Representar lo plural
Olvidando que la pluralidad es un rasgo que sólo puede darse dentro de un proyecto compartido, los que critican el uso de todas las lenguas oficiales en el Congreso muestran que las ven como algo externo y ajeno a su proyecto
O idioma é a chave coa que abrimos o mundo, cantaba Manuel María. El poeta celebraba en estos versos la lengua como la creación común de mayor alcance. Patrimonio sentimental de sus hablantes y riqueza cultural de toda la comunidad a la que pertenecen.
Hace apenas dos semanas, el Congreso modificó su Reglamento para permitir el uso de todas las lenguas oficiales. Que en menos de un mes se cuente con los medios humanos y técnicos precisos demuestra que cumplir esta reclamación histórica ni siquiera era difícil. Sólo se necesitaba voluntad, condición necesaria, que no suficiente, de casi todo en política. El cambio salda una deuda con la pluralidad de la realidad cultural y lingüística de España. Pluralidad que la Constitución reconoce, ampara y promueve, y que se manifiesta en el día a día de muchas personas que hoy se ven un poco más reconocidas en el Congreso. Una institución que nos representa a todas, requisito indispensable para construir un proyecto común en tanto que compartido.
Pero no podían faltar las críticas. Las más gruesas, proferidas por quienes siempre se oponen a toda manifestación que no encaje en su concepto monolítico de lo español. Personas que exaltan la grandeza de la patria y a la vez parecen creerla tan débil como para entrar en riesgo extremo de ruptura ante la más mínima expresión de diferencia. Junto a ellas, otro sector que, parapetado en una supuesta racionalidad, tiende a criticar el uso de otras lenguas oficiales porque apelan a lo diferente y no a lo común. Olvidando que la pluralidad es un rasgo que sólo puede darse dentro de un proyecto compartido, muestran su percepción de las lenguas como algo externo y ajeno a su proyecto.
El Congreso representa al pueblo y el Senado a los territorios, dicen. Como si el pueblo español no fuese plurilingüe o los territorios hablasen. Es que si no se expresan en castellano no se entenderán, aducen. Pero los acuerdos se negocian antes del Pleno y la Comisiones, por lo que estos sirven, sobre todo, para representar y dirigirse a los representados. ¿No tiene sentido, entonces, que esa representación pueda desplegarse en plenitud? La discusión carece de sentido, además, gracias a esos medios de traducción y transcripción simultánea que refuerzan la comprensión y cuya instalación, por cierto, ha sido más asequible que la bandera gigante de la plaza de Colón madrileña. Quien opina, con todo, que esto es antinatural, ¿considerará ofensiva también la transcripción simultánea de discursos que ya existía para favorecer la comunicación de las personas sordas?
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