A favor del arrepentimiento
Debiera ser el tiempo quien señalara los aciertos y errores de un expresidente. Ahora queda pensar en qué se escribirá de Sánchez en 20 años, cuando se haya desvanecido, espero, el odio


A los 20 años, cuando mi vida estaba toda por hacer, me dio por escuchar a Edith Piaf, y cantaba como si me fuera la vida en ello aquella canción, Non, je ne regrette rien. Como pocos errores me había dado tiempo a cometer había algo cómico en mi vehemencia. Ahora, cuando ya me separan tantos años de aquella chica, pienso a veces en lo que pude evitar o no me atreví a hacer.
Suelo entender poco a quienes defienden como aciertos los errores pasados. Hay mucho de narcisismo en esa actitud. Veo el documental dedicado a los expresidentes vivos. Cada uno narra su experiencia, ayudado por los colaboradores más cercanos. Siendo ellos, pues, los que manejan el relato hay claramente un sesgo contra el que el espectador ha de luchar todo el tiempo. Felipe González se presenta como un hombre cansado; le cansan otros seres humanos, porque él desea estar solo, paseando por el campo del que procede. Es como si todo aquel tiempo que ostentó el poder hubiera deseado estar en otro sitio. La Historia perturbó la tranquilidad del hombre que, paradójicamente, más días acumuló en la presidencia. En la actualidad interviene en el debate público, siempre desabrido, sin reconocer que él gozó, como ningún otro presidente, del fervor popular.
José María Aznar, en cambio, opina que ser presidente es el mayor honor que puede vivir un hombre (o una mujer), lo cual denota la idea que de los hombres tiene. El hombre que disfrutó de tal honor quiso devolver a la patria algo de su pasado imperial y para ello involucró a nuestro país en una guerra basada en falsedades de la que aún hoy sentimos las ondas de desestabilización que provocó. ¿Arrepentido? En lo absoluto. Más bien deberíamos darle las gracias porque apareciera en la célebre foto de los invasores como uno más. Vive un retiro en falso: influye activamente para que el que puede hacer, haga.
Llegamos a José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que cambió el estilo presidencial: protegido por su presunta blandura acometió decisiones asombrosas, como retirar las tropas que Aznar había mandado a Irak, además del matrimonio gay, divorcio exprés o la ley del tabaco, decisiones hoy arraigadas, pero que la derecha recibió como afrentas. Zapatero sí reconoce errores: no vio venir la crisis de 2008, no debió creer que la batalla contra ETA estaba ganada antes de tiempo, aunque pudo marcharse a casa con el alivio del cese de la violencia. El expresidente opina, con gran éxito de público, en una suerte de monólogos humorísticos.
Y el último capítulo lo protagoniza Rajoy, más Mariano que nunca, porque a pesar de acabar su mandato sepultado por casos de corrupción, aún tiene algo, un je ne sais quoi, que te llevaría a dejarle las llaves de casa para que te regara las plantas, aunque luego se te fumara un puro en el salón, porque cada acto suyo conlleva su correspondiente marianada.
Es curioso que el espíritu de Suárez ronde por otra serie, Anatomía de un instante, basada en hechos reales interpretados por Javier Cercas. Dado que Suárez no puede opinar, opinan nuestros recuerdos. Hoy lo vemos astuto, valiente, sin duda más guapo de lo que creíamos. Debiera ser el tiempo quien señalara los aciertos y errores de un expresidente. Ahora queda pensar en qué se escribirá de Sánchez dentro de veinte años, cuando se haya desvanecido, espero, el odio que provoca en el adversario, cuando se hayan dejado de utilizar siniestros calificativos, como psicópata, capo, dictador, beneficiario de una red de prostíbulos. Quienes así se expresan, ¿reconocerán que ese juicio impidió una verdadera crítica racional? Sánchez también tendrá asuntos de los que arrepentirse, y puede que para no agravar sus errores fuera aconsejable no agotar lo agotado.
Reconocer errores denota inteligencia. La canción de Piaf se convirtió en el himno de la Legión Extranjera en la guerra de la Independencia en Argelia. Mal destino para una canción, porque lo cierto es que siempre hay algo de lo que arrepentirse.
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