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TRIBUNA
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Carta de invierno a un escritor remoto

Leer ‘Otra vida por vivir’, de Theodor Kallifatides, ha sido una revelación. Su Atenas podría ser nuestra Lisboa cuando los ricos nos humillaron durante la crisis

Carta de invierno a un escritor remoto. Lídia Jorge
sr. García
Lídia Jorge

1. Con motivo de la instauración en 2010 del Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, se designaron embajadores para representar en cada uno de los países de la UE la estrategia acordada a nivel global. Se dijo entonces que el 17% de los europeos eran pobres aún y que se pretendía activar mecanismos urgentes para combatir esa lacra. Sin embargo, irónicamente, en el curso de ese año varios países se hundieron en una profunda crisis económica, con Portugal y Grecia entre los más afectados, el año terminó mal, y aquella lucha dio como resultado lo contrario de lo que se pretendía.

Yo fui una de esas personas involucradas en aquel asunto y pude constatar la distancia que existe entre la proclamación retórica y la dura realidad financiera. Lo único que hice fue participar en debates mientras hubo quienes lo perdieron todo, casas, trabajos, posesiones y familiares. Comprendí que los embajadores no pasaban de ser rostros que se ofrecían ingenuamente para servir como emblema de la lucha contra un estado de cosas que no solo no cambió, sino que se ahondó, como acabó viéndose. Sin embargo, no encontré la síntesis del engaño que habíamos interpretado hasta que, tiempo después, en 2022, leí un titular de periódico que rezaba: “Se libra una guerra contra los pobres y no contra la pobreza”. Eran palabras de Theodor Kallifatides, un escritor de lengua sueca nacido en Grecia. Aquel escritor, a quien yo desconocía, había encontrado, unos años más tarde, las palabras que en aquel momento me faltaron.

2. Aquella entrevista, realizada por la periodista Bárbara Wong, era de lo más elocuente. A Theodor Kallifatides se le presentaba como poeta, novelista, poeta, filósofo, profesor universitario en Estocolmo, pero yo me quedé con la idea de que era sociólogo, y deduje que su libro Otra vida por vivir, que por entonces aparecía en versión portuguesa, era un documento ensayístico sobre la pobreza. De ese modo, el libro desapareció de mi horizonte. Hasta que hace poco algunos amigos míos volvieron a hablarme de Kallifatides como un escritor elegante y de valor, y me animaron a leerlo cuanto antes. Así que compré apresuradamente el único título disponible en la librería, el mismo que había dado lugar a la entrevista de Bárbara Wong.

3. Lo he leído en estos días del solsticio de invierno, aquí en el sur de Portugal, donde la inclinación de la Tierra consiente todavía un atisbo de sombra, lo que provoca que los campos se cubran de acedera. Durante tres días disfruté de silencio y paz. Y así, como no me ocurría desde hacía tiempo, me leí en un solo día el libro de Theodor Kallifatides. Con todo, lo leí lentamente, deteniéndome en cada hoja, subrayando palabras, marcando las páginas como se hace cuando no quieres que se te olviden. Lo leí entre la alegría y el remordimiento, pareciéndome curioso el que hubiera viajado tantos años antes de llegar a mis manos. El caso es que allí estaba su meditación sobre el cambio de la sociedad, de una sociedad que había aspirado a la armonía, al trabajo y a la sabiduría, y que, para enorme espanto de los coetáneos de Kallifatides, se había transformado en una sociedad dominada por el consumo y la diversión, la ligereza, la ansiedad, el ruido y los desechos, la degradación de las ciudades y de las relaciones humanas que determina la globalización. Una sociedad de nacionalismos e intolerancia religiosa, madres del odio y el conformismo. La pobreza, el tema que nos unió, surge principalmente a partir de la descripción de Atenas, la ciudad revisitada por el escritor emigrante, en un intento de regresar a casa. Escribe Kallifatides sobre el ambiente en las calles de la capital de su país: “En mi barrio, los cafés estaban llenos de desempleados y los vendedores ambulantes aumentaban. A uno le compré diez mecheros en la calle Gyzi. Ninguno funcionaba. En una tienda grande de la calle Athinás, los perros habían aprendido a distinguir a los buenos clientes de los que sólo miraban, y unos les movían el rabo, y a los otros les enseñaban los dientes”.

