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Ucrania potencia la producción de armamento propio en fábricas secretas

Kiev quiere impulsar su industria militar ante el riesgo de que se agote el suministro de armas de sus aliados

Guerra Rusia Ucrania
Empleados de Metinvest preparan un rodillo antiminas en una planta secreta este diciembre en el centro de Ucrania.Cristian Segura
Cristian Segura (enviado especial)

La furgoneta recoge al periodista en un aparcamiento de una ciudad del centro de Ucrania. Las ventanas del vehículo están cubiertas con telas oscuras, para que los pasajeros no identifiquen el camino que seguirán. También hay que desconectar los móviles. La furgoneta da varias vueltas hasta que llega a su destino: una fábrica de Metinvest, el mayor grupo empresarial de Ucrania. En una de las naves del lugar se están ensamblando rodillos antiminas para tanques, una herramienta fundamental para abrir camino entre las líneas de defensas rusas. Son una tecnología fundamental para el ejército ucranio, un ejemplo, de muchos, del esfuerzo que está realizando el sector privado ucranio para potenciar su industria militar y dejar de ser dependiente de la ayuda internacional.

El mayor accionista de Metinvest es Rinat Ajmétov. En Europa es, sobre todo, conocido por ser el propietario del club de fútbol Shaktar Donetsk, habitual participante en la Liga de Campeones; en Ucrania es el hombre más rico del país. Ajmétov es de Donetsk, la principal ciudad de la región de Donbás, anexionada ilegalmente por Rusia. Metinvest es un gigante siderúrgico que la guerra ha dejado tocado: ha perdido la acerería Azovstal, la mayor del país, en Mariupol, también ocupada por el invasor, y ha dejado de tener activa su fábrica de coque, la más grande de Europa de este combustible derivado del carbón básico para los hornos metalúrgicos, en el municipio de Avdiivka, actualmente sitiado por las fuerzas rusas.

Ajmétov, su conglomerado industrial y también su club de fútbol abandonaron Donetsk cuando el separatismo prorruso tomó el control de la ciudad en 2014. Él se mantuvo fiel a Ucrania, a diferencia de otros oligarcas de Donbás que sentaron las bases de sus fortunas en la década de los noventa, a partir de la privatización de los activos de la recién desaparecida Unión Soviética. Con la invasión a gran escala iniciada en febrero de 2022, la influencia de Ajmétov se ha visto cuestionada por las nuevas leyes firmadas por el presidente, Volodímir Zelenski, exigidas por la UE para reducir el poder político que tienen los oligarcas. Pero su empeño en defender a Ucrania se ha mantenido intacto y por primera vez, Metinvest se ha involucrado en la industria de defensa. Lo ha hecho en un momento en el que la presidencia considera cuestión de vida o muerte levantar la industria militar nacional.

“Si no ayudamos nosotros, no lo hará nadie”, dice Igor —no quiere facilitar su apellido—, portavoz del proyecto de Metinvest de producción de los rodillos antiminas. Fabrican una media de cinco o seis al mes, lo que les da la plantilla con la que cuentan y, sobre todo, las instalaciones que pueden ser seguras ante los recurrentes bombardeos enemigos contra infraestructuras industriales. “Muchos empleados de Metinvest están en el ejército y nos faltan fábricas”, confirma Igor. La pérdida de la planta de coque de Avdiivka es un serio contratiempo, confirma este portavoz, también el parón de múltiples minas de carbón en Donbás. Ucrania era uno de los países más ricos del mundo en este mineral, pero la guerra ha reducido este recurso natural disponible y los precios se han disparado. El resultado es que si antes de la guerra, la tonelada de carbón costaba 300 dólares, su precio ahora es de 550 dólares, según Ígor.

Metinvest
Operarios de Metinvest montan piezas de un rodillo antiminas, este diciembre en Ucrania.Cristian Segura

Los rodillos antiminas de Metinvest entraron en activo el pasado verano, en plena contraofensiva en el frente de Zaporiyia. Las defensas rusas en esta parte de la línea de combate y también en la provincia de Donetsk están protegidas por los campos más densamente minados que los analistas militares recuerdan en una guerra. Miembros del grupo de las fuerzas especiales Tor estimaban el pasado septiembre a EL PAÍS que en este frente, por cada metro cuadrado puede haber cinco minas, entre antipersona y antiblindados.

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Andrii es coronel [también prefiere no facilitar su apellido], comandante de una brigada de la Guardia Nacional combatiendo en el este del país y que utiliza los rodillos de Metinvest. Son adaptaciones de equipos soviéticos pero evolucionados para funcionar explosionando hasta ocho minas, en comparación a las cinco que pueden destruir las palas soviéticas antes de ser reemplazadas. Andrii añade que este rodillo es el primero en Ucrania que puede acoplarse a cualquier modelo de blindado.

