Poco cerebro, mucho arte
Un equipo de paleontólogos cree haber hallado enterramientos ceremoniales de hace 240.000 años, mucho antes de que nuestra especie, el Homo sapiens, se asomara a la existencia
El mundillo de la evolución humana anda revuelto estos días. Un equipo de paleontólogos cree haber hallado enterramientos ceremoniales de hace 240.000 años, mucho antes de que nuestra especie, el Homo sapiens, se asomara a la existencia. Digo ceremoniales porque, según estos autores, no se trataría simplemente de meter los cadáveres bajo tierra, sino de conducirlos por un laberinto de túneles excavado por la naturaleza en las rocas calizas de las cuevas de la Estrella Naciente (rising star) en Sudáfrica. Los cuerpos aparecen en posición fetal y a veces con una herramienta de piedra junto a la mano. Las paredes presentan líneas grabadas de una vaga apariencia simbólica.
Lo más escandaloso de todo es que los habitantes de esas cuevas tenían un cerebro del tamaño del de un chimpancé. La especie ya era conocida, se llama Homo naledi y constituye uno de los misterios más desconcertantes de la evolución humana.
Nuestro orgullo de especie nos engaña. Necesitamos creernos cualitativamente diferentes de las demás criaturas, pero todo lo que sabemos de la evolución biológica, que es mucho, nos fuerza a concluir que no lo somos. Los seis o siete millones de años que nos separan del chimpancé son un pestañeo geológico, apenas el 0,2% de la historia de la vida. Las facultades mentales propias de nuestra especie han producido la poesía y el arte, la ciencia y la literatura, la filosofía y la política, cierto, pero no hay tiempo evolutivo para hacer todo ese encaje de bolillos neuronal con estrategias muy específicas e innovadoras. La gran esperanza de entender nuestros orígenes es que se puedan explicar por algo tan grosero y poco sexy como el aumento bruto de tamaño.
Y los datos cuadraban bastante hasta ahora. Redondeando un poco, el chimpancé y el australopiteco tenían medio litro de cerebro, el Homo erectus añadió otro medio litro que le bastó para inventar las herramientas y el Homo sapiens ganó medio litro más y se hizo dueño del mundo. Una historia algo gruesa pero bastante eficaz para explicar nuestras altas capacidades sin haber tenido mucho tiempo para que evolucionen.
Pero entonces, ¿cómo encajar al Homo naledi en el esquema? Para empezar, que un hominino con un cráneo de medio litro viviera hace solo 250.000 años ya fue un impacto cuando se descubrió la especie en 2014. Los australopitecos tenían esa capacidad craneal, pero se extinguieron hace millones de años. La otra excepción conocida es el hobbit de Indonesia (Homo floresiensis), del que se han descubierto una docena de fósiles, pero solo un cráneo. Y de confirmarse ahora los hallazgos surafricanos, resultaría que medio litro de cráneo bastaría para hacer rituales mortuorios y hasta una forma ancestral de arte. A gran parte de la profesión esto no le cuadra ni en pintura. Los artículos sobre la cueva de la Estrella Naciente están todavía en proceso de revisión por pares, y científicos como María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, no creen demostrado que los enterramientos sean deliberados.
Así está el tema de momento. Si se demuestra que Homo naledi tenía poco cerebro y mucho arte, necesitaremos nuevas teorías sobre la evolución de la mente humana. Quizá no todo sea cuestión de tamaño después de todo.
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