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El debate | ¿Hay que extinguir especies dañinas para el ser humano?

La biotecnología ofrece la posibilidad de ‘resucitar’ animales desaparecidos, pero igualmente de acabar con especies que puedan resultar de una u otra forma perjudiciales para la humanidad, lo que abre otra controversia ética

Fiebre amarilla en ecuador

Poseemos ya el conocimiento científico para resucitar animales extintos, aunque siempre serán híbridos. En el otro lado de la balanza, está la misma posibilidad de acabar con otras especies o parásitos perjudiciales —incluso mortales— para el ser humano o sus animales.

Gregory E. Kaebnick, director de Investigación del neoyorquino Centro Hastings de Bioética, defiende que, en determinadas en ocasiones, las razones para erradicar una especie pesan más que las contrarias. Para Pablo Martínez Labat, responsable de un laboratorio de parasitología de la Universidad Nacional Autónoma de México, la lucha contra los parásitos y otros seres dañinos ha aumentado la esperanza de vida, pero el resultado final puede ser negativo en la evolución de nuestra especie.


Razones para una erradicación

Gregory E. Kaebnick

Los seres humanos hemos intentado modificar la biosfera —la capa de la Tierra en la que hay vida— de casi todas las formas imaginables, pero erradicar por completo una especie, por lo menos en los últimos 50 años y en Occidente, parecía inaceptable. EE UU y la UE protegen numerosas especies de fauna y flora, y hay leyes internacionales ratificadas por muchos países contra el tráfico de especies en peligro de extinción.

Pero ¿existe un límite claro y definido? ¿Puede ser permisible, alguna vez, erradicar una especie? En mayo, un grupo de expertos en ética medioambiental, biólogos conservacionistas, ecologistas, científicos y sociólogos sostenían, en un artículo en Science, que, en ciertos casos, podría ser permisible erradicar una especie. Al grupo, del que formo parte, le interesaban en especial las herramientas de modificación del genoma, como la edición genética, pensada para cambios específicos que reduzcan la población, y la técnica de los insectos estériles, mucho más antigua: usar la radiación para causar daños genéticos en una población cautiva y después soltarla para que impida la reproducción de la población en libertad. Quizá no se pueda erradicar aún una especie con estas herramientas, pero tal vez se pueda a medio plazo, y habría menos efectos indeseados que con otros métodos, como los pesticidas.

Creo que hemos aceptado la erradicación con recelo, quizá incluso a regañadientes, pero nos convencieron de que, en ocasiones, las razones para erradicar una especie pesan más que las contrarias. Por ejemplo, erradicar el Anopheles gambiae, el mosquito que transmite la malaria, evitaría los cientos de miles de muertes y los millones de casos graves que esa enfermedad provoca cada año. Erradicar el gusano barrenador, una mosca cuyas larvas consumen carne de animales vivos de sangre caliente, evitaría el tremendo sufrimiento que causa al ganado y a otros animales domésticos y, a veces, a los seres humanos.

Un argumento contra la erradicación es que las especies tienen un valor intrínseco. Es bueno que existan, o al menos que no las exterminemos, aunque no sirvan para nada. Mucha gente piensa que es maravilloso que existan los elefantes, o, por lo menos, que no debemos erradicarlos, aunque no sirvan para nada. Pero explicar o defender estos principios es complicado desde el punto de vista filosófico, e intuitivamente resulta discutible que un mosquito valga lo mismo que un elefante.

Por eso, es más sencillo apelar al valor instrumental de las especies, a su utilidad. Una especie puede ser útil aunque no lo parezca. Podemos pensar que una plaga no vale nada, pero quizá tiene un papel desconocido en la salud de los ecosistemas. Sin embargo, los datos indican que no todas las especies tienen la misma importancia ecológica. Por supuesto, el Anopheles gambiae y el gusano barrenador cumplen su función como alimento y como depredador, pero quizá tienen un papel pequeño y sustituible. Si el Anopheles gambiae desapareciera, otras especies de mosquitos (hay más de 800 solo en África) podrían asumir sus funciones. El gusano barrenador ya ha sido eliminado en grandes zonas de Centroamérica y el sur de Norteamérica mediante la técnica de insectos estériles, y da la impresión de que los ecosistemas no se han resentido.

