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Poner a parir

Nunca antes en la historia se había producido un llamamiento tan descarado para traer niños al frente de guerra

Niños rusos juegan sobre un tanque en el que reza "¡Por la Patria!" en un parque de Moscú.
Niños rusos juegan sobre un tanque en el que reza "¡Por la Patria!" en un parque de Moscú.MAXIM SHEMETOV (Reuters)
David Trueba

Una de las razones por las que toda la derecha ultranacionalista de países europeos venera a Putin es porque comparten con él una visión reaccionaria del papel de la mujer y un mensaje radical de antimodernidad. Desde que declaró la guerra contra Ucrania, este apoyo ha sido más o menos disimulado, porque no convenía relacionarse con un apóstol de la crueldad que bombardea sin escrúpulos colegios y hospitales. Pero la desmesura del enfrentamiento entre Netanyahu y Hamás y Hezbolá ha ayudado a relativizar la crueldad del líder ruso y, cada vez más, el perfil de duro vuelve a concitar la admiración de los huérfanos de autoritarismo. La gestión de las libertades siempre ha provocado una reivindicación parcial del retroceso, cada avance técnico deja un ejército de nostálgicos que poco a poco se consumen en su propia insignificancia. Pero conviene observar que la supuesta seducción del duro acarrea un coste tremendo a su población, y Rusia se ha negado a contabilizar oficialmente sus muertos y heridos, mientras oculta la ingente cifra de desertores y exiliados forzosos. En el lado ucranio, pese a que la censura también es firme, se filtran sensaciones de fatiga, de un agotamiento natural. Quizá la paz llegue algún día desde abajo, desde el recluta raso, hasta los despachos oficiales. Veremos.

Mientras tanto, no deja de ser grotesca la última prohibición que ha dictado el Kremlin. Sancionará con dureza cualquier tipo de propaganda contra la procreación. Si ya acarrea cárcel cualquier información real del frente y la destrucción bélica, es normal que la dictadura de las costumbres tome los dormitorios. El feminismo y la libertad sexual están perseguidos en Rusia por normas oficiales que promueven un supuesto tradicionalismo. Ahora la cosa estriba en traer braceros para manejar tanto dron como hay, cargado de explosivos. De hecho, se ha repetido en los discursos de Putin una exhortación firme para que las mujeres tengan muchos, muchos hijos, como antes. Ese “como antes” suena a la nostalgia inventada que sustenta a los ultranacionalistas en toda Europa. Ellos también hacen llamamientos a la maternidad a destajo para frenar la inmigración, que perciben como el gran mal de nuestra sociedad y que por el momento les llena las urnas de votantes un poquito distraídos sobre la realidad del mundo.

Nunca antes en la historia se había producido un llamamiento tan descarado para traer niños al frente. Los líderes duros no tienen instinto maternal, tan solo necesitan carne de cañón. Esto ha sido una dinámica histórica, pues las crías del pueblo han servido siempre a las causas nacionales con ceguera inducida. Pero exigir hijos, hijos y más hijos, como si fuera un esfuercillo industrial, como una zafra procreadora, provoca una sensación desasosegante. A las madres de los soldados rusos muertos no se les ha escuchado porque todas sus asociaciones están bajo sospecha si es que no tuteladas por el Gobierno. La carnicería es notable y uno entiende, incluso con empatía, que las familias se refrenen a la hora de entregar lo que más quieren a conflictos que carecen de razón real. Las guerras de nuestros días a lo primero que sirven es a extender sin plazo el mandato de los líderes. Estos jóvenes enviados al matadero tienen madres. Ellas quizá no se dejarán engañar tan fácilmente. Estamos a la espera de saber quién mandará a parir a quién.

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