La política se acostumbra a la violencia
La escalada de crispación aumenta la agresividad en los discursos y en las protestas en la calle. Politólogos señalan a Vox y su ecosistema de medios como los principales responsables
Un pleno extraordinario para reprobar a un concejal que lanzó una botella de agua a otro y una protesta ante la sede de un partido que termina apaleando con saña a un muñeco del presidente del Gobierno como si fuera una piñata. Así ha comenzado el año político y nada parece indicar que la crispación vaya a disminuir este curso, sino todo lo contrario. “El clima de campaña electoral permanente ha venido para quedarse”, afirma el politólogo Pablo Simón. “Es un año de alto voltaje”, coincide la socióloga Cristina Monge. El calendario está cargado de citas electorales (Galicia, País Vasco, Parlamento Europeo...) que asumirán tintes de plebiscito nacional.
La votación para reprobar al concejal de Vox Javier Ortega Smith, que el pasado 22 de diciembre se encaró con el edil de Más Madrid Eduardo Fernández Rubiño, parecía indicar cierto consenso. El PP, que gobierna el Ayuntamiento con mayoría absoluta, el PSOE y Más Madrid votaron juntos y el resultado fue un contundente 51 a 5. Pero el desarrollo del pleno, que se prologó durante casi 75 minutos, apunta en otra dirección: la del enfrentamiento descarnado entre dos bloques irreconciliables que, como señalan los politólogos, está alejando a la gente de la política.
El PP dedicó apenas unos minutos al motivo de la convocatoria: la actitud violenta de Ortega Smith. El alcalde, José Luis Martínez-Almeida, calificó su conducta de “inaceptable” y “bochornosa” y pidió que renunciara a su acta de concejal al no estar “capacitado” para representar a los madrileños. Pero a continuación, al igual que la vicealcaldesa, Inmaculada Sanz, dedicó su intervención a atacar a la izquierda. “No nos va a distraer de lo importante”, declaró Sanz, dirigiéndose al portavoz de Vox, “que es hacer frente a ese ataque frontal contra el Estado de Derecho que está perpetrando el Gobierno de España con sus infames socios”. Efectivamente, el PP no se distrajo. “El contexto no sirve para justificar, pero sí para entender lo que ocurre”, prosiguió la vicealcaldesa. “Todo empezó a torcerse cuando hace 20 años el PSOE firmó el infame pacto del Tinell con las fuerzas independentistas y nacionalistas [en 1996, el PP de Aznar había firmado con CiU el del Majestic]; (...) Fue con ustedes con quienes entró la violencia a la política a las instituciones (...) Da igual cuánto sobreactúen, cuánto se victimicen, siempre hay alguien de izquierdas que ha hecho cosas mucho peores de las que denuncian ahora”, añadió, refiriéndose al lanzamiento de la botella. Almeida, dirigiéndose a la misma bancada, declaró: “Les viene fenomenal la existencia de Vox y que Ortega Smith esté aquí para tapar sus pactos de la vergüenza con filoterroristas y golpistas”. El reprobado, por su parte, se negó a entregar su acta y se refirió a Rita Maestre como “la portavoz de Hamás Madrid”. Hace unos meses, el pasado septiembre, el concejal socialista Daniel Viondi dimitió de todos sus cargos tras darle tres toques en la cara a Almeida durante otro acalorado pleno. El PSOE censuró entonces inmediatamente la actitud de su edil.
“En lo que más se refleja la crispación”, afirma Monge, “es en la desafección social. La gente ve a los políticos insultándose, a sus cosas, y termina pasando”. Plenos de Ayuntamientos y de parlamentos autonómicos terminan debatiendo sobre pactos nacionales, ley de amnistía... en lugar de los problemas que afectan directamente a los ciudadanos en cada territorio. De hecho, la intervención de Ortega Smith en la que se produjo el incidente con Rubiño fue a raíz de una moción de urgencia planteada por Vox para rechazar en el Ayuntamiento de Madrid el acuerdo entre EH Bildu y el PSOE en Navarra.
“El eurobarómetro”, añade Simón, “señala que más del 40% de españoles reconocen que nunca hablan con familiares o amigos sobre temas de política nacional. La gente está desconectando. ¿Esa despolitización es neutral? Yo intuyo que penaliza más a unos que a otros, a quien más necesita la movilización, es decir, a la izquierda”.
Ni Simón ni Monge creen, como sostuvo el PP en el pleno de reprobación de Ortega Smith, que la violencia en las instituciones corresponda a la izquierda. “El 15-M”, recuerda la politóloga, “obedecía a un clima de indignación ciudadana. Había tensión en la calle, pero fueron unas movilizaciones absolutamente pacíficas. Es verdad que los escraches fueron un poco más allá, a la intimidación, pero entonces no había violencia en las instituciones. Eso lo introduce la ultraderecha, y no solo en España, pasa en toda Europa: diputados insultando, llegando incluso a la agresión física, descalificaciones, hipérboles... es su método, su forma de hacerse notar”.
