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Columna
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Odiar a Almodóvar

Medios conservadores critican al director manchego no por su obra, sino por sus opiniones políticas y por ser como es

Almodóvar mostraba el pasado día 7 el León de Oro del festival de Venecia.
Almodóvar mostraba el pasado día 7 el León de Oro del festival de Venecia.FABIO FRUSTACI (EFE)

Pedro Almodóvar dio la semana pasada la mano a Luis Buñuel y se convirtió en el segundo cineasta español que gana —con La habitación de al lado— el León de Oro del festival de Venecia, un certamen que tradicionalmente no ha sido generoso con el cine español. Es un galardón de prestigio mundial, y entre sus ganadores están directores del renombre de Kurosawa, Dreyer, Rossellini, Tarkovski, Antonioni, Visconti, Pontecorvo, Wenders, Godard, Altman, Kieslowski, Kitano, Leigh o el propio Buñuel. Un canon del mejor cine de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

Almodóvar, Berlanga y Buñuel son posiblemente los tres Reyes Magos del cine español. El manchego es de los españoles más conocidos fuera de nuestras fronteras y uno de nuestros mayores artistas, casi un tesoro nacional, un segundo Picasso, esta vez en el cine. Sus películas nos acompañan desde hace 44 años. Decenas de actores, pero, sobre todo, actrices españolas, se han dado codazos para ponerse ante su cámara. “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, cantaba Joaquín Sabina. Su obra marca el paso del cine español de las dos últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del XXI. Amenaza con seguir haciéndolo. Pero Almodóvar, me temo, es rojo. De izquierdas. Progre. De la ceja. Buenista.

Los medios conservadores más tradicionales contaron su éxito sin mucho aspaviento. No aplaudieron con las orejas, pero saben que hay mitos a los que es imposible atacar sin pasar por sectario. Pero en la ultraderecha digital manca finezza, sobra odio y se compite por un mismo tipo de lector reaccionario poco habitual, lo que lleva a perder la compostura y a mostrar las vergüenzas, probablemente de forma involuntaria, para llamar la atención. A Almodóvar no se le critica por su obra, sino por sus opiniones y por ser como es. En Vozpópuli se critica que diga que “la extrema derecha quiere convertir a los menores migrantes en invasores”, se le tacha de “icono del activismo estéril” o se dice que alguna vez ha pasado “sus vacaciones en yates de lujo”. Pocas cosas detesta tanto un reaccionario como a un rico de izquierdas.

Lo escribe el mismo, Víctor Lenore, que define a la ultraderecha alemana de AfD, esa que apesta a neonazi desde que se le pasa el dedo y se le quita el polvo, como “derecha social y patriótica”. Que Almodóvar haya decidido rodar en inglés es “un claro acto de sumisión a la anglosfera” y su éxito y reconocimiento una “burbuja de artistas (...) que se creen antisistema mientras nos sermonean desde los púlpitos que les abre el poder global”. Fruto de “una burbuja de artistas”, dice de quien sería el primer Premio Nobel del cine español si la Academia sueca concediera galardones al séptimo arte.

No es sólo el columnismo que parece provenir del pasado falangista. El insulto llegó también de un tipo inteligente, respetuoso y educado como Ricardo Dudda, a quien uno lee con gusto cuando se lo encuentra entre bulo y disparate y que parió el año pasado un libro (Mi padre alemán) magnífico, como decía la crítica de Jordi Gracia. Dudda tampoco puede con Almodóvar. Hace unos meses escribía que había llegado al “clímax de esta cursilería de baja estofa”. ¿A qué se debía semejante insulto? A la carta que escribió el cineasta pidiendo a don Pedro que no dimitiera cuando este amenazó con hacerlo el pasado abril.

No se sorprende uno cuando quienes se dicen católicos, pero en dos de cada cuatro piezas destilan odio, atizan con fervor preconciliar al cineasta. Dicen, como Luis Ventoso en El Debate (digital propiedad de la Asociación Católica de Propagandistas y que no parece dedicado precisamente a fomentar el amor al prójimo), que “respira resentimiento”, que está “cegado por un dogmatismo político prejuicioso”, que “vive en el espejismo de una España inexistente”, que “no se le conoce una palabra de sabor patriótico” y que sus películas tienen “moralina politiquera dogmática”, “subcultura de la muerte” y “mala baba”. Ventoso, y ese catolicismo de aceite de ricino, sacristía mohosa, insultón con cualquier progresista, pero no por sus obras, objetos de crítica como todo arte, sino por rojo.

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