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Columna
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Europa ante Estados Unidos

Mientras Bruselas trata de urbanizar a Orbán, Trump se ha propuesto ‘orbanizar’ la UE

Donald Trump y Viktor Orbán
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, posa junto al expresidente de Estados Unidos y candidato republicano Donald Trump en la finca Mar-a-Lago de Trump en Palm Beach, Florida (EE UU), el pasado 11 de julio.Zoltan Fischer HANDOUT (EFE)
Xavier Vidal-Folch

Europa se juega mucho en las elecciones estadounidenses del 5-N. En el tablero se expone ella misma, como Unión. Hasta el mandato de Donald Trump (2017/2021) las presidenciales de EE UU tenían impactos diferenciales limitados en sus políticas. Opinión pública y partidos del centroderecha y el centroizquierda exhibían, con variantes, una ligera mayor sintonía con el universo demócrata: por su adscripción al Estado del bienestar, esa marca de la casa propia; su gratitud por el apoyo histórico a la construcción comunitaria; su mayor apertura al exterior. Pero eso no obstaba a que los gobernantes apoyasen —con independencia de su adscripción ideológica—, al republicano George Bush padre (y a su secretario de Estado, James Baker) en la primera guerra del Golfo. Y que abonasen, a la inversa, una dura “posición común” contra Cuba con la Administración demócrata de Bill Clinton.

El mandato de Trump finiquitó esas alianzas transversales a lo ideológico-político, con sus vaivenes, pero propias de socios arraigados. Practicó una agresiva política comercial contra los aliados de siempre y sus intereses. La envolvió con un asedio a la Organización Mundial del Comercio, un pilar del multilateralismo de posguerra en el que la UE nadaba como pez en el agua, erigida en la economía más abierta del mundo. Y despreció a la Alianza Atlántica, debilitándola, al sugerir una retirada de su país si el resto no aumentaba sus contribuciones financieras.

Todo eso se replicaría en un eventual Trump-II. Muy probablemente corregido y aumentado con aranceles a la importación no selectivos sino generales, arma que ya ha aireado en campaña. O cabalgando en una carrera desfiscalizadora en el impuesto de sociedades. O un mayor acoso a la OTAN, diluyendo progresivamente su flanco oriental vecino a Rusia. O retirando el apoyo a Ucrania ante la invasión del Kremlin. O forzando aún más el apoyo al desempeño extremista del actual Gobierno de Israel, frente a la menos desequilibrada postura europea. Pero quizá todo eso no fuese sino una mera consecuencia de que un segundo Trump se implicase más en domeñar a la UE e implicarse en la propia gobernanza europea. Mientras la mayoría liberal de los gobiernos apadrina una estrategia de urbanizar a Hungría y los otros iliberales, el magnate ya ha recibido fraternalmente al prorruso mandatario húngaro, iniciando el intento de orbanizar Europa. El trumpismo ya ha exportado la fijación de su listón de tolerancia (ninguna) y de su estrategia de crispación e insulto (toda).

Ahora fraguaría, como tiene advertido Timothy Garton Ash, un verdadero “partido de Trump dentro de la Unión”. Pero el orbano/trumpismo es ultraderechista, y ultranacionalista: el envés de la complicidad entre países, de las soberanías compartidas, de la primacía federal del derecho común sobre los nacionales, de las relaciones equilibradas con los vecinos y menos crueles con los refugiados. Por eso, si los europeos votaran el 5-N, su reverso, Kamala Harris, ganaría de calle.

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