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COLUMNA
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Salvar al soldado Puigdemont

No cabe una amnistía a la carta que se ajuste como un guante a los deseos de quien se va a ver beneficiado por ella

Puigdemont, en noviembre pasado en el Parlamento Europeo en Estrasburgo.
Puigdemont, en noviembre pasado en el Parlamento Europeo en Estrasburgo.RONALD WITTEK (EFE)
Fernando Vallespín

Sánchez puso en marcha la amnistía para poder gobernar. Fue la condición sine qua non para la investidura. Ahora resulta que no vale cualquier amnistía, solo aquella que garantice sin la más mínima duda la inmaculada vuelta de Puigdemont. Como ya sabemos, el rechazo de Junts al texto presentado en el Congreso responde a esa única razón. Imagino que los letrados de cabecera del personaje de Waterloo han estado haciendo cábalas sobre la falta de solidez del blindaje que la nueva ley ofrece a su cliente y han llegado a la conclusión de que no es suficiente. ¡Pues no hay amnistía! O él o ninguno. Todos los potenciales beneficiarios de la ley tendrán que esperar. O se salva Puigdemont o no se salva nadie. Lo malo es que esto no acaba aquí: o se salva Puigdemont o no hay legislatura. Todos los caminos políticos de un país llamado España conducen a Waterloo.

Lo más sorprendente de esto es que se trata de un país que a dicho personaje le importa un rábano; es más, es el que se comprometió a destruir. Y si hay tantas dificultades para conseguir su blindaje es por eso mismo. Los Estados funcionan de forma parecida a los entes biológicos, en su ADN está impreso el impulso universal hacia la supervivencia propio de todos los seres vivos. Eso sí, de forma protésica o, si lo prefieren, mecánica. El derecho y las instituciones funcionan como el sistema inmunológico, atacan para evitar cualquier agresión al orden establecido. De ahí las dificultades que ahora mismo afronta nuestro personaje y, de paso, el propio Gobierno. Se ha insistido mucho en que la culpa hay que atribuírsela al sistema judicial, en particular a un par de jueces. No. Con independencia de cuáles sean las intenciones que los guiaran, el problema es la amnistía misma, que presupone el hackeo de dicho sistema inmunológico y, por tanto, debe ajustarse al más pulcro legalismo. De ahí la gran dificultad para hacerla compatible en este caso con las intenciones de quienes la promueven. No cabe una amnistía a la carta que se ajuste como un guante a los deseos de quien se va a ver beneficiado por ella.

A la vista de lo anterior, lo más lógico sería que lo general se impusiera sobre lo particular y que Puigdemont fuera sacrificado, que al menos se corriera ese riesgo a cambio de conseguir que surta efectos para la gran mayoría de los implicados en el procés. Ya hemos visto que ese no es el caso; o sea, que él, su propia salvación, se erige en encarnación personalizada de todo el independentismo. Que tomen nota sus votantes. Con un problema añadido, y es que nos va a afectar a todos. La gran pregunta que se suscita es ver hasta dónde está dispuesto a llegar el pelotón de soldaditos parlamentarios destinados a salvar al de Waterloo. Y, sobre todo, si aun consiguiendo su objetivo primordial seguirán poniendo piedras en las ruedas del proceso legislativo. En ese caso, el Gobierno se sometería a una doble humillación. Tengo para mí que va a ser ineludible. Precisamente, porque Junts es consciente de que su obcecación los ha dejado tocados ante sus bases y deben hacerse notar redoblando sus exigencias. Entonces comenzaría otra operación no menos delicada, la de salvar al soldado Sánchez y hasta dónde estén dispuestos a llegar para conseguirlo. El Gobierno verá cómo lo va remontando y seguro que está previendo ya algunas medidas de contingencia. Pero ha de ser consciente de que aquí rige el mismo principio regulativo que en el supuesto anterior. Ningún interés particular debe estar por encima del interés general. Ningún político es el soldado Ryan.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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