La tentación de ser pesimistas
Anne Applebaum insiste en la necesidad de frenar las ambiciones imperiales de Putin para proteger la democracia
El 21 de noviembre Rusia envió un misil de alcance intermedio, apodado Oréshnik, que impactó en un complejo industrial de tecnología aeroespacial en Dnipro, Ucrania. Llevaba varias ojivas que podían haber sido nucleares, así que el mensaje de Putin resultaba claro. Puedo hacerlo y con puntería, decía, ustedes ya verán. Respondía de esa manera a los ataques que acababa de sufrir en su territorio con misiles proporcionados a Kiev por Estados Unidos y el Reino Unido. La amenaza nuclear que Putin maneja de tanto en tanto puede ser simplemente una fanfarronada, pero es eficaz. Occidente lleva temiendo desde el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022 una escalada de la guerra, lo que para muchos significa falta de determinación, temor a que las cosas lleguen demasiado lejos y sus ciudadanos se revuelvan contra cualquier tipo de ayuda a Ucrania. El caso es que, en los frentes militares, Moscú avanza, aunque lo haga con lentitud. Sigue mejorando sus posiciones en Donetsk y por lo que toca a la maniobra que hizo Ucrania en agosto dentro de Rusia, en Kursk, ya ha recuperado con la ayuda de tropas que le ha facilitado Corea del Norte más del 40% del territorio que llegó a perder. Los drones que maneja, de procedencia iraní y que machacan con insistencia distintas ciudades de Ucrania, tienen a la población atemorizada. En muchos países de la Unión Europea, por otro lado, avanzan las fuerzas prorrusas. “La tentación de ser pesimistas es genuina”, dijo Anne Applebaum en el discurso de aceptación del Premio de la Paz que pronunció en Fráncfort, una adaptación del cual publicó este periódico el pasado domingo.
Anne Applebaum sabe bien de lo que habla. Lleva tiempo analizando, y contando con todo detalle, cómo operó la Unión Soviética de Stalin en las zonas europeas que ocupó después de la Segunda Guerra Mundial. No había límites que no estuviera dispuesto a cruzar con la firme voluntad de asentar su dominio. Lo mismo ocurre hoy con Putin, aunque las circunstancias sean distintas y los métodos hayan cambiado. Lo relevante es que no está dispuesto a ceder y tiene un plan, aunque se lo pueda caricaturizar como desproporcionado o irreal. Esa idea de devolverle a Rusia su vocación imperial, de recuperar la antigua gloria que le fue arrebatada. Las democracias occidentales estaban demasiado convencidas de que habían triunfado definitivamente tras la caída del muro de Berlín. Y ahora da la impresión de que estén perdidas.
Las señales son demoledoras. Trump ha vuelto al poder en Estados Unidos con mucha mayor fuerza de la que se esperaba, y tiene también un plan. Se parece al de Putin, pues habla de recuperar la grandeza de América y, para lograrlo, tampoco le importa demasiado saltarse las reglas de juego y debilitar los usos de la democracia. Por lo que se refiere a los dos grandes tractores de Europa, están gripados. Francia se acaba de quedar sin primer ministro, en Alemania se ha deshilachado la coalición que gobernaba y habrá elecciones el próximo año.
Ante ese panorama, el discurso que pronunció Anne Applebaum para agradecer el premio que le han concedido los libreros alemanes parece construido con los mismos materiales —el dolor, la desesperanza, la rabia— que provocan un grito. Un grito para sacudir las conciencias y que pide ayuda. Un grito de alarma: lo que viene será peor si no se frena a Putin. La tentación de ser pesimistas está ahí. “Pero no podemos dejar que el escepticismo se convierta en nihilismo”, dijo Applebaum. Las cosas están tan mal que sería un pésimo síntoma que sus palabras no fueran nada más que un grito en el desierto.
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