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Brasil arde, Lula es débil y el mundo debería temblar

El país que (des)alberga el 60% de la Amazonia ha entrado en territorio desconocido y hoy el 60% de su superficie está cubierto por el humo de incendios

Un incendio en la vegetación del Cerrado crea una cortina de humo en la zona rural de Formosa, Estado de Goiás (Brasil), el 11 de septiembre.
Un incendio en la vegetación del Cerrado crea una cortina de humo en la zona rural de Formosa, Estado de Goiás (Brasil), el 11 de septiembre.Andre Borges (EFE)
Eliane Brum

“Estoy aterrorizado”, ha afirmado el brasileño Carlos Nobre, uno de los climatólogos más respetados, conocido tanto por su competencia como por su prudencia. En una entrevista al periódico O Estado de S. Paulo, se ha referido al hecho de que ningún científico del mundo predijo lo que estamos presenciando en el planeta, con una temperatura media ya casi 1,5 grados centígrados superior a la de la era preindustrial, algo que en los peores escenarios solo ocurriría en 2028. Esta advertencia la ha hecho este mes de septiembre, cuando Brasil está materializando el aviso de los científicos de que hemos entrado en territorio desconocido. Brasil arde. No “solo” la Amazonia: el 60% del territorio brasileño está cubierto de humo, que ya empieza a llegar a los países vecinos. Durante días, São Paulo ha sido la gran ciudad más contaminada del mundo. Los habitantes de la mayoría de las capitales, incluida Brasilia, respiran humo y el número de enfermos no para de crecer. La Amazonia se ha convertido en el mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta. La ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, afirma que son incendios provocados. El presidente del Supremo Tribunal Federal, el magistrado Luís Roberto Barroso, ha declarado que todos los incendios de la Amazonia y el Pantanal los ha causado la acción humana deliberada. Lo que ocurre hoy en Brasil está fuera de control.

¿Y Lula? ¿Dónde está Lula da Silva?

Es un hecho que el Congreso brasileño está dominado por las fuerzas responsables de la destrucción de la Amazonia y de todos los biomas. Los esfuerzos de diputados y senadores por avanzar sobre las tierras indígenas y las áreas protegidas son persistentes y generalmente victoriosos. La población parece haberse sumido en un coma por negación, como en la pandemia, con la esperanza de que todo sea solo una fase pasajera. Brasil celebrará elecciones municipales en octubre y apenas se habla de colapso climático. En São Paulo, mientras la población respiraba humo, la repercusión del último debate, el domingo pasado, fue la agresión con una silla del candidato José Luiz Datena a Pablo Marçal, el nuevo fenómeno fascista.

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Aun así, hay que repetir la pregunta: ¿dónde está Lula da Silva?

Yo se lo cuento. Lula está defendiendo la apertura de un nuevo frente de explotación de petróleo en la Amazonia. Lula está defendiendo un ferrocarril llamado Ferrogrão para transportar soja y otras materias primas arrancadas de la selva. Lula apoya que Petrobras, la petrolera estatal brasileña, aumente su producción de combustibles fósiles con la excusa obscena de que los beneficios garantizarán la transición energética. Y, por si fuera poco, ante la sequía del otrora caudaloso río Madeira, dijo que ahora es aún más importante pavimentar la carretera BR-319, que corta la Amazonia uniendo Manaos a Porto Velho, un proyecto que varios estudios serios ya han demostrado que multiplicará la destrucción de la selva.

Me explico. En sus dos primeros mandatos, en la primera década de este siglo, Lula retomó el proyecto de la dictadura militar (1964-1985) de construir grandes centrales hidroeléctricas en la Amazonia. Las dos primeras fueron Jirau y Santo Antônio, en el río Madeira, en Rondonia, uno de los Estados más deforestados de la selva tropical. Después vino Belo Monte, en el río Xingú. Jirau y Santo Antônio casi acabaron con el río y sus gentes. Y ahora Lula justifica la reanudación de otro proyecto inacabado de la dictadura, la BR-319, con el hecho de que el río ya no aguanta el transporte. Parece no haber aprendido nada de sus monumentales errores en la Amazonia.

De momento, las alternativas a Lula son inmensamente peores que él, como ha demostrado el pasado reciente de Brasil. Pero eso no borra que Lula no está a la altura del gobernante que Brasil y el planeta necesitan al frente del país que (des)alberga el 60% de la mayor selva tropical del mundo. Si Lula no quiere que su biografía quede sepultada por las cenizas de la Amazonia, es hora de que tenga el valor de ser una mejor versión de sí mismo. Las nuevas generaciones se lo reclamarán.






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