El PP ofrece a la extrema derecha un inquietante éxito
Feijóo ha metido a Vox en la corriente principal de la política española, como ocurre en Hungría o Polonia
El acuerdo alcanzado por el Partido Popular con Vox en la Comunidad Valenciana aleja cualquier duda sobre la voluntad de la derecha conservadora española de normalizar a la extrema derecha populista, sin tener en cuenta que esa normalización inevitablemente socavará los valores liberales de la democracia. Es un éxito indudable, e inquietante, de la extrema derecha, que se integra cada vez más en toda Europa, tanto en los debates públicos como en los sistemas políticos.
La presidencia de las Cortes Valencianas y el desempeño de dos carteras en un Gobierno tan reducido como el que anuncia su nuevo presidente popular, y en una autonomía con tanto peso económico y político como la valenciana, no es un acontecimiento menor y, además, puede interpretarse como un modelo a seguir en el caso de que el PP gane las próximas elecciones generales, pero necesite a Vox para alcanzar la mayoría parlamentaria.
El hecho de que el PP vaya dejando en manos de la extrema derecha la gestión de la agricultura, la cultura o los asuntos sociales abre posibilidades muy inquietantes. Debería bastar con pensar en un Ministerio de Agricultura dirigido por un representante de Vox, donde no se conoce la existencia de un solo experto, para que agricultores y ganaderos experimentaran más escalofríos que satisfacción. El sector agropecuario es, precisamente, uno de los que más conocimientos técnicos exige de las políticas europeas.
La decisión de Núñez Feijóo ha introducido a la extrema derecha en la corriente convencional de la política española (mainstream, en su reconocida expresión inglesa), como ya ocurrió en Hungría, Polonia e Italia. La experiencia demuestra —Populismo y extrema derecha. Tendencias en Europa, Universidad Católica del Sacro Cuore. Milán—que una vez que esa incorporación se produce, la extrema derecha logra que finalmente solo exista un único bloque, donde no se distingue la derecha de la extrema derecha, porque existe un único vocabulario y una única estrategia. Un bloque que, como dice uno de sus líderes polacos, Grzegorz Braun, busca siempre presentar a sus oponentes también como una única alianza, pero formada “en contra” de la nación, sea Polonia, Italia, Hungría… o España.
La presencia de la extrema derecha en el mainstream político europeo está suponiendo ya un verdadero peligro para la marcha y el futuro de las instituciones europeas. Una vez en la corriente principal, Vox, como sus colegas, intentará presionar para limitar el papel de dichas instituciones. Todos coinciden, además, en querer eliminar la capacidad de los tribunales europeos para vigilar y proteger el Estado de derecho en los países miembros.
La famosa lingüista austriaca Ruth Wodak, catedrática de Análisis del Discurso, demuestra cómo avanza la extrema derecha en el discurso de la derecha tradicional. En sus estudios, se observa cómo ocupan cada vez más espacio las estrategias basadas en la provocación y en la negación, exitosas a la hora de fijar la agenda y desviar la atención de temas importantes. Esas armas de distracción masiva están incidiendo en la derecha tradicional hasta el extremo de que, en algunos casos, terminan por ser sus únicas herramientas discursivas.
Una de esas herramientas, quizás la más poderosa, consiste en lograr que las campañas electorales giren en torno a una única y exclusiva pregunta. “¿Quieres que América vuelva a ser grande?”, gritaba Donald Trump en 2015. “¿Quién quieres que mande en el Reino Unido: tú o los burócratas europeos?”, vociferaba Nigel Farage en 2016. “¿El sanchismo o España?”, planteó Isabel Díaz Ayuso en su campaña autonómica, mensaje que no desmiente ahora Núñez Feijóo. Pedro Sánchez es tan España como cualquier político de la derecha y es una barbaridad democrática plantear siquiera esa pregunta. Quizás el referéndum que haya que planear no es “Sánchez o España”, sino si se puede hacer oposición usando ese lenguaje. La simplificación extrema está haciendo desaparecer la explicación, no ya de programas electorales completos, algo que nunca ha ocurrido, sino de las tres o cuatro prioridades con que los candidatos piensan conformar su actuación política. ¿No tienen nada que decir al respecto los políticos, de uno y otro signo, que protagonizaron la Transición y lucharon, en circunstancias bien difíciles, porque se desterrara ese vocabulario y esa manera bárbara de hacer política? Su silencio atruena.
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