El espíritu de Europa
Quizá convenga mirar el estado de nuestras democracias y preguntarnos si queremos de veras una UE con capacidad de decisión
Ahora que hablamos de la nueva ampliación europea, comprobamos que nos falta la misma idea de Europa, pues somos más un bloque geopolítico que aquella “noción espiritual” de la que hablaba Kundera. Fue el escritor checo quien describió la apropiación occidental de la palabra “Europa”, expulsando a muchas naciones que, considerándose Occidente, “despertaron un buen día y constataron que se encontraban en el Este”. Al despojarles de su condición no solo se les expulsaba de su propio destino o historia, decía Kundera: perdían “la esencia misma de su identidad”. Desde entonces, la dialéctica imitación-rechazo define su relación con Occidente y la soberbia con que miramos el mundo, nombrándolo y actuando sobre él. Y se palpa también en las palabras de Libre, hermosa novela de Lea Ypi que narra la transición de la Albania comunista al autodenominado “mundo libre”, cuando miraban esperanzados a Europa como algo “que se imitaba más de lo que se entendía”.
Europa era “un túnel muy largo con una entrada iluminada por luces brillantes y señales destellantes, y con un interior tan oscuro que era imposible percibir lo que ocultaba”. Pronto comprobaron que quienes antes les incitaban a liberarse los recibían ahora como criminales o ilegales. Fue el momento del fin de la historia, de aquel mundo unipolar dominado por un Estados Unidos que fabricaba democracias por doquier. Y tal vez asistamos ahora a algo parecido, pues conocemos ya nuestro peso relativo en el mundo, la necesidad urgente de ampliar nuestro territorio. Cosas de la geopolítica. Wolfgang Streeck, al comenzar la guerra de Ucrania, escribió que, si algo nos enseña la historia, es que “cuanto más grandes se vuelven los imperios, más cuesta mantenerlos juntos, pues las fuerzas centrífugas crecen y el centro necesita movilizar cada vez más recursos para contenerlos”, una advertencia para que la incuestionable ampliación venga precedida del debate que merece, con una mirada que, esta vez, no prescinda de los hechos.
Porque la Europa real es la de la falta de eficacia de sus estructuras, como evidencian los desafíos húngaro y polaco a la legislación y principios comunitarios, mostrando las costuras de la última ampliación y la ausencia de organismos eficaces de control y sanción. ¿Modificaremos nuestra toma de decisiones, acabando con la parálisis de la unanimidad? ¿Abordaremos la necesidad de una mayor cesión de soberanía, ahora que vuelven los extremismos, para que la UE actúe sobre quienes incumplen sus normas? Al tiempo que creemos fabricar democracias, quizá convenga mirar el estado de las nuestras y preguntarnos si, además de la libre circulación de capitales, queremos de veras una Europa de la defensa, fiscalmente unificada y centrada en los derechos de todos sus ciudadanos: una Europa con capacidad de decisión. ¿Otorgaremos agencia política al Parlamento Europeo para que sea la base de la soberanía europea y no un espacio donde nacionalistas de todo cuño nos disputamos las migajas? Convendría resolverlo antes de ninguna ampliación, pero sobre todo, como decía Kundera, hemos de saber lo que somos y lo que queremos ser, y no solo para defender nuestros derechos, sino también los de ellos.
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