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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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El subcomandante Marcos está gordo. ¿Y qué más?

Las redes debaten sobre el aspecto del líder zapatista —y su causa— cuando se cumplen 30 años del levantamiento guerrillero en Chiapas

Marcos, el 1 de enero en los actos del 30º aniversario del levantamiento zapatista, en Chiapas.
Marcos, el 1 de enero en los actos del 30º aniversario del levantamiento zapatista, en Chiapas.Nayeli Cruz
Carmen Morán Breña

El subcomandante Marcos está gordo. Ay, cómo pasa el tiempo. Del misterioso guerrillero mexicano se ha mencionado estos días la panza cervecera que lucía en su reaparición en Chiapas para celebrar el 30º aniversario del alzamiento indígena. Si es de comer papas fritas y beber coca-cola, podrá decirse que la revolución anda mal, pero también que el hombre se ha integrado plenamente en las costumbres alimentarias de estas comunidades rurales. ¿Está canoso? ¿Tiene la cara arrugada? No sabemos; el pasamontañas sigue en forma. Algunos en las redes sociales se quejaban de ese superfluo interés por el físico del líder zapatista, reflejado en mensajes como uno de @marifusa123. Es lo que hay cuando lo que hay es un símbolo. El carisma del Che Guevara se debía también a su cara de bigotillo sonriente; el sub prefirió tapársela. Pero nadie desespere; el más famoso de los guerrilleros actuales conserva las admiraciones ideológicas y los mensajes han dado muestras de ello. Zapata vive, la lucha sigue.

El problema es que Marcos ha ido ocupando las filas traseras en las nuevas celebraciones. Su huidiza persona estuvo en un segundo plano estos días en Chiapas; apenas se le podía seguir por las señales de humo que dejaba su pipa aquí y allá, pero fue fotografiado entre mujeres de alegres vestimentas y con otras que cubrían su cara como él. Dicen que es tiempo de mujeres también en el frente zapatista y quizá pronto haya lideresa. El subcomandante Marcos no está retirado, pero él mismo se ha degradado a “capitán insurgente” y dejado paso a otros. Podría decirse que hoy es subcomandante emérito. Los guerrilleros, como los papas o los reyes, se retiran ya antes de morir.

Algún afgano despistado preguntaba en Twitter por qué Marcos optó por llamarse subcomandante. Por joven o por afgano habrá que perdonarle su falta de conocimiento de la guerrilla latinoamericana. La lucha indigenista en México está en vigor porque las causas también lo están. Chiapas atraviesa momentos de guerra contra los carteles del narcotráfico que están invadiendo un territorio que presumía de su pacifismo, y la pobreza, la indiferencia y las discriminaciones persisten. Por eso el subcomandante y su política mantienen la simpatía ideológica que otros perdieron en Cuba y qué decir de Nicaragua, donde los verdaderos sandinistas están en el exilio y los líderes del país se han convertido en dictadores sanguinarios. De las antiguas guerrillas apenas queda una nostalgia agridulce.

La reaparición del subcomandante ha tenido sus fieles en las redes y sus discursos todavía alimentan esperanzas de cambio por más que hayan pasado 23 años desde que entrara victorioso entre multitudes a la plaza principal de México, donde hoy se asoma al balcón un presidente que se fotografiaba con él de joven —como ha recogido la cuenta @RegeneracionMx— y ahora no le invita ni a café. Dirá Marcos que para buen café, el de Chiapas. Marcos puede estar gordo, pero se ha ido reciclando al son que tocan los nuevos tiempos. No es que participe de las redes sociales, que tienen más de redes que de sociales, pero el capitán publica de tanto en tanto en el boletín digital del movimiento, Enlace Zapatista, donde a veces firma como El Finado Sup, así, con p. Y se despacha molón con temas musicales y bailongos. Guerrilleros modernos, más en la política que en la épica.

Nadie puede acusar al subcomandante de frívolo, ni a su causa de moribunda, pero son otros tiempos y otras guerras las que atraviesan Chiapas y todo México. La violencia deja cada día 100 muertos de promedio en el país, se hace difícil pensar que otro mundo es posible.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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