‘Momento Meloni’ en Bruselas
La primera ministra italiana gana protagonismo en un Consejo Europeo clave para Ucrania y el futuro del pacto con Mercosur

El canciller alemán, Friedrich Merz, conservador y con un pasado laboral en la industria financiera, es tal vez el primer ministro europeo más poderoso de la UE, a pesar de la formidable crisis de modelo que sufre su país. El francés Emmanuel Macron es un pato cojo, con el prestigio lastimado por una interminable crisis política y una potencial crisis fiscal. El español Pedro Sánchez sigue teniendo tracción en el Consejo Europeo, pero la familia socialdemócrata está de capa caída. La estrella emergente en Bruselas es la ultraderechista italiana Giorgia Meloni, que lleva meses con un discurso conciliador en asuntos europeos y reserva la dureza ultra para los temas italo-italianos y para la agenda migratoria.
Meloni amaneció muy joven en política, como activista adolescente en el movimiento neofascista de posguerra. Se lleva bien con varios líderes populistas de la UE, empezando por el más oscuro de todos ellos, el húngaro Viktor Orbán. Ha mantenido buenas relaciones con los partidos prorrusos de su coalición de Gobierno. El estadounidense Donald Trump la ve con buenos ojos. Y aun así, frente a quienes temían que se saliera de los consensos europeos, ha apoyado sistemáticamente la línea que marca Bruselas, especialmente con Ucrania. Hasta ahora: la primera ministra italiana ha elegido la cumbre europea más decisiva de los últimos tiempos para enseñar las garras. De momento, solo para enseñarlas.
Meloni ha jugado un papel decisivo en esta reunión de jefes de Estado y de Gobierno europeos. En el menú figuran la credibilidad diplomática de la UE, a falta de la luz verde definitiva para el pacto con Mercosur, y la crisis existencial que supone Ucrania, necesitada del apoyo europeo para seguir peleando en el frente con Rusia y tratar de negociar la paz, el alto el fuego o lo que venga desde una posición menos mala que la actual. La posición italiana es, de momento, un "mi dispiace, ma no".
A pesar de las presiones de Bruselas y Berlín, Roma no es partidaria de la utilización de los activos rusos para financiar a Ucrania, y ha respaldado así —con calculada ambigüedad— la postura de Bélgica y de su primer ministro, el nacionalista flamenco Bart De Wever, a pesar de las presiones de Berlín. Y se ha alineado con Francia en los últimos días para tratar de retrasar el pacto con Mercosur, una negociación que parece la historia de nunca acabar: lleva en liza 25 años.
La cerrada posición de Francia y Polonia han hecho de Italia la clave de bóveda en el complejo juego de la mayoría entre los Estados miembros que precisa el pacto comercial con América Latina para ser ratificado. En Francia, un país con querencia hacia el proteccionismo, hay un rechazo unánime al acuerdo que abre la puerta a un mercado con la gran área comercial latinoamericana (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) de unos 270 millones de habitantes. No hay apenas margen para que el presidente Macron pueda tratar de negociar nada. Lo mismo pasa en Polonia.
En el medio y largo plazo, un fracaso en Mercosur sería un completo desastre para la mellada credibilidad internacional de Bruselas. Brasil está tentada de echarse definitivamente en manos de China, temen fuentes diplomáticas. Argentina hace mucho que depende de Estados Unidos. Y Europa boxea muy por debajo de su peso desde la llegada de Trump, con esa geopolítica de corte duro estilo Los Soprano para la que está mal equipada: un nuevo fiasco sería desastroso para buscar su lugar en el nuevo tablero global.
Las cartas marcadas de París y Varsovia han permitido a Meloni subir el precio para dar luz verde al pacto. Pidió, junto a París, garantías para los agricultores si la llegada de productos latinoamericanos distorsionaban el mercado europeo; las ha conseguido. También ha reclamado una prórroga de un mes para vencer las presiones internas; lo ha logrado.
Cuestión de política interna
“Con Mercosur, la situación es más bien interna. Su cuñado es ministro de Agricultura, y los agricultores forman parte de su electorado, como siempre ocurre con los sectores conservadores de la población. No quiere contrariarlos, y aunque Italia también tiene mucho que perder en términos de comercio con América Latina, presumiblemente cree que un retraso es una pérdida recuperable”, explica el italiano Leonardo Schiavo, exdiplomático y antiguo asesor de Asuntos Exteriores de varios presidentes del Consejo Europeo.
La posición italiana con los activos rusos también es estratégica, aunque está siendo más discreta. Meloni no ve claro utilizar esos fondos congelados como palanca para dar un préstamo a Ucrania, apuntan fuentes al tanto de la negociación. Siempre pendiente de la opinión de Washington, Meloni sabe que esta opción no gusta en la Casa Blanca. “Se está volviendo trumpiana, aunque está dispuesta a considerar una emisión limitada de deuda común financiada con el presupuesto de la UE, digamos entre 50.000 y 60.000 millones de euros para 2026″, analiza Schiavo.
La financiación de Ucrania es existencial para Europa: Kiev es la última línea de defensa de la UE ante el expansionismo postimperial de Putin. De momento, la italiana se ha colocado detrás de Bélgica: el primer ministro Bart De Wever, de la misma familia política de Meloni, los ultras de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), lleva aquí la voz cantante. La mayoría de los activos rusos están en Bélgica y es el país que más riesgos afronta si se da el paso. Por tanto, es De Wever quien puede dejar a su socia sin argumentos si finalmente se deja convencer por Von der Leyen y el alemán Merz, que ha apostado todo a esta vía de financiación para el país invadido.
Negarle este camino a Berlín puede ser un buen sopapo a un PP europeo que habla alemán. “Meloni está indicando que ya no desea ser liderada por otras capitales a menos que forme parte de los acuerdos que se están construyendo. En ambos casos, se considera que el PPE, su presidente, Manfred Weber, Merz y Von der Leyen [también del PPE] marcan el ritmo y las soluciones. Por lo tanto, una alianza táctica con Macron parece una buena opción —tampoco Francia es entusiasta de la idea de los activos rusos—. Sin embargo, no es un acuerdo cerrado en ningún caso. La situación aún puede evolucionar", zanja Schiavo.
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