Cordoncito sanitario
¿Las recientes muestras de sensatez de políticos como Almeida o Moreno son fruto de los buenos propósitos de Año Nuevo y del espíritu navideño o, por el contrario, tendrán continuidad a lo largo de 2024?
Nunca hemos tenido una población tan educada y unos políticos tan maleducados. En la historia de nuestro país jamás ha habido tantas personas con estudios superiores y tantos representantes con modos de escuela infantil, que aprovechan cualquier excusa para la exageración más extrema y el exabrupto más execrable contra el político del bando opuesto.
Pero hay excepciones. Líderes que, ante la duda de cerrar filas con los de su bloque o afianzar los principios democráticos, optan por lo segundo. Es el caso, la semana pasada, del alcalde de Madrid. El grupo popular en el Ayuntamiento podría, como en 2019, haber evitado la reprobación de Ortega Smith tras otro más de sus insultantes espectáculos. Pero Almeida se puso del lado de las fuerzas de izquierdas. Los críticos dirán que llega tarde y mal, pero es lo más parecido que hemos experimentado en España a un cordón sanitario a la extrema derecha: todos los partidos, progresistas y conservadores, repudiando a un político ultra por una actitud ultra.
Otro ejemplo es el presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno, que condenó rotundamente el apaleamiento al muñeco de Sánchez, a quien llamó “el presidente de todos los españoles” ―no el okupa de La Moncloa con un tic patológico y otro autocrático―. Almeida y Moreno eligieron el camino difícil: los valores democráticos a largo plazo por encima de los intereses partidistas a corto.
Existen también modelos en el frente progresista. Tanto Yolanda Díaz como Íñigo Errejón se desmarcaron de los aspavientos de otros políticos de izquierdas frente al luctuoso linchamiento de la figura de Sánchez en Nochevieja y descartaron acudir a la vía judicial. Como señaló la líder de Sumar, odiar es indeseable, pero no es un delito.
La cuestión es si estas muestras de sensatez son fruto de los buenos propósitos de Año Nuevo y del espíritu navideño, tan entrañables como etéreos, o, por el contrario, tendrán continuidad a lo largo de 2024. ¿Veremos un debate público que premie más a los desertores que abandonan durante un rato la trinchera que a los fanáticos que se pasan el día ametrallando a todo adversario que se mueva?
Estamos lejos de una política centrada, que aísle a los extremistas (que, ojo, están en ambos bandos). Pero empezamos a tejer cordoncitos sanitarios con los más radicales de nuestro lado y lazos con los moderados del otro. Es un paso.
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