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El Observador Global
Columna
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Los terremotos en Gaza e Israel

El ataque de Hamás el pasado 7 de octubre hizo visible el repudio internacional al Gobierno israelí y sus fallas militares y de inteligencia

Protesta contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el sábado en Tel Aviv.
Protesta contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el 20 de enero en Tel Aviv.ABIR SULTAN (EFE)
Moisés Naím

Los terremotos son tragedias humanas y sorpresas geológicas. Producen enorme sufrimiento humano y masivas pérdidas materiales. También revelan información inédita sobre los lugares más profundos del planeta. Para los científicos, un sismo abre nuevas ventanas desde las cuales pueden escudriñar lo que sucede en el centro de la tierra.

El 7 de octubre del año pasado ocurrió un salvaje terremoto humano en Israel que, además de ocasionar inmenso dolor, reveló mucha información sobre lo que muchos piensan, pero pocos dicen. Ahora sabemos, por ejemplo, que el antisemitismo es más común e internacional de lo que parecía. Siempre ha existido, pero después de la Segunda Guerra Mundial y del vasto reconocimiento internacional de lo que significó el Holocausto, las expresiones y conductas antisemitas solían ser repudiadas o, como ahora sabemos, eran ocultadas o disfrazadas. Ya no.

Poco después de la masacre del 7 de octubre, las calles de muchas ciudades del mundo se llenaron de gente protestando contra Israel y, sorprendentemente, apoyando a Hamás.

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Así, el Gobierno de Israel, en vez de contar con el apoyo de la opinión pública mundial, también se ve enfrentado a un masivo repudio por parte de países, organizaciones y grupos que lo aborrecen. En gran medida esta repulsión ya existía, pero el terremoto la hizo claramente visible. El sismo también visibilizó las fallas militares y de inteligencia. Tanto los militares como los espías israelíes eran comúnmente mencionados por aliados y rivales como los mejores del mundo. Ya no. No anticiparon lo que ocurrió el 7 de octubre, tardaron mucho en montar una contraofensiva para rescatar y proteger a sus ciudadanos y recobrar el control del territorio invadido por Hamás o rescatar a los rehenes secuestrados por los terroristas. El bombardeo de Gaza, con sus inmensas pérdidas humanas y materiales, obviamente contribuye al deterioro de la reputación internacional de los militares y del Gobierno de Israel.

Los días posteriores a un terremoto suelen ocurrir temblores más débiles, pero también reveladores. Por ejemplo, la masacre desveló cómo funcionan algunas de las universidades más prestigiosas del mundo. En una interpelación ante el Congreso de EE UU, las rectoras de las universidades de Harvard y de Pensilvania hicieron lo posible para no responder si en sus respectivas instituciones se permitía abogar por el exterminio de un determinado pueblo. Ambas se negaron a contestar la pregunta. Y ambas dirigentes debieron renunciar ante las reacciones que produjeron sus declaraciones. Es de notar que la salida de la rectora de Harvard, Claudine Gay, también se debió a que sus enemigos políticos desentrañaron textos académicos en los que ella figura como autora y que incluyen párrafos copiados y usados sin darle crédito al autor inicial.

Pero el sismo no solo diseminó nueva información sobre el mediocre proceso que siguen las universidades estadounidenses de elite para elegir a sus líderes. Mucho más grave que el bochorno de las autoridades universitarias ha sido el catastrófico desempeño de Bibi Netanyahu.

El primer ministro israelí había construido toda una imagen política como el paladín de la seguridad de Israel: el más halcón de los halcones. El terremoto del 7 de octubre dejó al descubierto lo vacío de ese posicionamiento. En realidad, mientras Hamás se dedicaba a robarse cada dólar o euro que le llegaba de Naciones Unidas, la UE o de Qatar y desviarlos para armarse y entrenar a sus terroristas, Bibi Netanyahu estaba pendiente de otra cosa: la consolidación de su poder y el debilitamiento de los contrapesos institucionales que pudiesen socavarlo. Mientras Hamás construía una impresionante red de cientos de kilómetros de túneles bajo Gaza para albergar a sus militantes y almacenar sus pertrechos, Bibi Netanyahu le dedicaba sus energías a expandir los asentamientos en Cisjordania, de la mano de las voces más extremas y chauvinistas de su coalición.

El más halcón de los halcones se hizo la vista gorda ante las advertencias de sus servicios de seguridad. Estos le alertaron de que Hamás estaba activamente entrenando a sus efectivos en ejercicios que no eran rutinarios. La indiferencia de Netanyahu ante este llamado fue nutrida por su deseo de mantener a Gaza y Cisjordania separadas, cada una bajo una autoridad diferente. Para lograrlo, necesitaba que Gaza se mantuviese bajo el mando de Hamás. Su responsabilidad política por el ataque del 7 de octubre no está en duda.

El viejo antisemitismo solapado se encuentra, entonces, potenciado por los errores de un Gobierno israelí que ha ido perdiendo su carácter democrático. Y esta, en el fondo, es la más profunda de las verdades reveladas por el terremoto del 7 de octubre: que al ponerse bajo el mando de un Gobierno que socava las instituciones, Israel pone en riesgo no solo su democracia, sino también su seguridad.

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