“Es un síndrome global”, añade Simón, pero con algunas particularidades en el caso español. “La polarización, el despiste de la derecha tradicional, el desencanto hacia la política, la ruptura de las jerarquías informativas y la irrupción de las fake news... todo eso está en países como Argentina, Alemania o España, donde permanecen heridas sin cicatrizar de la crisis económica de 2008. La peculiaridad española es que hay dos ejes de polarización que se retroalimentan: el tradicional, de izquierda y derecha, y el territorial, que se solapa con una dinámica de bloques en la que independentismo, nacionalismo periférico e izquierda van en un paquete; y centralismo, españolismo y derecha, en otro. Esos dos motores alimentan las dinámicas de crispación para sus respectivas clientelas, aunque no de forma simétrica”.
Monge comparte que la tensión y la crispación crecen, pero señala que “el punto máximo de polarización afectiva, es decir, el rechazo al que piensa o vota de manera diferente, fue en los meses más duros del procés. Entonces la gente ponía la bandera en el balcón de su casa no porque se sintiera muy español o muy catalán, sino para tirársela a la cara al vecino de enfrente. Hoy no estamos ahí, pero podemos volver a ese lugar si el debate de la amnistía no se explica bien, si no hay una buena gestión de todo esto y si los independentistas plantean continuos desafíos”.
La ultraderecha, contenida durante años en España en la derecha tradicional, el PP, despega electoralmente de la mano del desafío independentista catalán. “Esa es otra particularidad española”, señala Simón. “La anomalía de Vox respecto a la extrema derecha en Europa es que el enemigo no es exógeno —no es el inmigrante que viene de fuera, aunque luego terminen incorporando eso a su discurso—, sino endógeno. Los enemigos están, para ellos, dentro: está la España y la antiEspaña. Esa es la idea central, la manera en la que se ha desarrollado nuestra derecha radical”.
Siempre ha habido protestas contra el Gobierno alentadas por la oposición, porque, como recuerda Simón, “el que protesta es el que no ocupa el poder”, pero “la fragmentación de la derecha, la irrupción de Vox y sus organizaciones pantalla, como Revuelta”, añade, “ha provocado que esas protestas se salgan del cauce de lo institucional, entrando en una espiral peligrosa. No creo que apalear simbólicamente un muñeco de Sánchez sea un delito de odio, pero cuando se deshumaniza al rival de esa forma, cuando el adversario es el enemigo, hay implicaciones graves: desaparece la transacción, no hay puntos de consenso posibles, y ese odio incentivado a través de una especie de angustia existencial, la idea de que tu modo de vida se acaba y España desaparece si gobierna el otro, puede provocar, también, deseos de emulación de esa violencia simbólica. Esto es lo preocupante y no creo que sea un asunto que deba resolver el Código penal, sino el debate público”.
Monge coincide en que apalear un muñeco de Sánchez supone “un salto” en la escalada de crispación y que existe un riesgo cierto de que termine habiendo agresiones a políticos en la calle. “La temperatura va subiendo y la violencia empieza a convertirse en algo no tan excepcional. Es lo preocupante: que se normalice”.
Vox, como el resto de la ulraderecha europea, juega a eso —el PSOE acaba de denunciar ante la Fiscalía el apaleamiento del muñeco de Sánchez en Ferraz y las declaraciones de Santiago Abascal asegurando que al pueblo le gustaría verle “colgado por los pies”—, pero ambos politólogos coinciden en que el PP podía haberse distanciado de una manera mucho más clara. “Quieren capitalizar el descontento con la amnistía”, afirma Simón, “pero la manera en que lo hacen los aleja de la centralidad. El otro gran riesgo de todo esto es que en esa competencia con Vox, el PP se vea arrastrado a posiciones que van a generar un impacto en sus votantes y simpatizantes. Lo hemos visto en EE UU: el votante republicano se vuelve autoritario cuando sus líderes giran a posiciones autoritarias. Aquí, la máxima representante del Estado en la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha hablado de pucherazo. Alberto Núñez Feijóo, que en teoría venía con una sensibilidad territorial y una visión distinta, ha escogido los perfiles más duros [su portavoz, Miguel Tellado, llegó a decir que Sánchez debería abandonar España “en el maletero de un coche”] y ha hablado de fraude electoral”.
