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Francia se arma ante el temor a una ‘israelización’ de su sociedad

El país occidental donde conviven más musulmanes y judíos ve en la escalada bélica en Oriente Próximo casi un asunto interno

Unos manifestantes corean consignas durante una concentración en París en solidaridad con el pueblo palestino, este sábado.
Unos manifestantes corean consignas durante una concentración en París en solidaridad con el pueblo palestino, este sábado.Thomas Padilla (AP)
Marc Bassets

Militares patrullando por las calles. El Louvre y Versalles evacuados por el temor a una amenaza terrorista. Un profesor apuñalado por un islamista y vigilancia reforzada en las escuelas y lugares de culto. Esto es Francia en el otoño de 2023.

En ningún otro país occidental es tan agudo el temor a verse golpeado por la onda expansiva de la escalada bélica en Oriente Próximo. El ministro francés del Interior, Gérald Darmanin, ha dicho, sin ofrecer pruebas, que “hay, por desgracia, un vínculo” entre la guerra palestina-israelí y el asesinato, el viernes, del profesor Dominique Bernard en su instituto de Arras, en el norte de Francia.

“Hay un riesgo de israelización de las sociedades europeas”, comentaba este sábado, en un café parisino, el ensayista Dominique Moïsi. Y aclaró: “Es la idea de que [estas sociedades] deberán vivir bajo la sombra del terrorismo, de que las escuelas de la República deberán ser protegidas como las escuelas judías para evitar una repetición de lo que ocurrió el viernes. Habrá una demanda muy fuerte. Detectores de metales en cada escuela, patrullas en permanencia para protegerlas. Esto crea un ambiente completamente diferente”.

Hay un motivo puramente estadístico que puede explicar la inquietud. Francia es, después de Israel y Estados Unidos, el país con más población judía: unas 770.000 personas, según el cálculo que hicieron hace unos años los investigadores Jérôme Fourquet y Sylvain Manternach. Y es uno de los países occidentales con mayor población musulmana, unos cinco millones.

Hay otros motivos. Muchos musulmanes franceses, hijos y nietos de la inmigración de las antiguas colonias norteafricanas, acumulan antiguos agravios por las humillaciones y crímenes del colonialismo. A los agravios heredados se añaden los actuales: la discriminación, la pobreza, la falta de oportunidades, la vida en los bloques de edificios degradados y con servicios públicos deficientes en banlieue. La explosión de violencia en los extrarradios urbanos, este verano, fue un recordatorio: una parte de la sociedad no se siente reconocida por la República, ni identificada con ella.

Nuevo antisemitismo

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Los judíos franceses, algunos también originarios del norte de África, han sufrido en las últimas décadas una serie de atentados que han llevado a hablar de un nuevo antisemitismo. Ya no, como el antiguo, procedente de la extrema derecha, sino del islamismo y de sectores radicalizados de la población musulmana. A veces, denuncian algunos, con la complacencia de sectores de la izquierda radical. El fenómeno —y este es otro motivo de alerta ante el miedo a que el conflicto entre israelíes y palestinos acabe afectando a la convivencia en Francia— empezó a registrarse tras la Segunda Intifada de 2000. Entonces aumentaron los actos antisemitas. Los de baja intensidad como insultos o pintadas. Y los más graves.

En 2006, Ilan Halimi, un hombre de 23 años que trabajaba en un comercio de teléfonos en París, fue secuestrado, torturado y asesinado por ser judío. En 2022, un islamista mató a tres niños y un adulto en una escuela judía de Toulouse. En enero de 2015, dos días después del atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo, cuatro personas fueron asesinadas en el supermercado kosher Hyper Cacher en Vincennes, municipio limítrofe con París. En la segunda década del siglo, miles de judíos franceses se trasladaron a Israel. No hay cifras precisas, aunque oscilan entre 30.000 y 60.000.

