El error de Trump con la India, una oportunidad para China
La incorporación de Modi a la foto de Putin y Xi cambia el equilibrio de fuerzas en la ecuación y visibiliza su poder como potencia bisagra con influencia para inclinar la balanza


Pocas decisiones de Donald Trump resultan tan desconcertantes como la forma en que está gestionando la relación con la India. Una maniobra que ha comprometido un capital político de enorme rentabilidad y puesto en riesgo dos décadas de inversiones. Un vínculo bilateral forjado con paciencia, perseverancia, y espíritu de superación frente a una desconfianza mutua heredada de la Guerra Fría.
El viraje hacia la India comenzó con la visita del presidente Clinton en el año 2000 y se desarrolló en paralelo al distanciamiento de Pakistán, que pasó a orbitar en torno a Pekín. A medida que Nueva Delhi estrechaba lazos con Washington, sus relaciones con China se fueron enfriando. India es la cuarta economía del mundo, el país más poblado del planeta, socio fundador del diálogo de seguridad QUAD junto con Japón, Australia y Estados Unidos, miembro del BRICS, donde ejerce de palanca diplomática para moderar las propuestas dirigidas contra Occidente a iniciativa de Rusia y China, compone el extremo oriental del IMEC, el ambicioso Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa, y hasta hace apenas unos meses, uno de los países donde Trump gozaba de mayor popularidad. Es decir, la India es la clave de bóveda de la estrategia del Indo-Pacífico norteamericana que surge en respuesta a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de Pekín (BRI por sus siglas en inglés). Y Trump acaba de lanzar un misil contra esta pieza central de la arquitectura regional. Está por ver si los daños serán coyunturales o estructurales.
El presidente ha cometido un error a tres bandas. En lo económico, al imponer un arancel del 50%, la cifra más alta aplicada a socios y rivales. En lo personal, al tildar a la India de “economía muerta”. Insulto gratuito a una nación nacionalista que todavía arrastra las cicatrices de un pasado colonial. Y en lo geopolítico, la decisión más sorprendente: recibir con honores en la Casa Blanca al jefe de las fuerzas armadas pakistaníes, a quien Nueva Delhi acusa de estar detrás del atentado terrorista en Cachemira que desembocó en una peligrosa escalada militar; y ofrecerse a mediar entre los vecinos asiáticos, asunto tabú para Nueva Delhi. Un gesto que puede leerse tanto como una forma de aumentar la presión sobre la India como un intento de reiniciar las relaciones con Pakistán, cuyo Gobierno llegó incluso a solicitar la concesión del premio Nobel de la Paz para Trump por su destreza diplomática. ¿Estarían pensando en Gaza?
Las repercusiones para la India podrían ser de gran calado. Durante años, Nueva Delhi ha tratado de presentarse como la gran alternativa a China: un país capaz de atraer inversiones globales, diversificar las cadenas de suministro y convertirse en la “otra fábrica del mundo”, siguiendo el plan China Plus One. La medida ha comenzado a dar sus frutos con Apple trasladando parte de su producción a la India. Pero los aranceles alteran drásticamente ese cálculo. Si la manufactura india se encarece, perderá competitividad frente a la de países con tasas más bajas, como Bangladés o Vietnam, y la iniciativa Make in India, dirigida a facilitar la inversión y producción, correría el riesgo de desmoronarse antes de consolidarse.
Además, existe un posible impacto interno. Cada año, millones de jóvenes indios se incorporan al mercado laboral. La industria exportadora es un medio importante de creación de empleo y el bloqueo de esta vía generará tensiones políticas. Es decir, los aranceles no solo comprometen la proyección internacional de la India como “la otra fábrica del mundo”, sino que también podrían afectar su estabilidad interna, al limitar la capacidad de generar los puestos de trabajo que exige la demografía.
¿Qué ha llevado a Trump a actuar de este modo? Las explicaciones son deficientes y apuntan en varias direcciones.
De manera oficial, se trataría de presionar a Rusia limitando la exportación de gas. Aquí, como suele ocurrir con las relaciones disfuncionales, se ha buscado una resolución del problema triangulando con un tercero: en este caso, desplazando hacia la India la responsabilidad de poner límites a Putin por la invasión de Ucrania, con el correspondiente escarmiento en caso de incumplimiento.
Por otra parte, la alienación de India podría ser una gran puesta en escena que exagera el descontento inicial para ganar margen de negociación.
Finalmente, la guinda del pastel, la obsesión de Trump por el premio Nobel, objeto particular de su hibris —el deseo desmesurado de un reconocimiento supremo— que Modi podría haber obstaculizado al negar su papel mediador en la crisis con Pakistán.
La carga simbólica de la fotografía de Putin, Modi y Xi Jinping juntos en Tianjin ha dejado huella. La imagen beneficia al mandatario chino, quien ha demostrado una notable capacidad de convocatoria, transmitiendo un mensaje de cooperación y previsibilidad en claro contraste con el liderazgo de Trump, marcado por el enfrentamiento y la volatilidad. Aunque lo realmente significativo ha sido la presencia del primer ministro indio, quien no había viajado a China en los últimos siete años. La estampa de Putin y Xi juntos, unidos por una “amistad sin límites” no tiene en sí nada de extraordinario, es la incorporación de Modi la cambia el equilibrio de fuerzas en la ecuación y visibiliza el poder de la India como potencia bisagra con influencia para inclinar la balanza de en un sentido u otro.
Ahora bien, en esta escenografía orquestada de apretones de manos y sonrisas destellantes no es oro todo lo que reluce. India y China acumulan diferencias de fondo. Las dos potencias siguen atrapadas en disputas territoriales que estallaron con virulencia en 2020 y se repitieron en 2022. Y la tensión trasciende la frontera. En la última crisis indo-paquistaní, Pekín se alineó abiertamente con Islamabad, que utilizó aviones de combate chinos para derribar un Rafale indio, fabricado en Francia. Fue la primera vez que aeronaves chinas entraban en combate real: un punto de inflexión en el terreno militar del sur de Asia. Y si, por un lado, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, Xi Jinping hizo un llamamiento a un “orden multipolar ordenado e igualitario”, en el que “el Dragón y el Elefante bailen un pas de deux cooperativo”, lo cierto es que en la práctica Pekín bloquea una y otra vez la entrada de India como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
Un apunte más que ilustra las líneas divisorias que recorren Eurasia, la lista de dirigentes que asistieron al desfile militar del aniversario del final de la II Guerra Mundial en Pekín. Entre los que acompañaron a Xi Jinping se encontraban los mandatarios de Rusia, Irán, Corea del Norte, Pakistán. Hicieron acto de ausencia las democracias liberales: India, Australia, Japón, Estados Unidos, Corea del Sur, Filipinas, Singapur, pero también gran parte de los países europeos.
Por el momento, el acercamiento de India a China es más movimiento táctico que cambio de política. Falta saber si para Trump es circunstancial o estratégico. La maniobra de distanciar a Rusia de China extendiendo la alfombra roja a los pies de Putin y castigar a sus socios con aranceles y vejaciones no parece funcionar, como hemos visto con el anuncio de la alianza energética entre Rusia y China.
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