma más eficaz. Lo que te digo, soy un libertario, pero estoy contento en el PP y no pienso irme a Vox”.

También expone su diagnóstico sobre la situación de los jóvenes. “En la juventud sigue habiendo una cierta apatía, o tal vez hastío, en su relación con la política. Pero de la pandemia para acá sí he notado que los hombres jóvenes que eran neutrales ahora son de derechas, y los que ya estaban en la derecha se han ido todavía más a la derecha. En el caso de las mujeres, al menos en mi entorno, se mantienen, no hay una derechización tan acusada”. Los datos confirman, más o menos, esa intuición. Los hombres jóvenes que se ubican a la derecha (7-8 sobre 10) han pasado del 12% al 25% desde 2019. Y se triplican los que se colocan más en el extremo: suben del 3% al 10%. También es cierto que las mujeres jóvenes son más de izquierdas. Pero, cuidado, también se han derechizado: las que se colocan a la derecha (más allá del 7) suben del 10% al 24%.

“No creo que el problema sea tanto ser de izquierdas o derechas, sino que ningún partido aborda los problemas reales de los jóvenes”
Elena Mañes, 25 años, Madrid

Elena, Victoria e Islam Aissa son tres abogadas, jóvenes, con talento, que pertenecen a una prestigiosa firma de abogados situada en pleno paseo de la Castellana, enfrente del estadio Santiago Bernabéu. Sus orígenes son distintos.

Elena Mañes, de 25 años, procede de una familia trabajadora de Orcasitas, un barrio popular de Madrid. Islam Aissa, de 26, es hija de emigrantes marroquíes en Andorra y su currículo académico incluye cinco años de formación y trabajo en Francia. Victoria C. (prefiere ocultar su apellido) es de Madrid y pertenece a una familia de marcada tradición católica. Las tres, entrevistadas por separado, comparten una inquietud común —a pesar de que tienen una formación y un trabajo privilegiado, no les alcanza para independizarse, alquilar una vivienda, ya no digamos comprarla—. No es casualidad: la vivienda es el asunto que más jóvenes escogen como su principal preocupación. Un 30% de ellos lo colocan como uno de los tres problemas principales del país. A la vivienda le siguen otros temas recurrentes en nuestras conversaciones: la inmigración (lo menciona el 21%), la economía (26%) y una mezcla de problemas políticos, partidos y gobierno (30%).

Aunque la preocupación por la vivienda atraviesa ideologías —afecta tanto a jóvenes de izquierdas como de derechas—, parece haber actuado como una chispa especialmente sensible entre los segundos, que apuntan directamente al Gobierno como responsable. Los precios comenzaron a subir en 2015, pero su escalada se ha intensificado durante los años de Sánchez en La Moncloa. Desde 2018, cuando asumió el cargo por primera vez, el precio de la vivienda ha aumentado un 50% en el ámbito nacional, según los últimos datos del INE.

Al mismo tiempo, cada una de las tres jóvenes abogadas sitúa el acento de sus preocupaciones en un asunto distinto.

Mañes critica la ausencia, en su opinión, de una política real y efectiva de ayuda a los jóvenes, y califica de “parches” algunas medidas del Gobierno de Pedro Sánchez, como los bonos culturales o descuentos temporales de transporte, que no solucionan la raíz de los problemas: “No hay medidas serias, solo pequeños parchecitos con los que intentan contentarnos, pero el problema sigue ahí. Nos dan un regalito de 400 euros para gastar en conciertos, pero no podemos independizarnos. Creo que los políticos se han olvidado de nosotros, hay medidas para mejorar la vida de los niños o de gente desfavorecida, pero para nosotros, un descuento en el transporte que terminan quitándonos al tiempo”.

Islam Aissa estudió en Francia durante cinco años y llegó a Madrid con la intención de terminar su formación y construir una vida en España. Islam forma parte de muchos de esos jóvenes que se creyeron y cumplieron el consejo de sus padres, esforzarse, estudiar una carrera —o dos—, aprender idiomas para tener un buen futuro. Y ni por esas. “Es como la gran mentira: te prometían que si estudiabas lo ibas a tener más fácil, y no. En la época de mis padres, con una carrera normal o sin tenerla siquiera, podías hacer algo con tu vida. Ahora aunque tengas un buen perfil y un buen trabajo, pienso en vivir sola y es imposible”. La joven abogada apunta al bajo nivel que ella encuentra en la política actual: “Lo comentaba ayer con mi hermana, es que han perdido las formas. En el Parlamento hasta se insultan”.

