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Tribuna
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La ‘Spanish’ enseñanza

Es necesario revisar el sistema de enseñanza bilingüe, en el que el español se usa en el patio y el inglés en la pizarra; se parece a la situación de dos lenguas (una familiar y otra prestigiosa) que se da en países de África con sus lenguas coloniales

Colegios Madrid
Dos adolescentes estudiando en inglés.Álvaro García
Lola Pons Rodríguez

Los nombres de las autonomías son, entre otros, Andalusia o Balearic Islands; nos regula la Spanish Constitution, en geografía no hay que pasar por alto la Castilian Meseta y son hitos históricos the Caliphate of Córdoba, the Irmandiño revolt o the Spanish Armada. Hay libros de texto de muchos estudiantes de colegios e institutos españoles que están por completo escritos en inglés; son los que se usan en las asignaturas que se etiquetan como “no lingüísticas” (por ejemplo, música, historia o biología). Se hace así por la implantación del modelo AICLE (Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras, en inglés CLIL), una metodología muy generalizada en España desde los inicios del siglo XXI y por la que se enseñan en una segunda lengua (normalmente en inglés) los contenidos de varias asignaturas de cada curso. El establecimiento de este sistema en España lleva asociada la contratación de asistentes de conversación y, claro está, el uso de libros de texto adaptados.

Sé que no hay opinión unánime en nada que tenga ver con educación y contribuyo hoy al coro de la disonancia: expreso mis dudas hacia este sistema y animo a que desde los gobiernos autonómicos, que son quienes tienen en España mayoritariamente las competencias en educación, debatan sobre su continuidad.

Pensemos en el alumno. Si el objetivo de este sistema es mejorar el inglés a través del contenido, la ecuación está mal planteada: el contenido no puede convertirse en un medio y el aprendizaje de una lengua extranjera no es la única meta. Tener competencia en una segunda lengua es deseable, de hecho parece imprescindible en el mundo actual, pero no todos los estudiantes lo consiguen y eso no debería convertir en fracaso su paso por otras materias. ¿Es justo que condenemos a quien no tiene buen nivel de inglés a que tampoco tenga buen nivel de historia?

Pensemos en el profesorado. Incluso si suponemos a todos los docentes un óptimo nivel de competencia lingüística en la lengua extranjera, ¿están preparados para impartir en ella los contenidos que aprendieron en una universidad donde se les ha dado clases en español?, ¿no es una incoherencia que les pidamos que trabajen en un modelo bilingüe pero que preparen luego a los estudiantes para una Ebau (selectividad) en español?

Pensemos en el nivel de inglés. En asignaturas de primaria se da un desequilibrio entre el nivel de la propia materia de inglés y el que contiene el libro de ciencia, historia o música. En las asignaturas impartidas en inglés se requiere traducir la terminología, por lo que la comunicación lingüística se convierte a menudo en una competencia trabajada sobre todo pasivamente, de forma anticomunicativa, lo peor para avanzar en una lengua extranjera.

Pensemos ahora en el español, que es la gran víctima de este modelo. Al inicio de la educación obligatoria, en Primaria, la mayor parte de los niños sabe hablar con pleno dominio, lo que no conocen es la variedad elaborada de la lengua española, que se aprende en todas las materias escolares, no solo en la asignatura de Lengua. Sacar al español de las explicaciones de historia política, de desarrollo natural o de estructuras sociales consolida la equivocada idea de que el inglés es la única gran lengua europea para la exposición técnica y científica. El español se usa en el patio y el inglés en la pizarra; se parece a la situación de dos lenguas (una familiar y otra prestigiosa) que se da en países de África con sus lenguas coloniales. Por el camino, se reduce el empleo del español como lengua para la reflexión crítica razonada: mala cosa en una democracia.

Pensemos, por último, en el nivel de lo estudiado. Muchos docentes se quejan de que se llega a una menor profundización de los contenidos y, de hecho, la Comunidad de Madrid anunció en diciembre pasado que reintroducía el uso del español en la asignatura de Historia a petición de los profesores. El seguimiento realizado a alumnos implicados en este sistema ofrece resultados dispares, y en la bibliografía abundan estudios donde se insiste en que el nivel de contenidos no sufre por el inglés. Aun sin dudar de tales estudios, hay algo que no me gusta de este modelo: para garantizar que lo básico se ha entendido, se tiende a volver al positivismo del siglo XIX: la clase se va en insistir sobre hechos y fechas básicos, pero no en debatir, resolver o argumentar, porque el nivel de inglés no alcanza.

Sé que lo más español en el asunto de la enseñanza es que no haya consenso político. Pero formulo aquí mis argumentos sobre este asunto sin salir del centro educativo, el lugar donde convergen los alumnos, sus profesores y los materiales que intermedian entre ellos. Tengo por delante un libro de Secundaria que trata sobre “The Disaster of ‘98″ y, creo que una parte del reciente desastre de Pisa tiene que ver con esto.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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