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COLUMNA
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Torrente y Terminator a los mandos de una nave espacial

Los Estados que más hacen por sus ciudadanos son los más odiados. Nuestro futuro depende de que sepamos pensar esta paradoja

Trump y Musk, el pasado noviembre durante el lanzamiento de un cohete espacial.
Trump y Musk, el pasado noviembre durante el lanzamiento de un cohete espacial.Brandon Bell (via REUTERS)
Víctor Lapuente

¿Te imaginas a Torrente a los mandos de una nave espacial? Pues eso es la presidencia de Donald Trump. Y no solo porque un arrogante inepto vaya a conducir la maquinaria más sofisticada del mundo, sino por la inverosímil alianza que sostiene a Trump: los paleoconservadores de Steven Bannon que anhelan volver al pasado idílico y los intergalácticos de Elon Musk que quieren saltar al futuro utópico. Unos añoran la América de los 50. Los otros sueñan con el Marte de 2100. Unos rechazan a los inmigrantes y miran dentro de las fronteras. Los otros necesitan mano de obra foránea y no conocen fronteras terrestres ni espaciales. Unos desean ahorrar conduciendo coches contaminantes. Los otros, enriquecerse haciendo vehículos eléctricos. Unos son tradicionales y cristianos. Los otros, neoliberales y transhumanos. Más que dos tipos de personas son casi dos especies distintas, sobre todo si Musk sigue experimentando con chips cerebrales. Unos, humanos; los otros, ciborgs. Torrente contra Terminator.

Los republicanos han triunfado porque han estado más unidos que nunca en torno a un político (Trump) y, a la vez, más divididos que nunca en torno a unas políticas. Han podido apelar simultáneamente a los más perjudicados y a los más beneficiados por la globalización económica. Pero, aunque la fórmula haya funcionado en campaña, será difícil que de esas dos cosmovisiones antagónicas combinen en la acción de gobierno.

Eso tiene una lectura ilusionante para quienes queremos resistir la ola populista global. Ellos ganarán el poder, pero no convencerán con sus medidas. Y, ciertamente, los Johnson, Kaczynski, Bolsonaro o Trump (en 2020) dejaron el poder con más huecos que huellas significativas. Más que recrear la tragedia fascista de entreguerras, estos nacionalpopulistas montaron una comedia de posguerra.

Pero también hay una interpretación tenebrosa. Si han alcanzado el poder con unos programas tan incoherentes y alocados, ¿cómo de confusos y estrambóticos deben parecer los nuestros al electorado? A ojos de crecientes sectores sociales, los partidos convencionales (de la izquierda al centroderecha) representan los tentáculos de un monstruo que les “cruje” a impuestos, y regulaciones y les dicta hasta cómo hablar. El instinto visceral contra el Estado es lo que une a los agricultores de Nebraska (o Murcia) con los magnates del distrito de Manhattan (o de Salamanca). Los Estados que más hacen por sus ciudadanías de toda la historia son los más odiados. Nuestro futuro depende de que sepamos pensar esta paradoja.

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