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Una idea de principios

Cómo conformar un programa de legislatura capaz de atraer la confianza de la mayoría parlamentaria constituye el desafío que los electores dejaron el 23-J

Cortes Generales
La nueva presidenta del Congreso, la socialista balear Francina Armengol, el pasado jueves en Madrid.Juan Carlos hidalgo (EFE)
Mariola Urrea Corres

El arranque de la XV Legislatura con la elección de la presidenta del Congreso de los Diputados y la de los miembros de la Mesa ofrece ya mucha información en torno a los escenarios posibles para la investidura. Las rondas de consultas que inaugurará el Rey con los portavoces de los grupos parlamentarios tienen como propósito aclarar si, como parece, solo Pedro Sánchez tiene capacidad para aglutinar una mayoría suficiente para ser reelegido. Felipe VI encargará la tarea de formar Gobierno al término de dicho trabajo exploratorio. No hay plazos para un trámite institucional que no debería dilatarse mucho en el tiempo. La sesión de investidura tampoco tiene calendario determinado, pero a nadie se le oculta que será convocada en el momento más adecuado para quien aspira a gobernar.

En este contexto, leeremos análisis sobre el margen jurídico y político con el que la presidenta del Congreso y el Rey ordenarán sus actuaciones hasta conducir a un candidato a la investidura. Tampoco faltarán informes que imaginen cualquier hipótesis para que quien decide sepa siempre cómo operar. No es esta, sin embargo, la cuestión que más atención debería robarnos. El elemento mollar desde la perspectiva política está, a mi entender, en seguir de cerca la negociación conducente a vertebrar un acuerdo entre distintas fuerzas parlamentarias capaz de reunir una mayoría que permita formar gobierno y evitar un adelanto electoral. El fundamento de la sesión de investidura no es otro que el de otorgar la confianza parlamentaria a un candidato en torno a un programa de gobierno. Algo así no genera mayor misterio si el partido ganador de las elecciones reúne por sí mismo una mayoría suficiente. En esa circunstancia, el programa de gobierno coincide con el programa electoral del ganador y, en consecuencia, nada hay que negociar con nadie. No es este, sin embargo, el caso que nos ocupa. Cómo conformar un programa de legislatura capaz de atraer la confianza de la mayoría parlamentaria constituye, en suma, el desafío que los electores dejaron el 23-J a quien concurra a la investidura.

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Efectivamente, el candidato que finalmente sea propuesto por el Rey necesitará contar con el acuerdo de muchos para poder ser elegido presidente. El común de los ciudadanos sabe que sumar voluntades exige dar cabida a los intereses y a las propuestas de aquellos con quienes —quieras o no— necesitas acordar. Así de simple. Obvia decir que el espacio para el acuerdo se hace imposible cuando en un programa de gobierno todo son principios. Y ello porque los principios, si verdaderamente lo son, constituyen líneas rojas infranqueables que imposibilitan el acuerdo. Ningún partido político puede renunciar a sus principios. Un partido sí puede, sin embargo, renunciar a propuestas por muy importantes que sean. También puede reformularlas o postergar su ejecución. Incluso puede convertirlas en reivindicación aspiracional. Quienes acuden a negociar con los principios como lema no buscan el acuerdo. Más matices requiere el análisis de quienes proponen iniciativas que desbordan los marcos jurídicos o presupuestarios vigentes. En estos casos el acuerdo se dificulta en extremo y dependiendo de la habilidad de quienes negocien todo puede acabar en un fiasco. El acuerdo es, sin embargo, posible y dependerá del margen que los actores políticos se otorguen para la transacción como autopista para alcanzar un espacio de entendimiento donde el beneficio sea mutuo.

Pues bien, los ciudadanos tenemos la posibilidad de observar durante los próximos días el clima con el que cada uno prepara los fundamentos de la negociación y el margen del acuerdo que puede hacer factible la legislatura. Basta con analizar la manera en la que unos y otros hablen o callen para apreciar la firmeza que sostiene el propósito de acuerdo. Les propongo que observemos también qué reclama cada uno como condición para participar en la mayoría conducente a formar un gobierno y qué garantías de cumplimiento exige. Y, sobre todo, estemos atentos a aquellos que abandonen el ámbito de las propuestas para conducir la negociación al terreno de los principios. La excusa de los principios son la señal de alarma que puede anticipar un no acuerdo.


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Sobre la firma

Mariola Urrea Corres
Doctora en Derecho, PDD en Economía y Finanzas Sostenibles. Profesora de Derecho Internacional y de la Unión Europea en la Universidad de La Rioja, con experiencia en gestión universitaria. Ha recibido el Premio García Goyena y el Premio Landaburu por trabajos de investigación. Es analista en Hoy por hoy (Cadena SER) y columnista en EL PAÍS.

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