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Columna
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“Punto y aparte” de Pedro Sánchez, ¿pero cómo?

El personal está harto del insulto, la acusación infundada, la negación del otro, la condena al lodazal

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a la Cámara baja el 12 de marzo. Foto: ÁLVARO GARCÍA | Vídeo: EPV
Xavier Vidal-Folch

Ha vuelto a sorprender. Ni renuncia al puesto, ni anuncia una moción de confianza, las dos salidas que se consideraban más probables. O sea, Pedro Sánchez en estado casi puro. Aunque más escueto, gracias, que lo habitual. Y en una nueva versión: ya no se aparece como el líder “de acero inoxidable” que retrata José Luis Rodríguez Zapatero en su libro con Màrius Carol. Sino que se presenta hombre como Aquiles, todo lo divino que sueñen sus seguidores, pero de talón vulnerable: “Es cierto que he dado este paso [el de la reflexión sobre su continuidad] por motivos personales”.

El talón: sensible al amor, una debilidad que efectivamente es rara en política, pero que no debemos relegar a valor residual. Y a la crítica despiadada que solamente persigue la destrucción del rival como persona, como vía de acceso al poder sustitutiva de las urnas: las tentativas de “destruir su dignidad sin el más mínimo fundamento”. Eso que han entendido sobre todo las mujeres, más listas y generosas que la mediana de los machos-alfa del pasado hecho presente. Distinguen bien quiénes son las víctimas y quiénes los agresores. Y a eso ha apelado el presidente: le seguirán tildando melancólicamente de populista. Y atacándolo por carente de épica y de heroicidad, como hizo su contrafigura gallega, un éxito para quien tiene fama de metálico, maquiavélico e inasequible al desaliento, la demostración de cercanía a un ciudadano normal.

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La continuidad anunciada por Pedro Sánchez como un “punto y aparte” y no a título de “punto y seguido” implica “revertir” el imperio de la toxicidad política por parte de la “mayoría social” adepta al sentido común y a los valores democráticos. Podrán echarse en falta tres concreciones. Una, la apelación explícita a los votantes conservadores de buena fe, y no solo la evocación genérica de “la sociedad española”. Dos, una remisión a una cuestión de confianza parlamentaria como modo de completar su implícita asunción, mediante el período de reflexión, de una responsabilidad política. ¿Para saldar qué? La escasa prudencia —pero no ilegalidad— en el deslinde de actividades profesionales de su esposa. Y tres, el detalle, siquiera esquemático, del programa de “regeneración” y “dignidad” pública que pretende: en la judicatura, en los medios, en la esfera política. ¿Incluyendo una mano tendida al diálogo con quienes le ofenden mañana, tarde y noche?

Claro que los efectos políticos de este impulso personalísimo, en sus distintas fases desde la publicación de su carta, son contundentes. De un lado, revigoriza el ánimo resistente del democratismo y el progresismo frente al todovale de la derecha extrema y la ultraderecha en su pugna por el poder, cuyo estruendo inunda el espacio público. De otro, evidencia que los seguidores de la estrategia de la aniquilación personal del adversario han exprimido ya todos los recursos disponibles. Y más. El personal está harto del insulto, la acusación infundada, la negación del otro, la condena al lodazal. Y un “tocado” Pedro Sánchez ha intentado sintonizar con ese estado de ánimo. Me parece.

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