Base secreta bajo tierra

El encuentro con Andrii se produce en una base secreta excavada bajo tierra. Por seguridad exigen a este diario que no indique en qué provincia se sitúan. Tampoco permiten al periodista ver cómo funcionan los rodillos. Cuantos más meses pasan de guerra, mayor es el secretismo y las limitaciones informativas que imponen las Fuerzas Armadas Ucranias. Si se trata de la producción nacional de armamento, la confidencialidad es incluso mayor. El comandante confirma que Metinvest también les suministra chalecos antibalas, cascos y búnkeres portátiles. Pero lo que más utilizan, desarrollado en el país, son los drones bomba y de reconocimiento.

“Desconozco cuánto durará la guerra”, comenta Andrii, “pero tenemos una frontera de 1.300 kilómetros con Rusia, siempre estaremos en riesgo y necesitamos nuestra producción de armas”. Las señales procedentes de los aliados de Ucrania en la OTAN indican que la ayuda será más difícil de asegurar. El Partido Republicano bloquea en el Congreso y en el Senado de los Estados Unidos la partida de 61.000 millones de dólares (55.056 millones de dólares) que la Casa Blanca quiere destinar para Ucrania en 2024; en la Unión Europea, un presupuesto de apoyo de 50.000 millones de euros también ha sido bloqueado por el Gobierno húngaro, próximo a Moscú. Las partidas militares de los socios occidentales de Ucrania han sido entre verano y otoño las más reducidas de la guerra, un 90% menos comparado con 2022, según confirmó en su último informe el Instituto para la Economía Mundial de Kiel.

En este contexto, el objetivo prioritario de Zelenski es potenciar la industria militar nacional y, sobre todo, atraer a las principales compañías de defensa de Occidente para que establezcan centros de producción en Ucrania. El presidente convocó el pasado septiembre a 250 representantes de empresas militares en una conferencia en Kiev para anunciar un plan con el que quiere que el país se convierta en el mayor fabricante de armas de Occidente. Cerca de 40 de estas compañías se comprometieron a estudiar inversiones en centros de producción en el país invadido por Rusia. La noticia más importante en este sentido se dio este diciembre, cuando la alemana Rheinmetall anunció que en 2024 iniciaría con un socio local la producción de blindados de infantería Fuchs y Lynx en suelo ucranio. Anteriormente, ya había mostrado su compromiso en el mismo sentido la británica BAE.

Munición para obuses de la OTAN

Ucrania está ya produciendo munición del calibre 155 milímetros, los proyectiles más básicos para los obuses de la OTAN, y ha desarrollado un nuevo mísil de largo alcance, evolución de los misiles marines Neptun, pero las unidades fabricadas son mínimas, según el Ministerio de Defensa. Un gran éxito de la industria ucrania en guerra es la producción mensual en Járkov de seis obuses Bogdana, un modelo nacional del que en 2021 solo había un prototipo.

Donde Ucrania ha demostrado ser más autosuficiente es en el desarrollo y producción de drones, aéreos y marinos. Pero también fabricantes europeos como la alemana Quantuum se han registrado para producir estos vehículos en Ucrania, aprovechando las ventajas fiscales que se les concede y, sobre todo, la experiencia del país en el uso de estas aeronaves en operaciones de combate.

El principal problema es que cualquier infraestructura industrial puede ser objetivo del fuego ruso, sobre todo, la que produce material estratégico para la defensa de Ucrania. Igor, el portavoz de Metinvest, no tiene constancia de que se estén construyendo fábricas subterráneas. Según su experiencia, la mejor protección es un buen sistema de defensa antiaérea. Pero cuanto más cerca de las posiciones rusas, menos margen de reacción tiene una batería antiaérea, sobre todo, contra misiles balísticos y de crucero. Incluso lejos del enemigo existe el peligro: EL PAÍS comprobó en 2022 cómo dos misiles de crucero rusos dieron en el blanco, una planta de reparación de blindados en Lviv, en el oeste de Ucrania, a cientos de kilómetros del frente.

El Carnegie Endowment para la Paz Internacional, un centro estadounidense de estudios políticos y de defensa, publicó el 4 de diciembre un informe pesimista sobre el potencial de la industria militar ucrania. La autora del documento es Katerina Bondar, antigua asesora de los ministerios de Defensa y de Finanzas de Ucrania. Sus conclusiones eran sombrías en todos los ámbitos, el primero, el de la seguridad: “No hay una solución mágica para reducir el riesgo. Trasladar la producción al subsuelo, por ejemplo, aumentaría mucho los costes y empeoraría las condiciones laborales. Los sistemas de defensa antiaérea escasean y no pueden garantizar una protección total”.

Para Bondar, los esfuerzos de empresas como Metinvest o de miles de pequeñas iniciativas privadas son un ejercicio que requiere mucho tiempo para aportar soluciones: “Las grandes inversiones en nuevas infraestructuras físicas son improbables mientras persista la amenaza de un ataque ruso. La corrupción, la gestión poco profesional, empresas poco eficientes y déficits tecnológicos son solo algunos de los retos que Kiev tiene que afrontar antes de que Ucrania pueda producir sistemas armamentísticos y munición a una escala necesaria para sus enormes necesidades militares”.

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Sobre la firma

Cristian Segura (enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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