Repartir el botín antes de que la guerra termine
Cuanto más se endurece el paisaje internacional, habitado por hombres fuertes, más sobresale la debilidad de los liderazgos europeos


La guerra no tiene visos de terminar, pero la pelea por el botín ha empezado antes de que se atisbe el desenlace. Su posesión forma parte tanto de la contienda entre Rusia y Ucrania como de las negociaciones patrocinadas por la Casa Blanca para que acabe cuanto antes y, en consecuencia, también adelanta la posición de quien pueda declararse victorioso. Está en disputa un fondo de reservas bancarias de 210.000 millones de euros pertenecientes al Estado ruso, congelados por la Unión Europea tras la invasión.
De contar con una suma tan considerable, Ucrania cubriría sobradamente las necesidades financieras durante dos años y llegaría también para la reconstrucción. Significaría un respiro político para Zelenski y una inyección de moral para su ejército y su población, mayor que los 90.000 millones de préstamos acordados por el Consejo Europeo con los que su gobierno se salva de la bancarrota prevista para la próxima primavera, y a la vez comprueba que los países solidarios con su guerra defensiva siguen bregando dentro de una UE dividida.
La cumbre de este pasado jueves no descartó la utilización de los fondos rusos en el futuro, en una señal política alentada sobre todo por el canciller alemán, Friedrich Merz, el que más ha destacado en la impugnación de los propósitos compartidos por el Kremlin y la Casa Blanca respecto a la gestión de los haberes rusos congelados. El plan de paz de Putin y Trump prevé su utilización conjunta por Rusia y Estados Unidos para inversiones en la reconstrucción de Ucrania, con reparto de los beneficios al 50% entre ambas partes. Bajo control europeo son una carta negociadora que obliga a contar con la UE, ahora sin silla en la mesa de la paz, y le da la oportunidad de pelear por la reparación de daños, la indemnización a las víctimas y el castigo a los criminales de guerra. Es decir, por una paz justa y sostenible en vez de la capitulación sin condiciones que busca Putin con la complicidad de Trump.
En la propuesta que impulsaban la Comisión y Alemania no se expropiaban los fondos rusos ahora solo congelados, sino que se utilizaban como garantía del préstamo a cuenta de las futuras indemnizaciones rusas por los destrozos y las víctimas de su invasión. Con la decisión mucho más modesta y sin tanta ambición de un préstamo puente para salir del paso, bajo el aval del margen presupuestario de la UE, los europeos han conseguido un consenso mínimo, lo que no es poco, y sin cerrar ninguna puerta, como en tantas ocasiones anteriores.
La unidad de los europeos es precaria y su voluntad escasa y dividida. Cada vez es más preocupante la infiltración en sus filas: de Hungría, República Checa y Eslovaquia, amigos de Putin que se oponen a todo y quedaron liberados del préstamo. Y también el creciente papel de los apaciguadores, equidistantes entre agresores y agredidos: la Bélgica de Bart de Wever y la Italia de Giorgia Meloni, atrincheradas en argumentos jurídicos, pero atrapadas entre las coacciones putinistas y las simpatías nacionalistas y populistas hacia el trumpismo.
Las modestas conclusiones del Consejo no riman con los peligros que se ciernen sobre el entero continente de una guerra a gran escala, de la que la invasión de Ucrania sería solo el prólogo, según han señalado con creciente alarma destacados mandos militares y dirigentes políticos europeos. Los 27 no fueron capaces de dar ni siquiera un mensaje de coherencia política a la hora de autorizar la firma del acuerdo con Mercosur, un tratado en dirección contraria al proteccionismo de Trump y a las ambiciones chinas sobre América Latina. No es extraño que la protagonista bruselense fuera Meloni, ejemplo del gobernante que el trumpismo promueve en la Estrategia de Seguridad Nacional ante la mirada complaciente de Putin.
Cuanto más se endurece el paisaje internacional, habitado por hombres fuertes, más sobresale la debilidad de los liderazgos europeos. De la Comisión, en el plano institucional, y de Alemania y Francia, como socios impulsores de los grandes saltos en la construcción europea. La primera, con Macron en la pendiente terminal de su impotencia presidencial, y la segunda, con Merz en una pugna por ahora infructuosa por encabezar la respuesta al reto ruso.
Bruselas ha vivido un episodio más, quizás el más destacado, de una confrontación política inseparable de la guerra híbrida desencadenada por Rusia. Auxiliado por Trump, Putin sigue llevando la iniciativa. Quiere obtener en la negociación de la paz las victorias que no ha sido capaz de conseguir en los campos de batalla, tras su fracaso inicial en la invasión y luego el estancamiento en la guerra de posiciones. La trabajosa e insuficiente reacción europea, en cambio, está lejos de la respuesta disuasiva que merece la amenaza rusa a la seguridad del entero continente.
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