Hazte ingeniera
Elegir carrera en estos tiempos se parece a tomar decisiones sobre el futuro mirando estrellas que murieron hace miles de años
La joven viguesa Ainhoa Pérez Campo se hizo popular a principios de año por una breve carta a la directora de este periódico que comenzaba así: “Tengo 26 años, soy periodista y este 2024 volveré a ser becaria. Vivo en casa de mis padres y no tengo ahorros”. El pasado sábado, fue invitada a detallar su precariedad en un programa de laSexta. Allí, Javier Díaz-Giménez, 64 años, profesor de Economía en la escuela de negocios IESE, le responde: “Has elegido una carrera que no tenías que haber elegido (...) Si fueras ingeniera informática no te faltaría empleo. Te has equivocado. ¿No vas a volver a estudiar? Hazte ingeniera”.
Dejemos aparte por el momento lo que Samantha Hudson intentó explicar sobre la meritocracia: que una solución que solo les sirve a algunas personas y no a todas no es una solución, y que el esfuerzo individual no arregla un problema colectivo estructural. Ignoremos que incluso si Ainhoa fuera la mejor ingeniera-periodista del mundo, con unas cifras de desempleo juvenil elevadas seguirían existiendo otras Ainhoas en paro. Olvidemos también los complejos motivos que llevan a las niñas a desencantarse con la ciencia en la preadolescencia.
Centrémonos en la sugerencia de hacerse informática. Me recuerda a la frase “aprende a programar” (en inglés, “learn to code”), especialmente cargada de significado cuando se dirige a una periodista, ya que se usa para reírse de ellas en internet. En enero de 2019, empresas de medios como Buzzfeed o The Huffington Post despidieron a más de mil personas, y simpatizantes de la derecha alternativa se organizaron en redes para decirles que estudiaran programación. El acoso fue atroz contra las mujeres y recordó a las técnicas del Gamergate, la primera gran guerra cultural de internet que se libró contra jóvenes relacionadas con los videojuegos.
Elegir carrera en estos tiempos se parece a tomar decisiones sobre el futuro mirando estrellas que murieron hace miles de años. En lo que se tarda en cursar un grado el mundo puede haber cambiado. Aprender a programar puede que ni siquiera sea ya buena idea: el consejero delegado de la plataforma GitHub, la más utilizada por los desarrolladores, dice que el 46% del código ya lo escribe Copilot, su asistente de inteligencia artificial. Las letras no están mejor: KPMG prevé que en Reino Unido el 43% de las tareas de autores, escritores y traductores sea automatizada.
Pienso en las trampas de la vocación que denunció Remedios Zafra en El entusiasmo, tan usadas en las industrias “bonitas” como excusa para la explotación. Para mí, que soy periodista, aprender todo lo que pude sobre tecnología fue la solución para acceder a un oficio elitista y endogámico. Hoy no sé qué haría si tuviera que elegir carrera. El autor Cal Newport da algunas pistas sensatas para resolver la encrucijada entre lo que te gusta y las exigencias del mercado en Hazlo tan bien que no puedan ignorarte. No tengas ideas preconcebidas sobre tu pasión, dice, trabaja duro en algo que se te de bien y por lo que vayas a ser pagado, porque es muy probable que en el proceso te acabe encantando. No sé si es tan fácil. Me identifico con Ainhoa Pérez, pero entiendo parte del argumento de Javier Díaz-Giménez. La decisión de qué hacer con tu vida es, como siempre, más difícil que nunca.
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