Victoria C. es, de las tres abogadas, la que defiende a capa y espada los valores más tradicionales. Su discurso es directo, rotundo: “A veces pienso que debería montar un partido que se llamara Basta Ya, pero de verdad”. ¿El motivo? “Nuestros padres no han querido levantar la voz, pero nosotros tenemos que dar el paso. No hay libertad, ni para hablar ni para nada. Yo me siento cohibida con algunos temas. No puedes decir que has tenido una buena infancia, una buena educación, que crees en la familia, que te gustaría tener hijos y que eres católica y vas a misa porque enseguida te llaman facha o que eres de Vox. El Gobierno de Sánchez lo controla todo y tú solo pagar, pagar y pagar, cada vez más. Y luego te dice el Gobierno en la campaña de publicidad que está haciendo ahora que ‘todo vuelve’, pero no es así”.

“Somos los jóvenes quienes estamos empujando los cambios de mentalidad”
Claudia Gázquez, 18 años, Murcia

Ese rechazo del que habla Victoria lo está capitalizando en buena medida Vox. Según los datos del CIS, votarían por la formación ultra alrededor del 27% de los menores de 30 años que declaran su voto, el doble que en las elecciones de 2023. Este impulso provoca en Claudia Gázquez y Abraham López una especie de euforia, una moral de triunfo, porque ellos —al contrario de otros jóvenes que aún no saben por dónde encauzar sus deseos de cambio— sí lo tienen claro. Son simpatizantes de Vox. Claudia, que tiene 18 años y acaba de empezar Derecho en la Universidad de Murcia; Abraham, de 21, y ya está en cuarto. Sentado en una terraza junto al campus de la UCAM, la Universidad Católica de Murcia, Abraham avisa: “Yo lo digo sin ningún tapujo: yo voté a Vox y voy a votar a Vox, tanto a nivel municipal, regional y nacional”.

—Y de los que no lo tienen tan claro, ¿has observado una tendencia hacia la derecha?

—Por supuesto, es que hay mucha gente del PP que vota al PP creyendo que es otra cosa, porque el PP puede parecer que es un partido de derechas, pero en realidad es un partido de centro, un partido veleta. Hay mucha gente del PP que en verdad tiene ideas de Vox y cada vez se están dando más cuenta de eso. Se están dando cuenta de que Vox no es tan radical.

—Por ejemplo, ¿en qué cosas se están dando cuenta?

—Creo recordar que, según las encuestas, más del 70% de los votantes del PP están de acuerdo con que se deporte a aquellos inmigrantes que tienen delitos graves. Y eso es algo que viene diciendo Vox desde que nació como partido.

La inmigración es uno de los asuntos que ha exacerbado la pugna entre el PP y Vox. Los de Abascal llevan meses creciendo en las encuestas a costa, en buena parte, del PP. Según los últimos sondeos de 40dB., un 20% de los actuales votantes de Vox había votado en 2023 por Alberto Núñez Feijóo.

El joven aspirante a abogado, que compatibiliza sus estudios con la ayuda a sus padres en la explotación familiar de agricultura y ganadería, despliega en la entrevista una ristra de datos sobre la supuesta influencia de la inmigración en la inseguridad del país. Los recita de memoria, sin concesión a la duda, de la misma forma que va desglosando los efectos perniciosos que el Gobierno de Pedro Sánchez y sus socios parlamentarios están infligiendo supuestamente a la convivencia en España. Otro de los asuntos que, según asegura, están inclinando la balanza hacia partidos de ultraderecha —“se llama ultraderecha al sentido común”— son las políticas feministas: “Quieren criminalizar al hombre blanco de derechas, atribuirles todo el mal del mundo”.

