Los viejos relatos de Palestina e Israel no sirven
Si la causa palestina ha sido devorada por el fanatismo fundamentalista de Hamás y la democracia israelí está virando con Netanyahu a posiciones iliberales, ¿cómo entender los proyectos que se enfrentan en esta guerra?


En tiempos de guerra, y se está viendo estos días con el impacto de un proyectil sobre el centro sanitario Al Ahli al Arabi en Gaza, resulta difícil saber lo que realmente sucede. Más todavía cuando no hay piedad en quienes están batallando, y son tan grandes las heridas y tan profundo el odio que algunos defienden que ya todo vale para destruir al otro, al enemigo, al monstruo. Junto al de la información, existe otro plano que también cuenta y donde se da el mismo problema a propósito de conocer la verdad. Tiene que ver con el pasado y con la comprensión de lo que ocurre, con los argumentos con que se explican y se defienden posiciones, es lo que se suele llamar relato, la manera en que se construye una idea del mundo y un proyecto. El historiador Tony Judt explicó en El peso de la responsabilidad (Taurus) que en el siglo XIX “quienquiera que controlase la comprensión de la Revolución Francesa controlaba Francia”: el marco desde el que se ven las cosas es fundamental. Y cuando se tiene bien armado y engrasado el artefacto que justifica unas decisiones determinadas, y se han repartido ya los papeles y el guion está escrito, ¿para qué hacerse cargo entonces de la realidad?
“El mundo moderno es demasiado complejo para reducirlo a una fórmula, a una condena o a una solución”, decía Judt, y esta observación sirve para expresar la impotencia para comprender lo que está sucediendo (y lo que está en juego) en Oriente Próximo. Hay que abordar lo que ocurre “sin arrebatos de entusiasmo o de indignación”, apuntaba también, citando a Raymond Aron. Este fue uno de los pensadores de los que se ocupó en ese libro —los otros eran León Blum y Albert Camus— y hace unos días se cumplió el 40º aniversario de su muerte. Aron fue un tipo solitario que se pronunciaba con rotundidad al margen de cualquier interés partidista, sintonizaba con las políticas keynesianas y abominaba del liberalismo de Hayek, aborrecía el comunismo y defendía la democracia, consideró que Francia debía abandonar Argelia, discutió con frecuencia con Sartre, etcétera. No sucumbió nunca a los grandes discursos que arreglaban el mundo de un brochazo y por eso alguna vez escribió, tal vez con un punto de melancólico escepticismo: “La nuestra no es nunca una batalla entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable”.
Hay otras ideas de Aron que convendría tener en cuenta. “Quienquiera que reflexione hoy acerca de guerras y estrategia tiene que levantar una barrera entre su inteligencia y su compasión”, apuntó. Y también: “La acción política es una respuesta a las circunstancias, no una disquisición teórica o la expresión de sentimientos”. De Aron decían que sabía tratar las cosas con una “claridad helada”.
Ahora que la causa palestina ha sido devorada por el fanatismo de un movimiento islamista como Hamás y el Gobierno de Israel está en manos de un político como Netanyahu, que apoya la ocupación ilegal de territorios y destroza las reglas de juego democráticas para procurar escapar de la justicia, empiezan a no servir de nada aquellos viejos relatos que unos y otros nos contaban, están huecos. Hace falta un poco de frialdad para procurar entender esta guerra, no sirven las emociones, y menos las que está orquestando cada uno de los enemigos.
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