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Columna
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Viaje al delirio reaccionario

La estrategia ultra se basa en la creación de poderosas narrativas mediante cadenas de asociación lingüística, sembrando palabras que condensan nuestros temores para convertirlas en obsesiones

Viaje al delirio reaccionario / Máriam Martínez-Bascuñán
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

“¿Quiere que la maldición de Dios caiga sobre la Universidad de Columbia?”. Aunque lo parezca, tamaña insensatez no proviene de las Brujas de Salem o de algún interrogatorio medieval. La formuló en la Cámara de Representantes de EE UU un congresista de Georgia, el republicano Rick W. Allen, citando un pasaje de la Biblia sobre el pacto entre Dios e Israel. Vayamos ahora al mitin de Giorgia Meloni en Valencia en junio de 2022, invitada por Vox: “¡Sí a la familia natural, no al lobby LGTB! ¡Sí a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamista!”. Y hagamos otro viaje, esta vez a la Hungría de 2017, al Congreso Mundial de Familias, coordinado por una de las principales organizaciones internacionales de ultraderecha, donde conviven Vox, La Liga y Hermanos de Italia, junto a una panoplia de grupos ortodoxos, evangélicos y católicos. La intervención estelar corre a cargo del capo di capi de la Europa reaccionaria, Viktor Orbán: “Reforzaremos la protección de las fronteras meridionales de la UE y no dejaremos entrar a nadie que despierte la más leve sospecha de querer atacar a nuestras familias y nuestros hijos”. Al congreso acudió también el representante de la Rusia de Putin, Alexéi Komov, quien forma parte de la junta directiva de CitizenGo, plataforma ultra, también con vínculos en EE UU, fundada por Ignacio Arsuaga, el creador de Hazte Oír y abierto simpatizante de Vox. En nuestra última parada, visitaremos el Senado de España, donde esta misma semana Ángel Pelayo Gordillo, portavoz de nuestros ultras patrios, contestaba así a la ministra Teresa Ribera: “Desde Vox tenemos claro que se debe promover la construcción de nuevas presas, no la destrucción, y ninguna agenda totalitaria va a convertir España en ningún desierto”.

El viaje podría continuar, pero ya intuyen el dibujo general de las sólidas conexiones de las plataformas, organizaciones y partidos ultra, y de su agenda compartida: un modelo supremacista blanco, formado por familias cristianas tradicionales, heterosexuales y “naturales”. Como los yogures. Pero su incendiaria estrategia discursiva no la conforman solo los bulos o la algorítmica propagación de odio. No confundamos fanatismo con estupidez. La creación de poderosas narrativas mediante cadenas de asociación lingüística, sembrando palabras que condensan nuestros temores para convertirlas, mediante la repetición inmisericorde, en obsesiones, es el corazón del pensamiento milenarista. Todo su discurso pretende generar pánico moral, justificar la violencia futura mediante el subterfugio del deber patriótico. Por eso hablan de inmigrantes, de cambio climático, de género, conceptos agitados en una coctelera servida al público bajo el nombre de “agenda totalitaria”. Así, en nombre de la libertad, quien se oponga al totalitarismo deberá hacerlo también con las políticas de género que rompen la “familia natural” creada por Dios desde la costilla de Adán conforme a valores nacionalistas y cristianos. Es la estrategia discursiva de Putin y no hay nada más reaccionario. Nada queda de la herencia ilustrada, abierta y racional de Europa, que es su clara enemiga. Su sintaxis construye asociaciones dirigidas a promover la paranoia, el delirio, el miedo y la ansiedad, como explica Klemperer en La lengua del Tercer Reich. No buscan ni ofrecen razonamiento alguno, pues están diseñadas para agitar espantajos y provocar ese efecto.

Así hace circular la extrema derecha los fantasmas contemporáneos que recorren Europa, y todo esto sale, guiño a Marx incluido, del nuevo ensayo de Judith Butler, ¿Quién teme al género?, escrito con el rigor de una investigación periodística. No es posible un debate público real “porque no hay texto”: el miedo y el odio “han inundado el paisaje” donde debería producirse. La pregunta sigue siendo la misma: ¿A quién hay que temer realmente? Por ejemplo, cuando Ursula von der Leyen dice que su partido está abierto a pactos con la ultraderecha, ¿qué quiere decir? Dejemos de hablar de cordones sanitarios, otro concepto zombi, y pensemos mejor en rellenarlo de contenido: ¿a qué modelo alternativo de Europa se abre exactamente Von der Leyen y por qué no saltan todas las alarmas?

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