Españoles, Franco ha vuelto
La degradación democrática ha facilitado que se rompiese un tabú: el elogio del franquismo por parte de Vox


Los feriantes llegaron a las puertas del Palacio del Pardo cuando se supo que el dictador empezaba a desaparecer. Allí estaban quienes vendían churros, algodón de azúcar, almendras garrapiñadas. Los que ofrecían objetos religiosos o biografías y postales de Francisco Franco. La estampa, que Miguel Ángel Aguilar perfila en su amenísimo No había costumbre, es memorable porque aquel costumbrismo transmite con brillantez el ambiente popular de esas horas. Madrid parece más auténtica aquí que en las colas larguísimas para despedir con genuina emoción a Franco en el Palacio de Oriente. El decano Aguilar miraba como siempre y en su memoria ahora ve a los periodistas y a los corresponsales internacionales pendientes de la noticia, contempla con sonrisa burlona a los fanáticos que acudían ante las puertas del Palacio donde el Caudillo dictaba penas de muerte para jurarle fidelidad eterna y sobre todo recuerda a curiosos que deambulaba alrededor del Pardo “como meros paseantes”.
No eran elites del régimen ni ciudadanía movilizada. Esa gente común, afranquista, fue la columna vertebral sobre la que se activó la democratización a partir del gobierno de Adolfo Suárez. Las precarias encuestas de opinión de la época, que usan Sánchez-Cuenca y Fishman en su excelente y provocador Las huellas de la Transición, así parecen indicarlo: “Entre un cuarto y un tercio de la población eras leales a la dictadura, mientras que la gran mayoría era partidaria de cambios y reformas democráticas o prefería mantenerse al margen, en un cierto apoliticismo”.
Cuando Franco ya estaba megaintubado en La Paz y los titulares anunciaban que no había esperanza, se publicaron diversas informaciones sobre un proyectado museo dedicado al Caudillo por la Gracia de Dios y a su trascendente legado. Incluso se pensó su ubicación: el Palacio del Pardo. La urgencia de abrir una nueva etapa, desconectándose de la anterior, hizo que ese proyecto ultramontano fuese abortado mientras el Valle de los Caídos se convirtió durante demasiados lustros en el cabo del miedo. Pero el Pardo, como microcosmos de la España tétrica y autoritaria del dictador, sí tuvo una plasmación cultural que debería proyectarse como una lección de memoria democrática en las escuelas. La obra maestra que es el documental Informe general, después de una conversación entre los sindicalistas Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, nos muestra al actor principal andando por los paseos del Palacio, entrando en él y con él recorremos las estancias de ese palacio del terror mientras la voz en off va explicando cómo se configuró la institucionalidad del régimen y el poder absoluto que ejerció el corrupto Jefe del Estado, al que le temblaban las manos pero no titubeó para matar hasta el penúltimo día.
La película de Pere Portabella, concebida desde el rupturismo, proyectó un fervor liberalizador, que la sociedad española, sin proclamarlo, había pasado página. Pero esa página se pasó sin que la democracia asumiera como un mandato construir una memoria común sobre una época que la mejor historiografía ha descrito reiteradamente como una página negra. Y si lo asumió, lo hizo tarde y no logró hacerlo con voluntad inclusiva. Para muchos, para demasiados, Franco ha vuelto incluso como un banal icono pop. El rebote se ha acentuado durante esta legislatura, como analiza el diputado y periodista Francesc-Marc Álvaro en El franquisme en temps de Trump (tendrá traducción castellana), cuando la degradación democrática ha facilitado que se rompiese un tabú: el elogio del franquismo por parte de Vox. Son los signos de los tiempos, pero es un error resignarse a aceptar ese retorno de la momia como un signo de los tiempos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma































