Prohibidas las manifestaciones propalestinas

Este es el contexto que explica que Francia vea Oriente Próximo como una cuestión interna. Le ocurre también a Alemania, marcada por la memoria del Holocausto. En ambos países, el asesinato de más de 1.000 judíos el fin de semana en Israel pasada tocó una fibra íntima. Ambos han prohibido estos días manifestaciones propalestinas.

“Los alemanes piensan en Auschwitz”, explica Moïsi, consejero del laboratorio de ideas Institut Montaigne y autor, entre otros libros, de La geopolítica de las emociones. “Los franceses piensan en el Bataclan”.

La matanza de Hamás en un festival de música en Israel recordó a los franceses el atentado de noviembre de 2015 en la sala de conciertos Bataclan en París, donde 90 personas fueron asesinadas. Al mismo tiempo, los bombardeos israelíes en Gaza, la posible invasión terrestre y el sufrimiento de los civiles gazatíes tocan otra fibra, particularmente, aunque no solo, entre los musulmanes. El miedo es que las réplicas de Oriente Próximo agraven las fracturas en un país que se reclama, sin lograr estar siempre a la altura, del ideal de una nación de ciudadanos “libres e iguales”, sin distinción de credo, etnia o religión.

Macron: proteger ante el odio

El presidente, Emmanuel Macron, en un mensaje a los franceses, dijo el jueves: “Israel tiene derecho a defenderse eliminando los grupos terroristas, entre ellos Hamás, con acciones precisas, pero preservando a las poblaciones civiles, porque es el deber de las democracias”. En el mismo discurso, declaró: “Nuestro deber, en este momento, es estar unidos como nación y como República. Es este escudo de la unidad el que nos protegerá de todos los desbordamientos, de todas las derivas, de todos los odios”.

Al día siguiente, el asesinato del profesor Bernard hizo realidad los peores temores, como una repetición de la decapitación hace tres años casi exactos de otro profesor, Samuel Paty, a manos de otro islamista. Francia ha subido al máximo el nivel de alerta ante posibles atentados y ha aumentado a más del doble, hasta 7.000, el número de soldados desplegados desde los atentados de 2015 en el marco de la llamada Operación Centinela.

Macron siente la presión de la extrema derecha, que critica la supuesta laxitud de sucesivos gobiernos ante los islamistas extranjeros y relaciona terrorismo e inmigración. “Ya no es tolerable que el poder inflija a los franceses la cohabitación con bombas humanas”, dijo Jordan Bardella, dirigente del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. Bardella pidió la dimisión del ministro Darmanin.

“El riesgo es que las imágenes de Oriente Próximo repercutan directamente en la situación de Francia”, lamenta Moïsi. “En el plano interno, lo que ha ocurrido es un regalo para los partidos populistas. En Francia, para Marine Le Pen”.

Le Pen cree poder culminar el proceso de normalización ante una mayoría de franceses que siempre la han mirado con desconfianza. Su partido, que antes se llamaba Frente Nacional, fue fundado por colaboracionistas con la Alemania nazi. Hace solo cinco años, cuando ya hacía tiempo que había renegado en público de las declaraciones antisemitas de fundadores del partido, como su propio padre, tuvo que abandonar entre abucheos una manifestación tras el asesinato de una mujer judía en París. Esta semana, los miembros del RN han desfilado sin incidentes en una marcha en favor de Israel, como un partido más del establishment. Algo ha cambiado.

Mientras tanto, la izquierda francesa se ha dividido tras la matanza de civiles israelíes. La negativa de Jean-Luc Mélenchon, líder de La Francia Insumisa (LFI), a calificar de “terrorista” a Hamás y su voluntad de equidistancia entre esta organización e Israel ha irritado a sus aliados parlamentarios socialistas, comunistas y ecologistas. Incluso miembros de su grupo se mostraron incómodos.

“Nuestra palabra no está a la altura de los acontecimientos”, dijo el diputado insumiso François Ruffin. LFI, primer partido de la izquierda, domina la coalición. ¿Sobrevivirá? La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, declaró a principios de la semana: “Es hora de poner fin a la mala alianza con Jean-Luc Mélenchon”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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