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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Incierto 2024 para Ucrania

La solidaridad europea no puede ceder ante la fatiga de una guerra que Putin prolonga buscando un horizonte propicio

Russia Ukraine War
Una mujer observa los daños al museo dedicado a uno de los líderes del Ejército Insurgente Ucranio, destruido por un ataque ruso con drones, en Lviv este lunes.STRINGER (REUTERS)
El País

Estados Unidos ha anunciado un paquete de ayuda militar para Ucrania de 250 millones de dólares, que será el último si el Congreso controlado por los republicanos no autoriza la aprobación de unos nuevos fondos, por 61.000 millones, que exigen acompañar con nuevas y más restrictivas medidas para la entrada de inmigrantes por la frontera con México. Tampoco la Unión Europea ha conseguido aprobar su paquete de ayuda a Ucrania, de 50.000 millones de euros, por la oposición del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, aunque dispone de algunos márgenes para proveer un fondo multilateral de 20.000 millones al margen del presupuesto de la UE. El año termina mal para la economía de guerra ucrania, puesto que a los tropiezos de la solidaridad internacional se añaden las dificultades internas que acarreará en el funcionamiento de su Administración la falta de fondos. Dos millones de empleados públicos y un millón de receptores de ayudas sociales pueden quedarse sin ingresos.

A pesar de las persistentes declaraciones de solidaridad, el cansancio de los aliados es inocultable. La sensibilidad de la opinión pública mundial está ahora más centrada en el ataque de Hamás y la matanza y destrucción de la franja de Gaza por parte de Israel que en la guerra de Putin en Ucrania. No ha habido allí avances significativos en el terreno militar en los últimos meses, pero la intensidad de los ataques ha crecido estos últimos días. El martes pasado las fuerzas de Ucrania se dirigieron a la castigada flota del mar Negro, y dejaron fuera de combate al buque de desembarco ruso Novocherkassk, y el sábado y domingo bombardearon Bélgorod y otras ciudades del suroeste de Rusia. Putin ha respondido, para inaugurar el año, con una tormenta de drones bomba por toda Ucrania.

Los reveses sufridos por Rusia desde el inicio de la guerra encuentran eficaz contrapartida en su inacabable capacidad de reclutamiento y su indiferencia ante unas bajas mortales que EE UU ha cifrado en más de 300.000 en los 23 meses de enfrentamientos. El uso masivo de levas escasamente preparadas, lanzadas a morir sobre las trincheras enemigas, es lo que explica los insignificantes avances que se han producido en el frente. También es notable la capacidad rusa para resistir a las sanciones occidentales y encontrar sistemas para eludirlas. Si a esto se suma el aumento de la producción de su industria militar y el suministro de munición por parte de Corea del Norte y de Irán, puede entenderse la parsimonia con la que Putin se enfrenta a una guerra que quiere prolongar cuanto sea posible. Solo las condiciones de un autoritarismo cada vez más implacable, del que es muestra el cruel trato carcelario proporcionado a Alexéi Navalni, permiten a Putin maquillar sus fracasos militares. La duración de la guerra y el uso sin escrúpulos de la población como carne de cañón le permiten esperar hasta que la situación le sea propicia.

Cualquier decisión sobre el futuro de la guerra, y especialmente sobre un eventual alto el fuego, concierne solo al Gobierno legítimo de Kiev. La solidaridad europea no debe ceder, ni ante los vetos de Orbán ni ante la fatiga generalizada. Conviene mantener, en todo caso, una visión realista sobre la prolongación de la guerra, a la que puede contribuir decisivamente en detrimento de Kiev el cada vez más probable regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La Unión Europea debe estar preparada para enfrentarse al golpe que significaría para la cohesión de la Alianza Atlántica la salida de EE UU, y para asumir en tal caso todas las exigencias de solidaridad con Ucrania.

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