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tribuna
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Contra la confusión, traducción

El multilingüismo es una de las señas de identidad de la UE y quienes se oponen a ello en el Parlamento español ignoran la existencia de los intérpretes que permiten convertir el ruido en mensajes con sentido

Unos auriculares de traducción en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, el pasado 19 de septiembre.
Unos auriculares de traducción en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, el pasado 19 de septiembre.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Los líderes de la Unión Europea se reúnen en Granada los días 5 y 6 de octubre para debatir, entre otros temas, su ampliación. Bajo la presidencia semestral de España, el privilegiado club del que forman parte 27 países decidirá las reformas necesarias para dar la bienvenida a los candidatos del Este. Aspiran a entrar: Ucrania, Moldavia, Albania, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Turquía. Hay además otros dos aspirantes: Georgia y Kosovo. Su ingreso significará ampliar las 24 lenguas oficiales de la UE, pues cada vez que se acepta un miembro se incorpora su lengua, a la que se traduce todo el acervo comunitario y los documentos que se generen a partir de ese momento.

El albanés, el bosnio, el macedonio, el moldavo, el montenegrino, el serbocroata, el ucranio… se sumarían así al alemán, el búlgaro, el checo, el croata, el danés, el eslovaco, el esloveno, el español, el estonio, el finés, el francés, el griego, el húngaro, el inglés, el irlandés, el italiano, el letón, el lituano, el maltés, el neerlandés, el polaco, el portugués, el rumano y el sueco. El asombroso número de lenguas es asumido con naturalidad por la UE, que ha hecho suya la certeza de que la traducción es la lengua de Europa, como afirmaba Umberto Eco. El multilingüismo es una de las orgullosas señas de identidad de esta sofisticada torre de Babel dotada de un eficaz dispositivo de intérpretes y traductores. Ellos son la clave que permite que todo funcione. Ellos, sin embargo, han sido los grandes ausentes del debate que ha suscitado en España la aprobación del uso del catalán, el euskera y el gallego en el Congreso.

Quienes se oponen al multilingüismo en nuestro Parlamento objetan que las sesiones serán un guirigay. Ignoran así la existencia de los intérpretes y los traductores, cuyo trabajo consiste precisamente en convertir el ruido en mensajes con sentido. Argumentan entonces el coste de la traducción. Los que antes eran invisibles, ahora son tachados de onerosos, un gasto inútil, dinero tirado. Pero tenemos el espejo del Parlamento Europeo para gestionar la nueva situación: los pasos ya han sido dados; los errores, enmendados y los aciertos, consolidados. Eso sin contar con que el gasto, que se calcula que ascenderá a un 0,4% del presupuesto del Congreso, es pequeño en comparación con los beneficios.

¿Qué beneficios? En primer lugar, hacer visible la realidad de un país donde se hablan distintos idiomas. Solo esa visibilidad hará evidente lo que se obvia en la práctica diaria y que genera actitudes tan cercanas al opresor “¡habla en cristiano!”. Si el Congreso se presenta como la casa de todos, es lógico que cada uno hable su lengua con el apoyo del mejor equipo posible de intérpretes. Es cierto que algo se pierde siempre en toda traducción, eso que en inglés se denomina lost in translation, pero Salman Rushdie asegura que algo puede asimismo ganarse. Dada su experiencia personal, merece la pena detenerse unos instantes a pensar su afirmación, que insiste contra todo pronóstico en los beneficios.

La traducción, que da sentido al multilingüismo, implica el respeto a la diversidad, el reconocimiento del otro y la cercanía. Cercanía, sí, porque en la aceptación de la alteridad hay siempre un deseo de aproximación, de reencuentro. Al prestar atención a otras maneras de formular los problemas, y quizá también de encarar las soluciones, se abre el camino a una mejor comunicación. Solo desde el respeto de lo diferente puede llegarse al reconocimiento de lo común. El camino inverso, reivindicar lo común como única vía, cierra a menudo cualquier oportunidad de entendimiento. La traducción establece el puente entre nuestra identidad última y nuestras singularidades, entre nuestras semejanzas y nuestras diferencias, entre el reconocimiento y la extrañeza. Es un antídoto contra el miedo, la desconfianza y la discordia que suscitan los cambios, cualquier cambio.

Siempre se habla de la maldición bíblica que condenó a los hombres a no entenderse multiplicando sus lenguas. La palabra Babel deriva del verbo hebreo baibál, que significa confundir. Pero si Dios creo el problema, también ingenió la solución por una cuestión práctica, ya que necesitaba propagar la nueva fe. Dotó a los apóstoles del don de lenguas, convirtiéndolos en los primeros intérpretes de la historia para que pudieran dialogar y negociar. ¿Acaso no es eso la política?

Y ya que todos estamos de acuerdo en reivindicar para el Congreso la mejor comunicación posible y una óptima gestión del gasto, me van a permitir que, como ciudadana, proteste por el espectáculo que dieron los diputados durante las sesiones para el debate de investidura del candidato Feijóo. En lugar de atender a quien hablaba desde el atril cuando no era de su partido, un número considerable estaba enfrascado en la pantalla de su móvil. Móviles nuevecitos, recién renovados por 1,2 millones de euros, utilizados para distraerse por quienes deberían estar trabajando. ¿Exigimos entendernos cuando no prestamos oídos a los demás? El grave problema de nuestra política no es el multilingüismo, sino la sordera.

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