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Columna
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El octavo mandamiento del genocidio

Las nuevas campañas de propaganda están diseñadas para deshumanizarnos en masa, castigando cualquier manifestación de compasión por el grupo equivocado

Prisioneros ruandeses en la prisión de Gitarama, en 1996.
Prisioneros ruandeses en la prisión de Gitarama, en 1996.Reuters
Marta Peirano

La revista Kangura fue, junto con Radio Rwanda y Radio Mille Collines, el brazo ejecutor de la campaña de deshumanización que legitimó el genocidio de Ruanda en 1994. Como Der Stürmer había hecho durante la Alemania nazi, Kangura publicó artículo tras artículo sobre la maldad intrínseca de la etnia tutsi y caricaturas que reflejaban su corrupción interna, su desprecio por los valores más fundamentales —incluyendo escenas grotescas de infanticidio y canibalismo—, su ambición criminal de poder. Uno de sus grandes éxitos, titulado El plan maestro, aseguraba que los tutsis estaban planeando un asalto al poder y que había que tomar medidas preventivas. Otro de sus singles fue Los diez mandamientos Hutu, un documento incendiario y extremista que se convirtió en el dogma de los sectores más xenófobos de la sociedad hutu.

El documento dice explícitamente que los hutus no deben casarse ni relacionarse ni hacer negocios con los tutsis. Ni siquiera otorgarles hipotecas, licencias o permisos para que hagan sus propios negocios. “Todo hutu debe saber que todo tutsi es deshonesto en los negocios —dice antes de proponer estas medidas que contradicen su propia ley—. Su único propósito es la supremacía de su grupo étnico”. El punto número ocho dice: los hutus deberán dejar de tener compasión por los tutsis. La compasión es peligrosa porque humaniza a las personas. Decimos que son campañas diseñadas para deshumanizar a las víctimas, pero el genocidio no requiere la deshumanización de la víctima, sino la del agresor.

En la última década hemos estudiado mucho la propaganda, especialmente desde el Brexit y las elecciones de EE UU en 2016. Son tácticas que identificamos de Manila a São Paulo y de San Petersburgo a Tel Aviv, pero se manifiestan ahora a través de medios de masas baratos, instantáneos y algorítmicos como Twitter, TikTok o YouTube, y clandestinos como los grupos de Facebook, Telegram y WhatsApp. Para saber qué clase de propaganda provocó el genocidio de Ruanda, los académicos estudian la hemeroteca. Para saber qué pensaban los votantes de George W. Bush, los demócratas salían de la CNN y ponían la Fox. Ahora los caminos al genocidio son inescrutables porque no son públicos.

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No los podemos sintonizar a voluntad. Es el mensaje el que elige a sus receptores y no al revés. Nos encuentra a través de oscuros sistemas de selección algorítmica, y se manifiesta a través de los medios más individualistas y antisociales de la historia: las pantallas del móvil y el ordenador. Y, sin embargo, el punto número ocho trasciende a la selección algorítmica y los grupos del Telegram. Las nuevas campañas están diseñadas para deshumanizarnos en masa, castigando cualquier manifestación de compasión por el grupo equivocado.

Prohibida la compasión por los pobres que votan a Trump o los antivacunas que mueren de covid. Por las antiabortistas y las modelos desfiguradas por intervenciones quirúrgicas. Menos aún por el pueblo ruso que sale a luchar bajo un régimen criminal, por los judíos y los palestinos que viven amenazados por dos clases de fascistas: uno bendecido por los luminosos imperios occidentales y otro protegido por los oscuros poderes del mundo árabe. Un entrenamiento apropiado para lo que viene ahora: escasez de alimentos, inflación desmedida, miles de millones de refugiados climáticos buscando un lugar donde vivir.

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