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Expectativas catalanas

Conviene tomar perspectiva y no evaluar los resultados de las elecciones al Parlament solo en función de los relatos y las expectativas

Carteles electorales de ERC y PSC en una calle de L'Hospitalet.
Carteles electorales de ERC y PSC en una calle de L'Hospitalet.Toni Albir (EFE)
Jordi Amat

Desde el 20 de marzo de 1980 hasta este sábado se han celebrado 13 elecciones al Parlament de Cataluña. En las 10 primeras la fuerza que obtuvo más escaños fue Convergència. No es exagerado afirmar que durante los 20 primeros años de autogobierno Convergència fue concebida, se presentó, actuó y fue percibida por la sociedad del catalanismo, la dominante entonces, como el partido de gobierno natural de la Generalitat. Su mejor resultado lo tuvo Jordi Pujol en 1984 con una sobradísima mayoría absoluta de 72 diputados. Y solo Pujol se acercó a su propia marca en las dos elecciones autonómicas siguientes (69 y 70).

En 2015, en pleno procés, Convergència se integró en la lista Junts pel Sí de la que también formaron parte Esquerra Republicana y figuras sin adscripción partidista del independentismo. Aunque no encabezaba la lista, el presidenciable era el convergente Artur Mas. Aquellas elecciones se plantearon como plebiscitarias y el dato más relevante era si los partidos independentistas obtenían un mayor número de votos. No ganaron el plebiscito por tan solo 10.000 votos (si no me he descontado), pero sí las elecciones. La diferencia con respecto al segundo partido seguía siendo muy considerable: Junts pel Sí 62 diputados, 25 Ciudadanos. Al no conseguir la mayoría absoluta, Mas no logró ser investido presidente, pero, en su lugar, lo fue otro convergente que in extremis sí aceptó la CUP: Carles Puigdemont, destituido en virtud de la aplicación del artículo 155 y cabeza de lista en las tres elecciones siguientes, incluida la de este domingo.

Desde la noche del 27 de septiembre de 2015, el dato informativamente más relevante de cada jornada electoral no era quien ganaba (en 2017, Ciudadanos) sino si la suma de las fuerzas independentistas obtenía mayoría absoluta, porque se daba por hecho que pactarían. Así fue en 2017 (70 diputados) y también en 2021 (74 diputados). Los resultados de esas últimas, celebradas en plena pandemia y aún en plena resaca penal del procés, aportaron dos novedades además de la caída en picado de la participación (del 79% al 51%). Por primera vez, más del 50% de los votantes depositaron en las urnas papeletas independentistas. Por primera vez el partido más votado del bloque nacionalista fue ERC, que ya había iniciado el giro estratégico para intentar conquistar la hegemonía del soberanismo a través un discurso y unas políticas pactistas y progresistas.

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El 24 de mayo Pere Aragonès fue investido y durante año y medio presidió un gobierno de coalición con Junts. Pero en octubre de 2022 la formación liderada por Puigdemont decidió salir del gobierno para ejercer de oposición, usando como principal argumento la claudicación republicana en el objetivo de la independencia y defendiendo cada vez posiciones más conservadoras. Durante la campaña electoral, sincronizado con el corrimiento de tierras hacia la derecha que se está produciendo en buena parte de Europa, se ha visualizado con claridad el retorno tácito de Junts al espacio natural de Convergència, que ha ido a la búsqueda de su electorado tradicional.

En 2021 fue la primera vez que el Partit dels Socialistes, liderados por Salvador Illa, logró la primera posición en unas autonómicas. Aunque podríamos convenir que tampoco fue una victoria clara. El PSC empató en número de escaños con ERC (los dos 33 diputados, Junts 32) y la diferencia en votos era de algo menos de 50.000, traducida en una victoria porcentual de dos grises puntos (algo más, es cierto, que en 1999 y 2003). Tal vez sean demasiados datos para una columna de opinión, pero los números permiten tomar perspectiva y no evaluar los resultados que conoceremos este domingo solo en función de los relatos y las expectativas.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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