El PP, añade Monge, “ha hecho absoluto seguidismo de Vox. Ante este tipo de actitudes en Ferraz tenían una oportunidad muy buena para distanciarse de la ultraderecha, mucho más fácil que en otros temas, como Cataluña. Pero las condenas son siempre con la boca pequeña, añadiendo peros”. Por su parte, dirigentes populares han acusado al PSOE de “hipocresía” por no reaccionar con la misma indignación cuando Juventudes Socialistas simularon en una obra teatral haber guillotinado a Mariano Rajoy, y Vox, que alienta las protestas en Ferraz, ha recordado que también se colgó un muñeco de Abascal en Castellón.
La noticia es la reunión
Durante días, el debate fue no ya que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición pudieran llegar a algún acuerdo sobre asuntos de Estado, sino si iban a reunirse o no. “Fue muy sintomático”, afirma Simón. “Que la noticia sea la reunión y no el contenido nos dice que vivimos un clima anómalo. Lo normal, si asumes la legitimidad de todos los actores políticos, es que verse con ellos no sea el elemento central de la discusión, pero aquí lo fue porque se han volado todos los puentes entre los dos principales partidos y porque en el fondo nadie quiere revertir eso. Desde 2019 no existen alternativas de aritmética electoral: los bloques se han fosilizado. Al final, tienes que pactar y tienes que hacerlo con tu pareja. Si el PP acuerda algo con el PSOE, Vox les acusará de blanquear al Gobierno y si el PSOE se acerca al PP, sus socios, algunos de los cuales los populares plantean ilegalizar, también le van a apretar. Los líderes están muy restringidos para salirse de esa política de bloques”. El viernes, Vox tuiteó: “Feijóo no se ha enterado o no se quiere enterar de que el golpe de Estado que está dando Pedro Sánchez le echa de la legalidad e impide cualquier acuerdo político. Sólo Vox lo tiene claro: distancia infinita con este Gobierno y sus socios golpistas, terroristas y comunistas”. Cuando el PP y el PSOE acordaron la reforma de la ley del solo sí es sí para impedir excarcelaciones de agresores sexuales, Podemos acusó a los socialistas de “traicionar al feminismo” para preguntar otra vez a las mujeres “si cerraron bien las piernas”.
El señor Feijóo no se ha enterado o no se quiere enterar de que el golpe de Estado que está dando Pedro Sánchez le echa de la legalidad e impide cualquier acuerdo político.
— VOX 🇪🇸 (@vox_es) January 5, 2024
Sólo VOX lo tiene claro: distancia infinita con este Gobierno y sus socios golpistas, terroristas y… https://t.co/wXzUWWtZyV
“El PP”, afirma Monge, “se está encerrando en un rincón sin salida. Es un partido de Estado que aspira a gobernar y que volverá a hacerlo en algún momento, por tanto, si el presidente te llama, tienes que ir. Pero el seguidismo de la agresividad del discurso de Vox contra la encarnación de todos los males, Sánchez, hizo que les costara mucho justificarlo. Se han hecho el mismo lío con su reunión con Junts. Que se vean para intentar acordar algo es hacer política, lo normal. Pero como están en esa táctica de al enemigo ni agua, no podían explicarlo”.
Tanto Monge como Simón coinciden en que para llegar hasta aquí ha sido “fundamental” el papel de determinados medios de comunicación, como los que figuraban en el cartel de la convocatoria de las “uvas en Ferraz” que retransmitieron en directo la protesta en la que se apaleó el muñeco de Sánchez con presentadores que llamaron “hijo de puta” al presidente y que han bromeado con la idea de un “magnicidio”. “Son ellos”, señala la politóloga, “los que generan el ecosistema en el que crecen este tipo de eventos, de discursos y de líderes. Sin ellos Vox no tendría el ascendente que tiene”. Esos “profesionales del odio”, añade Simón, “han construido un clima de opinión crucial para las movilizaciones”.
Aunque la responsabilidad en los niveles de crispación es asimétrica, el resto acaba contaminándose. “El PP”, recuerda Simón, “pone a Tellado y el PSOE a Óscar Puente, es decir, se escoge a perfiles duros, que vayan a la confrontación para movilizar a los suyos porque en un contexto tan crispado lo que interesa es mantener prietas las filas para evitar la volatilidad del voto”. Puente, añade Monge, “no es el cuerpo diplomático, precisamente. Cuando la ultraderecha aparece contamina todo el ecosistema político y acaba generando una espiral de agresividad de la que prácticamente nadie queda al margen. Ha ocurrido en todos los países”.
Simón recuerda que “el politólogo español más influyente”, Juan J. Linz, analizaba en La quiebra de las democracias cómo la salud del sistema “tiene mucho que ver con la gestión de los límites del disenso y lo que llama la oposición desleal”. El libro, de 1987, ha sido reeditado, prueba de la actualidad del desafío, de la gravedad del momento.
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