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TRIBUNA
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El ‘procés’ estrena su cuarta temporada

El nuevo ciclo abierto con el pacto PSC-ERC y la investidura de Salvador Illa sugiere la pregunta de si se camina hacia una república catalana ‘de facto’

El ‘procés’, estreno de la cuarta temporada. Ramon Marimon
enrique flores
Ramon Marimon

El 25 de marzo pasado, Salvador Illa pronunció una conferencia en la London School of Economics en la que se confesó federalista puro y, entre bastidores, con una estrategia para poner punto final al procés. Con su pacto con ERC y su confirmación como president de la Generalitat se diría que sus palabras se confirman, pero el pacto ni es federalista ni garantiza ese final. De hecho, este “nuevo ciclo” puede ser la cuarta temporada de la larga serie del procés. Este es un breve resumen de las temporadas anteriores:

El procés, primera temporada (1980–2003): El pujolismo como fundamento. El president Jordi Pujol combina una estrategia y visión a largo plazo de fer país —es decir, hacer país catalán: la escuela en catalán, infraestructuras propias, presencia internacional como nación, etcétera— con el pragmatismo y el oportunismo de apoyar tanto a Felipe González (1993) como a José María Aznar (1996, Pacto del Majestic) a cambio de más competencias para Cataluña. Este comportamiento, adictivo, tiene el efecto colateral de generar un sistema territorial a la carta y sin corresponsabilidad, principio básico del federalismo.

El procés, segunda temporada (2003–2010): Los tripartitos para desarrollarlo. Los presidentes socialistas Pascual Maragall y José Montilla cuentan con ERC como principal socio de gobierno y, aunque verbalmente son antipujolistas, desarrollan su estrategia, tanto por lo que se hace (reforma del Estatuto de Autonomía, uso obligado del catalán en la Administración pública, etcétera), como por lo que no se hace (una ley electoral propia o dar mayor entidad al Área Metropolitana de Barcelona, reformas que podían perjudicar a los nacionalistas, no a la izquierda). La temporada empieza con la famosa frase de José Luis Rodríguez Zapatero, entonces candidato a la presidencia de España: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”. Dicho en 2003 y hecho en 2005. La nueva práctica del PSOE —sobrepasarse en sus funciones (tenía que aprobarlo primero el Consejo de Estado)— también resultará adictiva y tiene su efecto colateral: una ola de nuevos estatutos exhaustivos en detallar competencias propias y muy parcos en las corresponsabilidades; en otras palabras, poco federalistas y muy intrusivos para los ciudadanos.

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El procés, tercera temporada (2010–2024): La metamorfosis de los nacionalistas en independentistas. Se abre la temporada con imágenes de la gran manifestación de la Diada de 2012 y del Palau de la Generalitat en la oscuridad con voces que susurran “con la crisis, el Gobierno central es débil y es el momento oportuno para el choque de trenes”. El 20 de septiembre, Artur Mas va a La Moncloa para decirle a Rajoy: “Quiero un pacto fiscal, un concierto al estilo vasco para Cataluña”. Rajoy le responde: “No está en mi mano, no es constitucional”. El Gobierno del neoindependentista Mas desarrolla la estrategia de “crear estructuras de Estado”, empezando por una Agencia Tributaria de Cataluña.

En los capítulos posteriores, el “choque de trenes” va adelante. Ya no se trata de defender el Estatut, sino el referéndum por la independencia: el del 9 de noviembre de 2014, el ensayo, y el del 1 de octubre de 2017, el órdago. Este le cuesta a la Generalitat la pérdida temporal de autoridad (aplicación del artículo 155 de la Constitución); elecciones navideñas en Cataluña en las que gana Ciudadanos, pero acaban gobernando los independentistas con Quim Torra (pilotado por Carles Puigdemont desde Waterloo). La campaña internacional funciona: decadencia y cansancio en Cataluña.

