Super Mario es nazi y los videojuegos tienen la culpa del ascenso de Vox. Seguro que sí
Quienes critican acertadamente prácticas populistas ajenas luego las reproducen sin complejos en otros ámbitos


Ha corrido por internet un fragmento de un reportaje de La Sexta que vincula los videojuegos con el auge de la extrema derecha a raíz de un estudio que señala que uno de cada cuatro jugadores se ha topado con contenido que le invitaba a unirse a grupos extremistas. “Hay gamers que hoy, en vez de Super Mario, preferirían a Super Ario”, afirma el locutor, mientras aparece un Mario Bros vestido de nazi que, brazo en alto, dice “Heil Hitler”. Internet, evidentemente, no ha parado de hacer burlas con el tema: foros, creadores de contenido, opinadores y usuarios han mostrado su enfado con la cadena y con el reportaje. “No es una exageración”, asegura la noticia.
Hombre, igual sí.
No me creo lo que ha subido la sexta 🥶💀 pic.twitter.com/6818YuQAbZ
— Adam LQ-84i #EGOISTA (@ADAM_lq87) September 28, 2025
Resulta comprensible la indignación de los gamers ofendidos, pero es posible estén errando el tiro. Porque no es cuestión de cebarse con La Sexta ni de demonizar un recurso desafortunado, por mucho que Nintendo, por cierto, no sea la empresa más amiga de dejar que se pisotee su propiedad intelectual (la empresa ha emprendido acciones legales contra muchos, desde videojuegos como Palworld, acusado de plagio, hasta un colmado costarricense que cometió la osadía de llamarse Super Mario). La cuestión es entender que la torpeza del reportaje obedece a causas más profundas, y que Mario, en este caso, es solo la excusa para criminalizar todo un sector cultural sobre el que mucha gente muestra un profundo desconocimiento.
Quizá uno de los grandes males de nuestro tiempo sea que a quienes critican acertadamente prácticas populistas ajenas (ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos, o demonizar a un sector de la población como causa de los males del mundo), luego no se les caen los anillos al reproducir esas mismas tácticas en otros ámbitos. Uno de cada cuatro gamers se ha encontrado contenido que le invitaba a unirse a grupos extremistas, dice el famoso estudio. ¿Y bien? El 100% de los usuarios de las redes sociales se ha topado con mensajes así, que hoy irrumpen hasta en televisiones y radios. El porcentaje en competiciones deportivas será similar. ¿Que en los bares alrededor de los estadios se juntan los mayores ultras? Criminalicemos el deporte. ¿Que un bloguero escribe una fanfic en la que el bueno es Hitler? Prohibamos la literatura, por qué no.
Si las conciencias de algunos se quedan tranquilas con esta explicación que señala a los videojuegos, estupendo, pero seamos claros: los jóvenes que crecen al otro lado de un hachazo generacional aparentemente insalvable se inclinan mucho más a votar posiciones extremistas. Es una tendencia creciente, mundial, y seguramente imparable. Tan imparable, al menos, como impermeables parecen muchas personas a las razones que los jóvenes aducen para su radicalización. Independientemente de cómo se lidie con ello, una cosa está clara: el señalamiento indiscriminado y el lucimiento de una ignorancia supina en asuntos que (aunque los mayores no se lo crean) les importan de verdad no son la vacuna contra el extremismo, sino, precisamente, la mejor manera de conseguir que los jóvenes que vean esos reportajes se inclinen un poco más por votar a Bowser antes que a Mario.
“Para un joven que se siente solo, el algoritmo te introduce en una burbuja ideológica y te ofrece una falsa sensación de comunidad y de una identidad propia”, dice una experta en el reportaje de La Sexta. Es curioso, pero parece que, de todas las ideas de la frase, la que menos le importa al mundo es “se siente solo”. Las generaciones maduras, aunque fuese por probar qué era lo que fascinaba a los jóvenes, debieron en su día coger un mando. No lo hicieron. Lo que pasará está escrito: se acabarán llevando las manos a la cabeza.
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