La mañana siguiente, en la plaza de Santo Domingo, Claudia coge el testigo. Si su compañero defendía al hombre blanco tradicional del ataque de un supuesto “feminismo desaforado”, Claudia subraya que también la mujer tradicional está siendo perjudicada. “No me siento representada por el feminismo actual, me parece decadente y sin sentido. Han convertido la relación con el hombre en una guerra de sexos. Al hombre se le ve como un presunto culpable, y a la vez se está demonizando la idea de ser madre y eso —junto a una situación económica cada vez más complicada— está afectando a las decisiones y expectativas de muchas jóvenes”. Sobre el aborto también lo tiene claro: “Vox no va a prohibir el aborto, pero sí va a dar ayudas y opciones antes de que una mujer tome la decisión. Es fundamental, por ejemplo, que la mujer escuche el latido de su bebé”. Y añade, “con todo lo que hemos visto con la dana, en La Palma, donde no actúa nadie, por eso parece que nos estamos yendo los jóvenes a la extrema derecha”.

—Pero entonces, ¿Vox no es ultraderecha?

—No, no es ultraderecha. Vox es sentido común.

“La gente compra todo el discurso de Vox porque es populismo. Menos impuestos, menos inmigrantes, tradiciones: todo bien, todo fácil”
Diego Saldaña, 26 años, Burgos

Diego Saldaña está terminando el grado en Ciencia Política y Gestión Pública en la Universidad de Burgos, trabaja en la explotación agrícola de su familia y es concejal por el PP en Orbaneja Riopico, un pueblo a las afueras de Burgos. Tal vez por eso, por contemplar la vida desde varios puntos de vista, tiene una visión más amplia de la situación actual de su generación. El joven explica que sí ha visto en su entorno un giro a la derecha e identifica varios motivos. Uno muy claro, el rechazo a un Gobierno precario condicionado por sus socios: “Le han impuesto leyes como la del sí es sí y lleva siete años dependiendo de Puigdemont”. Por otro, sus propios escándalos. “La trama de Ábalos le hace mucho daño y toda esta gente que le ha votado ya no se fía de Sánchez. Piensan que todo lo que propone es mentira, porque lo dice y nunca lo cumple”, añade.

Dice una frase referida al campo que puede extrapolarse al resto: “Desde fuera todo parece bonito, pero desde dentro es un maratón de cuestiones que no se resuelven”. Y de ahí que muchos jóvenes, angustiados por problemas económicos y falta de expectativas, opten por discursos más sencillos: “El discurso de Vox es muy simple. Eso a la gente le convence porque no se lían hablando de otras cosas”. Un ejemplo, explica, es el concepto de “primero los españoles” que enarbola la derecha actual. Pero, desde el campo, su visión es diferente:

—Aquí vivimos el problema de la España vaciada, que sin inmigrantes sería más grave.

“Aunque este es un país de etiquetas facilitas, yo tengo derecho a ser de izquierdas, de derechas, de centro o de lo que quiera”
Denisse Buna, 22 años, Madrid

Denisse Buna tiene 22 años, un grado de Relaciones Internacionales y un bolso grande donde caben los libros de la carrera, un ordenador y hasta una Biblia.

—¿¡Una Biblia!?

—Sí, yo soy muy religiosa. Cuando la saco para leerla en el metro la gente me mira con curiosidad.

La misma curiosidad que ella emplea en cada cosa que ve, en cada cosa que le gustaría ser, o en la manera que tiene su generación de aproximarse a la religión, a la identidad y a la política en general. “Los jóvenes no se identifican mucho con lo que ofrecen los partidos políticos. Muchos optan por no votar o se van a los extremos”. Denisse señala a Vox como la vía de salida al descontento de muchos jóvenes. Otros entrevistados —incluso algunos que se han mostrado casi convencidos de votar al partido de Abascal— reconocían que tal vez Vox tampoco será la solución, pero que quizás merezca la pena probar.

“Al principio”, concluye Denisse, “los mensajes de Vox sonaban escandalosos, pero a fuerza de escucharlos muchos jóvenes han terminado por normalizarlos. Ya no generan tanto rechazo y pueden llegar a atraer hasta a votantes racializados”.

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