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Columna
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Ucrania sufre en Gaza

Los efectos divisivos de la guerra en la Franja son una bendición para Putin. La fractura se ha trasladado al interior de las opiniones públicas, las instituciones democráticas, los gobiernos y las organizaciones internacionales

Guerra Israel Gaza
Un niño, ante los restos de un edificio destruido tras un ataque israelí en Rafah, al sur de la franja de Gaza.MOHAMMED ABED (AFP)
Lluís Bassets

La guerra es incierta por definición. Puede cambiar de rumbo súbitamente por factores que escapan a quienes las dirigen y más todavía a quienes pretenden comprender lo que sucede en los campos de batalla. Es un tópico de la doctrina militar que no hay ni un solo plan que resista la entrada en combate.

Ahora la guerra de Gaza ha proporcionado a Putin la oportunidad de ganar en Oriente Próximo lo que ya ha perdido en Ucrania. Su guerra y sus atrocidades se ven eclipsadas por las atrocidades de Hamás y del Gobierno de extrema derecha israelí en la atención de los medios de comunicación y de los gobiernos e instituciones internacionales.

La escalada del horror, estimulada por la guerra digital, se ha convertido en una subasta, en la que cada parte pretende neutralizar las perversidades propias con la exhibición de las ajenas. Entre las bárbaras imágenes de la entrada de los terroristas de Hamás en Israel y el asalto de las tropas israelíes al complejo hospitalario de Al Shifa, han arrumbado a un segundo plano las estampas bestiales de Bucha e Irpin.

La nueva guerra no tiene solo efectos propagandísticos, sino que afecta a los suministros de artillería, fundamentales en la guerra de desgaste, en perjuicio del ejército ucranio, cada vez más corto de munición. Israel ha entrado a competir con Ucrania en la demanda de proyectiles, mientras que Rusia ha conseguido en estos dos años poner a punto su industria de guerra. Hay ahora dos mercados mundiales: el occidental con enormes dificultades para atender la demanda y precios al alza y el oriental con una producción suficiente, incrementada por la oferta de Corea del Norte y de Irán.

Los efectos divisivos de la guerra de Gaza son una bendición para Putin. No tan solo afectan al suministro de armas, en el que Estados Unidos da preferencia a las demandas de Israel. La fractura se ha trasladado al interior de las opiniones públicas, las instituciones democráticas, los gobiernos y las organizaciones internacionales. A diferencia de la guerra de Ucrania, que suscitaba reacciones pacifistas o de indiferencia, especialmente en el llamado sur global, la de Gaza está provocando un aislamiento de Israel y de sus aliados más próximos y un enorme desgarro en los países occidentales, donde el cambio generacional y el peso de la población de origen árabe o musulmán dificulta la comprensión de la solidaridad prácticamente incondicional de sus gobiernos con el Gobierno de Netanyahu.

Putin está estancado en Ucrania, fiando el curso de la guerra al caos en las filas de su enemigo designado, ese Occidente colectivo que dentro de un año puede tener a Donald Trump como líder. El único éxito de Ucrania estos días es la propuesta de apertura de negociaciones de adhesión a la Unión Europea. Aunque está cargada de simbolismo, también contiene una advertencia sobre la urgencia de la paz ante la posibilidad de una guerra sin fin o incluso de una lenta derrota por cansancio.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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