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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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El doble rasero de Occidente es un búmeran

El respaldo inquebrantable al derecho de Israel a existir en paz no puede ablandar el rechazo a castigos colectivos inaceptables. La actitud ante esta crisis y las de Ucrania, Irak o Yemen nos define y tiene consecuencias

Escombros de una iglesia ortodoxa bombardeada en Gaza.
Escombros de una iglesia ortodoxa bombardeada en Gaza.MOHAMMED SABER (EFE)
Andrea Rizzi

Las democracias occidentales han acumulado en las últimas décadas muchos cargos por aplicación de doble rasero. La crisis desatada por el brutal ataque de Hamás contra Israel añade ahora una nueva entrada en una lista que es una grave deuda con millones de civiles de muchos países y, además, compromete su estatura moral y su capacidad de interacción con gran parte del mundo. En una época de competición o conflicto de potencias, de reconfiguración de equilibrios, el reproche moral de los distintos estándares tendrá un precio.

Entre quienes hoy claman con toda razón contra la bárbara invasión de Ucrania hay algunos —Estados Unidos, con el apoyo de otros países occidentales— que invadieron Irak sin derecho y con pruebas falsas causando inmenso sufrimiento. La UE ha abierto, con razón, sus puertas a los refugiados procedentes de Ucrania, mientras lleva años esforzándose por entorpecer —con alguna excepción, como la apertura de puertas de Alemania en 2015— la llegada de los sirios. Unos son blancos, cristianos, en su gran mayoría mujeres. Los otros, ya saben. Con toda razón, se denuncian los bombardeos indiscriminados de las fuerzas rusas; no se oyeron voces atronadoras protestando contra los bombardeos saudíes en Yemen. Arabia Saudí no invadió Yemen, el contexto es diferente, pero las modalidades de la intervención y su impacto sobre los civiles también daban causa a rotunda denuncia. Cada crisis tiene sus circunstancias, no es lo mismo ser agresor o agredido, pero en ningún caso desaparece la obligación de respetar ciertos principios para minimizar el daño a los civiles.

La crisis entre Hamás e Israel es especialmente compleja, con raíces profundísimas. En la fase actual, el ataque de Hamás es un hecho atroz que otorga a Israel el derecho a la defensa militar entendida como búsqueda de la eliminación del enemigo. La persecución de este legítimo objetivo en un entorno como el de Gaza es un problema dramático. El derecho internacional humanitario estipula dos principios básicos. Uno es el que exige la distinción entre población civil y combatientes y que los ataques se dirijan solo contra objetivos militares. Esto no significa que todo daño infligido a civiles sea un crimen de guerra. El otro principio clave, el de la proporcionalidad, prohíbe “lanzar un ataque cuando sea de prever que cause incidentalmente muertos y heridos entre la población civil, daños a bienes de carácter civil o ambas cosas, que sean excesivos en relación con la ventaja militar concreta y directa prevista”.

Cada ataque es un caso y en esta materia lo conveniente es escuchar a los expertos que puedan pronunciarse con conocimiento de causa e idealmente a unos jueces internacionales —¿cuál era el objetivo? ¿cuál era el daño previsible?— más que las sentencias lanzadas desde la emoción, la militancia o la ignorancia.

Pero si las sentencias jurídicas no deberían fallarse en los bares, las opiniones políticas y morales son legítimas. La respuesta de Israel tiene rasgos que las democracias occidentales deberían calificar rotundamente de inaceptables. Esto no es incompatible con un respaldo inquebrantable al derecho a existir en paz de Israel. Y, si bien es cierto que sigue existiendo un antisemitismo que hay que erradicar, emitir esa crítica no es de ninguna manera sinónimo de ser antisemita. Los bombardeos causan inmensa impresión y sufrimiento. Pero quizá el corte del suministro de agua, alimentos, medicamentos es el símbolo de un inaceptable castigo colectivo para dos millones de civiles que no son responsables de las acciones de Hamás. ¿Qué objetivo militar se logra cortando el agua? ¿Si lo hay, es proporcional el daño al beneficio? Si las sentencias las dictan jueces, los políticos y la opinión pública pueden y deben pronunciarse sobre estos hechos.

Y estos hechos, yuxtapuestos con el tipo de amenaza militar que encarna Hamás, no son compatibles con la altura de valores que las democracias deberían tener como bandera, en la paz y también en la guerra. Los aliados y los amigos de Israel deberían decirlo alto y claro. No solo por proteger a civiles palestinos, sino para mantenerse fieles a sus principios y en el propio interés del aliado Israel, que sufre una hemorragia de apoyo en el mundo, y en el seno de las sociedades occidentales, por una respuesta excesiva.

En cambio, por parte de líderes occidentales asistimos a, en la mejor de las interpretaciones, llamamientos débiles. Biden hizo una vaga exhortación a Israel a no repetir los errores de EE UU después del 11-S (mientras, Guantánamo sigue abierto con presos dentro). Es probable que en privado las exigencias sean más vibrantes. Se puede observar que quizá tengan más efecto presiones en la sombra. Pero en la vida son importantes ciertos posicionamientos públicos y, en cualquier caso, los resultados de estas posibles gestiones no parecen grandiosos. Quizás hayan retrasado algunos días la invasión de Gaza, pero no parece que hayan alterado el tono de la operación militar. Considerar como logro la perspectiva de que puedan entrar 20 camiones con ayuda humanitaria parece un chiste macabro.

Israel se fundó en 1948 después del espanto del Holocausto y sobre la base de una resolución de la ONU. Ha sido repetidamente atacado a lo largo de su breve existencia. Su derecho a existir en paz merece un apoyo incondicional. Ello no es sinónimo de apoyo incondicional a todo lo que hace, ni a este tipo de respuesta bélica, ni a la política de ocupación y al boicot constante a las aspiraciones legítimas de los palestinos. Estos últimos no justifican de ninguna manera la barbarie de Hamás, pero también deberían ser objeto de crítica clara.

Aunque hay matices, con Washington, Londres y Berlín (por claras razones históricas) entre los más escorados hacia Israel, en general Occidente no habla con contundencia en la crisis actual. Y, aunque por lo general se manifiesta nominalmente a favor de la solución de los dos Estados, no ha ejercido jamás la presión suficiente para avanzar de verdad. Hamás es una organización abominable, ha hecho un daño enorme, y haría mucho más si pudiera. Pero hoy hay que decir con claridad que el intento de neutralizarla no debe pasar por ciertos castigos colectivos y hay que exigir que se eviten, a la vez que se reafirma el compromiso inquebrantable con el derecho de Israel a existir en paz. La seguridad de Israel se verá beneficiada si no sigue alimentando el rencor con una venganza desproporcionada. El estatus de Occidente se verá beneficiado si se esfuerza por aplicar los mismos estándares en situaciones parecidas. Lo contrario genera en muchas partes del mundo desconfianza, reproche, alejamiento. Y en un mundo repleto de riesgo es muy importante contar con el respeto y el aprecio de los demás.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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