En verdad, lo que escribió sobre Atenas podría haberse escrito sobre Lisboa en la época en la que todos nos vimos humillados por los ricos que nos habían prestado el dinero y ahora lo querían de vuelta. Recuerda Kallifatides que vio en periódicos extranjeros caricaturas y viñetas del mismo cariz que las que había publicado Goebbels durante la ocupación y confiesa que le sangraba el alma. Debo decir que la mía también. En aquellos días, en un programa de France Inter me preguntaron qué sentía como portuguesa con la intervención de la troika, y cuando empecé a hablar del sistema sanguíneo, alguien me dijo que no había que darle tantas vueltas, porque en el mar, cuando la marea baja, quien está desnudo muestra su desnudez. En todo caso, al leer ahora, al cabo de estos años, el libro de Theodor Kallifatides, entiendo que pronunciase esa frase que vino a mi encuentro. Que me iluminó sobre la guerra que se libra contra los pobres y no contra la pobreza, esa abstracción de PowerPoint. Pero la revelación que me ha traído este pequeño gran libro en estos días del solsticio de invierno ha sido mucho más amplia, y no existe una fórmula para resumirla. Otra vida por vivir aporta la confesión personal de un escritor sobre su taller verbal y su entrega a los lectores es conmovedora. A sus colegas de profesión también.

4. Lo leí cerca de una ventana bajo la escasa luz de un invierno más imaginario que real, dejando que la confesión de un escritor tomara cuerpo en una voz audible. No, no me hallaba ante páginas de sociología, como erróneamente había pensado; me hallaba ante una voz singular que se presenta al mundo sin avergonzarse de sí mismo, sabiéndose una muestra de humanidad, esa falta de pudor que transforma a un ciudadano en escritor. Y varias veces leí despacio sus palabras. ¿Cómo escogerlas? No es fácil.

Leí despacio el pasaje en el que evoca a la pequeña zorrita que camina por la nieve hasta llegar a su puerta para pedirle algo de comer. El escritor le dio a esa zorrita el nombre de Nina, la heroína de Chéjov, por sus grandes ojos suplicantes cuando se inclinaba hacia sus manos. Cuenta el escritor que al cabo de unos meses encontraría esta hermosa cabeza colgada como un trofeo en la morada de un cazador. Sin que nadie lo viera, Kallifatides dice que besó la cabeza de Nina, murmurando: “¿Qué te han hecho, Nina?”. Y quiero decirle, en nombre de este y otros pasajes similares, gracias, Theodor, por besarnos así.

Gracias también por contarnos, entre decenas de episodios, aquel en el que el gigante Bergman, colaborador de una de tus películas, se negó a recibirte, cierto día, diciendo que no le apetecía. Tras confesar que no se enfadó con Bergman, se pregunta Theodor por qué no se comporta como el famoso director. Y comenta: “¿Por qué evito, en la medida de mis posibilidades, causarle una aflicción a alguien, o negarle un gusto?”. Kallifatides, desde aquí te digo, no deberías haber hecho esa confesión en voz alta; te coloca de forma gratuita en las filas de los buenos, no de los genios.

5. Y gracias, sobre todo, Kallifatides, por contarnos cómo te despediste de tu estudio en lo alto de Estocolmo, al que llamabas la guarida del lobo y sobre el que escribiste líneas maravillosas: “Entraba en el estudio rezongón y mísero y al cabo de diez minutos encontraba en mí al hombre que escribía”. Hasta que la guarida del lobo ya no fue suficiente para motivarte y te precipitaste de nuevo a tu precaria Grecia, y allí, hablando otra vez tu lengua materna, te diste cuenta de que la batalla de las lenguas es una batalla por la esencia del alma. Escribes en la penúltima página: “Cuando sabes lo que quieres decir, puedes decirlo en todas las lenguas que conoces. / También puedes guardar silencio en todas las lenguas que conoces. / Pero cuando no tienes nada que decir, lo dices mejor en tu lengua materna”. Y el autor se puso a escribir en griego y ya no paró. Qué diferencia hay entre un apátrida y un habitante de todos los lugares, incluido el corazón humano.

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