¿Cómo se puede haber llegado hasta aquí? Voz en off: “El procés es largo y un incidente así podía pasar y así avanzar. ¡Ya no nos pueden ignorar!”. Titulares sobre “el encaje de Cataluña”, etcétera. Un neoindependentista dice: “A nosotros nos han fallado las estructuras del Estado (español) y, por lo tanto, necesitamos (y podemos) crear nuestras propias estructuras de Estado”. Un political scientist dice: “Cierto, no es el problema de, o con, Cataluña, sino el problema del Estado español”. Pero no hay 2017 sin 2016, el año en que la gobernabilidad de España llega a uno de sus puntos más bajos: pérdida de hegemonía del bipartidismo PP–PSOE, con la emergencia de Podemos y Ciudadanos, en las elecciones generales de diciembre de 2015 y de junio de 2016 ¡en las que Podemos es el partido más votado en Cataluña! En resumen, incapacidad de afrontar el problema, aunque ideas no faltan (por ejemplo, la Declaración de Granada federalista del PSOE, de 2013). Mientras, en 2016, con Carles Puigdemont como president, el susurro se hace clamor.

Pedro Sánchez se convierte en protagonista con su defenestración de Mariano Rajoy y sus gobiernos sin, con y sin Podemos (2018, 2020 y 2023), crecientemente apoyados por los independentistas catalanes, a su vez, crecientemente compensados, siguiendo la táctica de sobrepasarse: con los indultos y, en particular, con la amnistía. La tensión baja en Cataluña —la crisis de la covid-19 y la situación internacional (Rusia invade Ucrania, etcétera) contribuyen a ello— y también baja el apoyo al secesionismo, minoritario en las elecciones al Parlamento catalán del pasado 12 de mayo. Los independentistas inteligentes dejan de hablar de referéndum o de independencia para centrarse en fer país.

Un economista explica: “La función de una agencia tributaria es recaudar los impuestos fijados por el Gobierno y pasarle los ingresos correspondientes. Si existen varios gobiernos, es lo mismo, pero requiere que la división de los ingresos (qué fracción corresponde a quién de cada tipo de impuesto) esté bien definida de antemano y no se pueda manipular a posteriori. En una estructura de Estado federalista puro —es decir, con transparencia y corresponsabilidad—, la forma organizativa de la agencia tributaria, o de las agencias tributarias, es políticamente irrelevante (neutral) y solo depende de sus costes operativos”.

Si el pacto entre el PSC y ERC fuese federalista, el que la Agencia Tributaria de Cataluña gestionase el 0,1% o el 100% de los impuestos no tendría valor político, pero podría salir caro. Sin embargo, según ERC “necesitamos una financiación singular que avance hacia la plena soberanía fiscal” (Marta Rovira y otros); en otras palabras, con la Agencia Tributaria de Cataluña, la promesa del 100% y la salida (relevante) del régimen común, se llegaría a “tener la sartén por el mango”, lo que no está muy claro qué quiere decir, excepto que sigue la fórmula de que menos transparencia o corresponsabilidad fiscal es igual a más poder propio y, de momento, del partido que me lo da.

La tercera temporada cierra con dos vídeos, de los pasados días 8 y 12, que contrastan dos características históricas de los catalanes: la rauxa del paseo por Barcelona, arenga y nueva fuga de Puigdemont, con el seny de la formación del Gobierno de la Generalitat de Illa, que mezcla la competencia y centralidad socialista-nacionalista con el refuerzo del catalán, requerido por ERC, como ya se hace en la Cataluña interior, en la que el Estado español está prácticamente desaparecido. Voz en off: “El problema no es que España se vaya a romper, sino si España (Cataluña incluida) sea lo que puede ser; su solución es federalista porque requiere que Cataluña y el resto de España nos reconozcamos y corresponsabilicemos con los problemas y políticas que nos afectan a todos, y nos dejemos de sartenes, de marcar terreno con la lengua y de asegurar gobiernos con cambios propios del Estado. ¡Fer país no quiere decir hacer lo mejor para los catalanes!”.

El procés estrena ahora su cuarta temporada, que se podría titular: ¿Hacia la República de Catalunya (de facto)?”.


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