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Lecturas internacionales
Columna
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Servidumbre voluntaria

El dinero en proporciones astronómicas se ha cansado de influir en la política y prefiere tomar directamente el mando

Donald Trump y Elon Musk, en el Madison Square Garden, en noviembre.
Donald Trump y Elon Musk, en el Madison Square Garden, en noviembre. Jeff Bottari (Zuffa LLC/Getty Images)
Lluís Bassets

Todavía no se ha sentado en el trono y ya ha empezado el desfile. En realidad, había empezado mucho antes. Preventivamente, por si ganaba. Muchos fueron los que aportaron fondos a su campaña electoral sin que se identificaran con sus ideas. Para obtener ventajas de la nueva Administración, cargos en el Gobierno incluso, y adicionalmente sortear los planes de venganza que Donald Trump anunció para quienes le hubieran perjudicado o no le hubieran ayudado suficientemente.

Destacan los propietarios de dos grandes periódicos, The Washington Post y Los Angeles Times, que ejercieron la censura para evitar que sus redacciones pidieran el voto para uno de los candidatos presidenciales, siguiendo una larga tradición en la prensa de Estados Unidos. Los editoriales de ambos diarios iban a apoyar a Kamala Harris, la candidata demócrata, pero la censura produjo el efecto contrario en favor de Trump, sin necesidad de escribir un artículo con tal propósito. Por si alguien lo había olvidado, quedó claro quién manda en el negocio de las noticias. Y en evidencia, la debilidad de los medios convencionales, sin fuerzas ante las presiones del poder ascendente, en sangrante contraste con la cínica coherencia de las pujantes redes sociales, sus autores anónimos, sus troles y sus noticias sin comprobar o directamente falsas.

Se trata de apaciguar a Trump, de rendirle vasallaje incluso. Si no fue durante la campaña, al menos aportando fondos a las ceremonias de la toma de posesión del 20 de enero. La lista es memorable: Mark Zuckerberg, Jeff Bezos… y una larga nómina de grandes patronos, especialmente tecnológicos. La poderosa cadena ABC News, propiedad de Disney, con sus parques temáticos y sus fondos cinematográficos bajo vigilancia del trumpismo, ha sido la sumisa y voluntaria víctima del clima de intimidación reinante. Trump no ha escondido sus deseos de quitarle la licencia televisiva, en castigo por sus actitudes críticas y por su sensibilidad woke, pero de momento ya ha conseguido arrancarle una sustanciosa indemnización de 15 millones de dólares en una demanda por difamación contra el presentador estrella de la cadena televisiva, George Stephanopoulos, que le calificó de violador a partir de una sentencia condenatoria por “abusos sexuales”. ¡El gran difamador no permite que se le difame! Los directivos de Disney han preferido una conciliación costosa y humillante, que incluye la rectificación pública, a pesar de que el magistrado que presidió el juicio sostuvo la equivalencia entre el delito de abusos sexuales del código penal de Nueva York por el que fue condenado y la violación de otros códigos.

Nadie como Elon Musk encarna tan bien la alianza que se está estrechando entre el turbocapitalismo tecnológico y el trumpismo. El hombre más rico del planeta aportó más de 260 millones de dólares a la campaña. Destruyó Twitter y puso X a su servicio. Participó, gritó y saltó en los mítines. Encabezará un Departamento de Eficacia Gubernamental, para recortar gastos y revisar regulaciones que afectan a sus empresas y a sus ideas más ambiciosas, como su proyectado viaje a Marte. Una multitud de megarricos le acompañarán como cargos públicos de la nueva Casa Blanca, sin que exista ni un ápice de preocupación por los conflictos de intereses entre unos negocios que no abandonarán y unas regulaciones sobre los mismos negocios sobre las que tendrán capacidad de decisión.

El dinero en proporciones astronómicas se ha cansado de influir en la política y prefiere tomar directamente el mando, de momento, junto a Trump. Alguna semejanza tiene con el poder autocrático de Putin, fruto de la colusión entre el KGB y “el mundo igualmente cínico y amoral de las finanzas internacionales”, según la historiadora Anne Applebaum. A no olvidar el significado de esta presidencia para el oscuro mercado del bitcoin, la moneda digital opaca y propensa al fraude o directamente vinculada al crimen, pujante en bolsa después de las elecciones y convertida en bandera de los financieros trumpistas.

La naturaleza humana no cambia. Palabras escritas hace cinco siglos parecen escritas hoy mismo: “Declarado el tirano, todo lo peor, la escoria del reino, no digo ya una pandilla de ladronzuelos y aprovechados, sino los que acreditan una ardiente ambición y una notable avaricia, se apelotonan a su alrededor y le apoyan para hacerse con parte del botín y convertirse en tiranuelos ellos mismos. Cuanto más roban, más exigen, cuanto más arruinan y destruyen, más se les entrega, más se les sirve, siempre más fuertes y preparados para aniquilar y destruir. No deben hacer tan solo lo que él indica, sino pensar lo que él quiere y, a veces, adelantarse a su pensamiento”. Si algo ha cambiado desde que Étienne de la Boétie las escribiera ha sido la tecnología, que amenaza con convertir a sus magnates, como Elon Musk, en los nuevos tiranos y a los antiguos políticos cómplices, como Trump, en los tiranuelos a ellos subordinados.

Para leer (y escuchar) más:

‘Discurso de la servidumbre voluntaria’

Étienne de La Boétie. Editorial Trotta, 2019.

'The Daily Blast'. Entrevista a Anne Applebaum

Podcast de 'The Republic' (16 de diciembre 2024).

‘Elon Musk’

Walter Isaacson. (Debate, 2024).

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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