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Columna
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La tortura de la gota china que llega del PSOE

Ni las propuestas legislativas de “regeneración” ni las medidas orgánicas han funcionado. Quizás los socialistas necesiten cambiar de cuajo su aparato

Se la confunde con la “gota malaya”, o la “bota malaya”. Pero es la “gota china”, llamada “tortura de la gota” fría: el goteo, cada cinco segundos, en la frente de un reo tumbado boca arriba. Ese es el castigo inmerecido a los ciudadanos que proviene del PSOE, a cuenta simultánea de los casos de corrupción y los de acoso sexual.

Esa tortura inflige una honda herida al apoyo de muchos a la bastante exitosa panoplia de las políticas públicas del Gobierno que encabeza Pedro Sánchez. Se llama brecha de confianza política. Desafección creciente. De probable, aunque variable, impacto electoral. A nadie complace que confundan su sintonía con el crecimiento económico, el disparo del empleo, o las medidas de cohesión social… con orejeras de indiferencia frente a los abusos.

Claro que los demás magnifican cualquiera de esos episodios, como si cada uno de ellos exhibiese igual intensidad. Y sin reparar en el axioma bíblico de que solo quien acredite limpieza propia puede tirar la primera piedra en la lapidación al otro.

Causa sonrojo ver los aspavientos de un partido declarado corrupto por los jueces, el PP gürtelizado, y a su líder, moralizando desde despachos pagados con esas coimas. O al parafascista Vox olvidar su financiación por el terrorismo iraní. O digerir, en papel y en pantalla, las moralinas de la intelectual orgánica del pujolismo y sus sucesores poli-malversadores. O a ciertas izquierdas olvidando sus errejones y sus sí-es-sí pero menos. Está en lo peor de la naturaleza humana usar como táctica confusionaria la tinta del calamar: si desvío la culpa al otro, eludo la mía.

Nada de eso exime de responsabilidad a la familia socialista. Aunque sus agravantes sean más insidiosas que una catástrofe única de mayor cuantía. Pues la dispensa de los escándalos se sucede en aluvión de dosis cotidianas de gotas que mojan más que una inundación: en la urdimbre de ramificaciones corruptas del caso Ábalos-Cerdán-Aldama; en la sucesión de acosos machistas de difícil denuncia y persecución, más que atronadoras violaciones sexuales como las del club Epstein o la de los curas nunca entregados a la jurisdicción penal.

El caso es que el acopio de recetas desplegado en junio con el estallido del asunto Santos Cerdán se ha agotado. Ni las propuestas legislativas de “regeneración” (agencia anticorrupción, contabilidad transparente…) van a ritmo. Ni las medidas orgánicas nombrando a subcerdanes han arrojado más resultado que una secretaria de organización que pugna por resucitar sin antes haber nacido.

O la cúpula del complejo partido-Gobierno recupera apoyo social y confianza, quizá cambiando de cuajo su aparato (no necesariamente ningún ministro), con personas sabias-respetadas-rigurosas y no meros subalternos obedientes, o la brecha se agrandará hasta que la gota fría provoque un estallido sin cauce ni control alguno.

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