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Columna
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Yolanda Díaz y la ley del esfuerzo

No estaría de más que la vicepresidenta describiera lo que entiende por “vivir mejor”, asunto este de indudable interés general

Yolanda Díaz, durante una entrevista con EL PAÍS.
Yolanda Díaz, durante una entrevista con EL PAÍS.Álvaro García

En repetidas ocasiones he visto a la vicepresidenta y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, defender, ya en tono risueño, ya con alharacas de mitin, la idea de “trabajar menos para vivir mejor”. No estaría de más que alguna vez describiera, aunque fuese de forma sucinta, lo que entiende por “vivir mejor”, asunto este de indudable interés general. (Y, ya puestos, si aspira también a una reducción de su jornada.)

La oí asimismo considerar esta iniciativa en apariencia benéfica una “tarea” del Gobierno de España. Más allá de introducir mejoras en las condiciones laborales y los salarios (a lo cual el arriba firmante, hijo de obrero fabril y de ama de casa, no negará jamás su apoyo), me causa viva suspicacia la contraposición sin matices que la vicepresidenta y supongo que otros de su cuerda establecen o parecen establecer entre el trabajo y una vida mejor. Resulta obvio que a un ciudadano que trabaje por cuenta ajena, tenga que madrugar, sacrifique a diario un número de horas valiosas y cobre poco, la propuesta de Yolanda Díaz le habrá de sonar a música celestial.

Discrepo, sin embargo, de la filosofía práctica que se esconde tras una afirmación que vierte una capa de barniz negativo sobre el trabajo. Dicho de otro modo, celebro haber recibido de niño en mi hogar modesto la enseñanza según la cual salir adelante en la vida, huir de la estrechez, aportando quizá a la sociedad algo creativo, útil, innovador, requiere estudio, dedicación, tiempo de soledad laboriosa y, en suma, esfuerzo, y que no hay por consiguiente vida mejor que aquella asociada al trabajo honrado y a la vocación consumada, siempre con la posibilidad del éxito en el horizonte. “Tú, hijo, dale duro ahora que eres joven para que el día de mañana no acabes como yo en una fábrica”, me decía mi padre. Gracias, viejo. Tú sí que estabas a favor del progreso.

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