¿Podemos estar seguros? ¿Es posible que estas especies tan horribles tengan una relevancia que desconocemos? Cuando se habla de erradicar especies, es importante hacerse preguntas, y la respuesta es que no puede eliminarse por completo la incertidumbre de los posibles perjuicios. Es una razón para actuar con cautela y solo si existen motivos sólidos para hacerlo. Por supuesto, puede haber incertidumbre y perjuicios en los dos sentidos: no sabemos con seguridad qué sucederá si el Anopheles gambiae sigue existiendo. No podemos conocer del todo los efectos a largo plazo en los lugares donde la malaria está descontrolada ni donde ya ha sido eliminada, pero podría reaparecer.

Antes de intentar erradicar cualquier especie perniciosa debe haber un estudio científico minucioso y un debate público, pero, sin ambos, la perspectiva no puede descartarse.


Los parásitos nos hacen mejores

Pablo Martínez Labat

Para los biólogos no hay especies dañinas per se. Un mosquito vector de un virus o una especie invasora tienen o tuvieron su función. En ambos casos, hemos sido los propios humanos quienes hemos interferido en sus roles o nichos, ayudando a su expansión, por ejemplo. Una tercera categoría de seres nos pueden parecer repulsivos, pero han sido elementos claves para la evolución de la vida: los parásitos. Pueden parecernos monstruos, pero también los monstruos tienen su sitio.

Parásitos hay muchos en el árbol de la vida. Se estima que existen tantas o más especies parasitarias que parasitadas. Virus, bacterias, protozoarios, helmintos y artrópodos están presentes en todos los ecosistemas, con una dependencia metabólica variable (roban sangre, alimento digerido, tejidos del hospedador o usan componentes celulares). Pueden causar alteraciones estructurales o funcionales que rompen el equilibrio del cuerpo, provocando un grado variable de enfermedad, a veces mortal, y afectan a la nutrición, el crecimiento, la reproducción e incluso el comportamiento. Pero la tendencia es mantener una relación prolongada con su anfitrión, con un buen nivel de adaptación y una reducción de su impacto. De otra manera, acabarían en un callejón sin salida.

El parasitismo es un proceso adaptativo permanente, gradual e integral en el que los dos extremos de la relación evolucionan. Los parásitos se asocian al proceso de selección natural. Ampliamente diseminados y abundantes (solo de helmintos, como los gusanos intestinales, hay más de 300.000 especies), su omnipresencia tiene un efecto de gran relevancia evolutiva: los integrantes de las poblaciones que parasitan acaban siendo los más aptos. Otros animales dañinos no tienen esta función en los ecosistemas.

La coevolución permite el desarrollo de mecanismos defensivos contra los parásitos para eliminarlos total o parcialmente, logrando un equilibrio que limita su multiplicación y reduce su impacto. También los parásitos desarrollan adaptaciones para sobrevivir y diseminarse. La introducción accidental de un parásito nuevo en un ecosistema o la aparición de variantes (derivadas de mutaciones) tiene efectos letales que afectan a toda la población al principio, pero la adaptación gradual permite estabilizar sus efectos, como ha sucedido con varios virus estos años. Para el parasitismo, matar no es la mejor opción.

Bajo esta perspectiva tenemos una dualidad: por un lado, su impacto en los ecosistemas naturales donde su presencia es relevante para seleccionar a los mejores individuos y lograr el equilibrio poblacional; por otro, se limita su presencia como causante de enfermedades en humanos y sus animales, a partir de estrategias que suprimen los patógenos, de los fármacos para combatirlos o controlar las manifestaciones de las enfermedades que producen, e incluso el desarrollo de vacunas para prevenir las infecciones.

Esta visión antropocéntrica de los parásitos puede lograr eliminar organismos dañinos. Pero también deben considerarse sus riesgos: el exterminio de algunos logra la desaparición de unas enfermedades, pero puede favorecer otras. Es el caso de las alérgicas, cada vez más comunes. Estudios en comunidades cristianas tradicionales, como los amish, quienes reniegan de la tecnología y la medicina modernas, han demostrado la práctica inexistencia de alergias en sus comunidades.

Más importante aún, habría que tener en cuenta el equilibrio de la interacción con la población: cómo su presencia o ausencia afecta al proceso de selección natural. La lucha contra los parásitos y otros seres dañinos ha aumentado la esperanza de vida, reduciendo el impacto de patologías que pudieran acabar siendo mortales. El resultado puede tener un efecto negativo en la evolución de nuestra especie y otros derivados del crecimiento de la población humana y de los animales asociados a ella. Tendrá que considerarse bajo la perspectiva de especie nuestro papel en este planeta, con una capacidad limitada para mantener una biomasa integrada por multitudes de especies, y el papel de los parásitos en los ecosistemas.

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