Ir al contenido
_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La guerra que debilita a Europa

Bélgica, que ha sufrido la guerra híbrida rusa, se plantó en el empleo de los fondos rusos congelados para no poner en riesgo a Euroclear

En el aeródromo militar de Kleine-Brogel, situado en territorio flamenco de Bélgica, hay una construcción subterránea donde se almacenan bombas nucleares. Es una herencia de la Guerra Fría. Dispone de un sistema de almacenamiento que posibilita, por una parte, no tener que ir a buscar las bombas fuera de las instalaciones y, al mismo tiempo, los aviones tampoco tienen que estar permanentemente cargados con el arsenal nuclear, lo cual permite alargar la conservación de los proyectiles. La clave son las bóvedas. Están integradas en el suelo de hormigón, exactamente debajo del lugar donde aparcan los aviones. Si fuese necesario reaccionar ante una escalada apocalíptica, las aeronaves se cargarían en pocos minutos y apenas se necesita personal para realizar dicha operación. No es el único espacio europeo donde la OTAN dispone de esta infraestructura bélica dotada de la máxima seguridad por si llegase la hora de enfrentarse a intentos de sabotaje o infiltración. El pasado 2 de noviembre, cuatro drones desconcertaron al sobrevolar el aeródromo. Esa misma noche la policía local de una zona industrial del país recibió llamadas alarmadas: 12 drones también estaban donde no debían. Pocos días después, el jefe del Ejército fue claro al dar una orden a sus soldados: disparen contra los drones.

La principal hipótesis oficial es que esta agresión constituye un frente de batalla de la guerra híbrida, alegal e ilegal, que Rusia mantiene contra Europa. Y aquí estamos. La Unión Europea, cautiva y desarmada entre la pinza de la humillante estrategia norteamericana actual y la tiránica ofensiva militar rusa, ha estado semanas preparando una respuesta potente que podría haber demostrado, por fin, una lectura realista de la inquietante geopolítica del presente posliberal. Mientras otros drones sobrevolaban aeropuertos civiles belgas, provocando cancelaciones de vuelos, y páginas webs del Ministerio de Defensa recibían ciberataques o la desinformación alimentada desde el Kremlin, técnicos comunitarios iban elaborando una compleja propuesta económica para mantener los préstamos a Ucrania y que el país pudiera seguir defendiéndose. Era una alternativa para evitar que ese dineral saliese de los presupuestos nacionales y comunitarios. Se trataba de responder a la lógica bélica impuesta por Moscú y actuar, por una vez, con los códigos tristemente vigentes del poder duro que se van imponiendo desde la invasión. Usar los activos estatales rusos congelados en entidades extranjeras desde que empezó la guerra de ocupación. Son 210.000 millones de euros inmovilizados.

En el distrito financiero de Bruselas está Euroclear, un actor financiero con tentáculos globales, en cuyo accionariado participa el Gobierno federal belga y que gestiona grandes transacciones con eficacia probada. Sus clientes son fondos de inversión, bancos y gobiernos, que allí depositan acciones, bonos y otros productos. En Euroclear están mucho más de la mitad de los fondos rusos congelados. Han generado unos intereses utilizados para financiar a Ucrania. Ahora se había buscado la fórmula legal para ir más allá y no cargar más al contribuyente nacional: proceder a la incautación de esos fondos del agresor para apoyar al invadido. Y no. Gatillazo en el Consejo. Bélgica, que ha sufrido la guerra híbrida rusa, se plantó para no poner en riesgo la entidad y porque sabe que la amenaza es real. No era solo la demanda presentada por el Banco de Rusia, no retirada ni con la marcha atrás. Las palabras del vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso han sido claras: “Rusia podría considerar esta medida como un casus belli con todas las implicaciones relevantes para Bruselas y los países individuales de la loca Unión Europea”. Cuando rige la ley del más fuerte, el más fuerte se impone. Y Europa, como pretenden sus enemigos y gracias a sus cómplices interiores, se debilita.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_