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TRIBUNA
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Cuantas menos cartas, más sobres

Apenas escribimos misivas en papel, y en España sus envoltorios ya son símbolos de corrupción

Lola Pons Rodríguez

“A este señor lo conocen todos los diputados. Es el que una vez al mes les alarga a todos y cada uno un sobre azul con algo muy agradable dentro”. ¡Y tan agradable! Lo que ese señor daba a los parlamentarios era dinero en metálico, el correspondiente a sus dietas. Así lo constataba la gran periodista española Josefina Carabias en un reportaje titulado “Cuando el Congreso se queda vacío”, publicado en septiembre de 1932 en el diario madrileño Ahora.

La entrega de los sobres era debidamente ilustrada en el periódico: aparecía una foto del jefe de la Sección de Tesorería y Contabilidad del Congreso, quien, sentado tras una mesa, con chaqueta, corbata y el barbudo perfil adusto de otro tiempo, facilitaba a una mano desconocida un sobre que parecía haber sido extraído del canasto maleable que figura en el primer plano de la imagen.

Si se publicara esa frase de Josefina Carabias en un periódico de hoy, seguramente nos evocaría la sospecha de un delito o, al menos, de una mala praxis. En la época de Carabias, en ese Congreso republicano, los sobres no eran aún un arma cargada de corrupción; hoy sí lo son. En muchas instrucciones judiciales, la circulación de dinero dentro de sobres está reflejada en informes relativos a mordidas, sobresueldos no declarados, cohecho o tráfico de influencias: sobres blancos con dinero negro dentro. La repetición del procedimiento en que se ha transportado y entregado dinero ha elevado a categoría la anécdota y el sobre se ha terminado convirtiendo en un símbolo de falta de integridad. Su funcionalidad secundaria de transportar elementos que no iban a un buzón se interpreta por defecto como una finalidad desviada. Decir hoy frases como “circulan sobres”, “a este le han dado un sobre” o “le he metido dinero en un sobre” sugiere ya directamente corrupción, a menos que se digan en una Primera Comunión chapada a la antigua.

Aunque pueda aducirse la vigencia de normativas que refrendan la validez de los pagos en efectivo en organizaciones de interés público, como los partidos políticos, o en instituciones, como las Cortes Generales, ver las fotos de un sobre con dinero en efectivo en un informe de la Guardia Civil sobre las cuentas de un exministro es, como mínimo, sospechoso. Y los ciudadanos no solo hemos sido educados en esa sospecha por los muchos episodios de corruptelas en nuestra historia democrática sino por el propio adoctrinamiento que hemos vivido como administrados. Estamos habituados a prédicas sobre la bondad de la Administración electrónica y a padecer las palabras largas (trazabilidad, transparencia, visibilidad, certificación... ¡siempre más de cuatro sílabas!) con que esta se justifica cuando nos enfrentamos a cualquier pago, por menor que sea, en una entidad pública. Nos han acostumbrado a recelar. Por eso, muchos hemos aplaudido la reciente decisión tomada por el Senado: sea por imagen o por partidismo, en la Cámara alta ha sido eliminado el pago en efectivo de dietas a senadores y funcionarios; los abonos se harán por transferencia. Está bien que la contaduría de la política se parezca a la Administración del Estado.

Por el camino en que se rechaza el efectivo en la Administración, ¿se perderán los sobres? En su momento estos fueron un gran avance técnico dentro de la historia de la escritura. Las cartas antiguamente se cerraban doblando el propio papel sobre sí mismo o creando con esfuerzo artesanal algún tipo de cierre (hilo, tira de papel, oblea) que, cosido o pegado, aseguraba la carta y su intimidad. Con el viejo nombre de sobrescrito se designaba a las palabras que, en el doblez más externo del papel, indicaban quién era el destinatario del mensaje y sus señas. Sobre es, en cambio, una palabra nueva, del español contemporáneo, un acortamiento de sobrescrito surgido cuando empieza a circular en el siglo XIX un nuevo envoltorio de cartas, fabricado expresamente y de manera industrial. De hecho, en los diccionarios del español no se asienta la definición de sobre como cubierta de papel hasta el último cuarto de esa centuria, cuando ya el sobre se empezaba a refinar con todo tipo de características (enlutado, perfumado, con ventana...).

Gozne sobre el que se articulaba la conversación diferida entre quien escribe y quien lee el mensaje, el sobre cerraba y abría la puerta a esa comunicación entre ausentes que era una carta, un tipo de texto que ya apenas escribimos. En un reciente viaje transatlántico me leí de un tirón la deliciosa obra que ha escrito Carme Riera dedicada a sus lectores: Gracias. Cincuenta años después. En ella explica cómo concibe su propio oficio de escritora, cuenta su afición al género epistolar y comenta el anclaje de algunas de sus novelas en la estructura de una o varias cartas. Los canastos han salido de las oficinas, las cartas han quedado para la literatura. La transmisión de mensajes por correo electrónico ha hecho que la escritura y la recepción de cartas en papel se haya convertido en un residuo nostálgico en nuestra vida diaria, se ha reemplazado la dilación postal por la inmediatez. ¿Para qué quedarán los sobres si los sacamos también de la historia universal de nuestras infamias?

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, directora de los proyectos de investigación 'Historia15'. Es autora de los libros generalistas 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo' y colaboradora en RNE.
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