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COLUMNA
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El viaje ultra de Alberto Núñez Feijóo

La estrategia del PP de asedio permanente al Gobierno no se atiene a los intereses del Estado

Feijóo y Abascal, el día 17 en el patio del Congreso.
Feijóo y Abascal, el día 17 en el patio del Congreso.Claudio Álvarez
Xavier Vidal-Folch

El viaje de Alberto Núñez Feijóo a la ultraderecha va muy veloz. Lo denota su retórica de asalto, y la de su camarilla. Catastrofista y ad personam contra el sanchismo: “No se veía una cosa así desde Franco” (como si su padrino no hubiera sido ministro de la dictadura); el Gobierno colabora en “golpes de Estado”; el presidente es un “felón”; un “traidor”, un “déspota”, un “dictador”.

Lo ratifica el contenido material de su oposición. El afán destructivo abarca todos los asuntos. La agresividad contra la política exterior no salva nada, ni las relaciones con Marruecos, con Argentina, con Venezuela, o ahora ya con el resto de la UE. Su boicot daña a los ciudadanos. Machaca a los eventuales beneficiarios de la política de vivienda (regulación de abusos en alquileres temporales). O a los inmigrantes, al negarse a retocar la ley de extranjería para recolocarlos obligatoriamente en las diversas comunidades, igual que se pactó en la UE; al propugnar hoy el uso de corbetas militares y mañana, las deportaciones masivas. Igual que sus rechazos a subir el salario mínimo, a crear el ingreso vital, a revalorizar las pensiones con el IPC. Y a las autonomías —incluidas las que gobierna—, al privarlas de miles de millones por oponerse a la senda de gasto.

Solo hubo una excepción notoria: su tardía aquiescencia a renovar el Poder Judicial, tras años de insistencias y un clamor insoportable de su propio entorno social y europeo.

Esta estrategia de asedio permanente no se atiene a los intereses del Estado. Ni a la intimidad familiar del rival, a cargo de un partido partidario de la familia. Ni a la veracidad de las acusaciones. Todo vale.

El viaje ultra usa vericuetos contrapuestos. Acompañarse de Santiago Abascal si se tercia, despreciarlo cuando conviene. Alimentarse de sus insultos. Apoderarse de sus ídolos, jaleándolos (Javier Milei) o humillándose en peregrinación (Giorgia Meloni). Montarse en sus palancas, robarle la cartera o esterilizarlo, el objetivo es solo uno: paralizar la acción del Gobierno, como prólogo a su derrumbe. Y así llegamos a un empate asimétrico e irritante para todos: el PP no llega a gobernar, pero dificulta que otros lo hagan. La coalición de izquierdas gobierna, pero menos: se desangra para arbitrar reformas y medidas, o ni siquiera las logra.

¿Por qué pasa esto? Queda para otra entrega el relato de cómo el moderado transmutó a caimán.

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