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Columna
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El Congreso brasileño amenaza a la humanidad

¿Qué hacer cuando las decisiones de un parlamento negacionista afectan al futuro de todos?

Brasil cambio climático
Integrantes de pueblos indígenas y organizaciones vinculadas a movimientos indígenas se manifiestan en el centro de Manaos, Amazonas (Brasil).Raphael Alves (EFE)
Eliane Brum

El Parlamento brasileño es un ejemplo del aprieto en que se encuentra la humanidad: en un planeta en colapso climático, el futuro global está determinado por decisiones locales. En Brasil, el Congreso lo controlan diputados y senadores negacionistas del clima, en parte por ignorancia, en parte porque prefieren enriquecerse en el presente inmediato, en parte por ambas razones. A finales de mayo, los diputados arremetieron contra el Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático, dirigido por Marina Silva, arrancándole estructuras esenciales. También le arrebataron al recién creado Ministerio de los Pueblos Indígenas, dirigido por Sonia Guajajara, su principal función: demarcar las tierras de las poblaciones originarias. El Senado aprobó la desfiguración de los ministerios de Luiz Inácio Lula da Silva directamente vinculados a la protección de la naturaleza. El lunes, Día Mundial del Medio Ambiente, Marina Silva, que luchó casi en solitario para cambiar este resultado, calificó la deforestación de su ministerio de “retroceso”. Es mucho más que eso. El ataque compromete, quizás de forma irreversible, la protección de la Amazonia.

Este es el drama. El futuro muy próximo lo deciden hombres trajeados, la mayoría blancos, lejos de la Amazonia y otros biomas. Sin mayoría en el Congreso, Lula avaló la deforestación de los ministerios. Los diputados de la base oficialista ni siquiera fingieron que intentaban detener la destrucción. La emergencia climática está lejos de la conciencia de la mayoría. Aunque los sucesos extremos se multiplican en todo el mundo, sigue siendo un tema de gueto, incluso para una parte de la izquierda.

Un día antes del ataque a la estructura del nuevo Gobierno, los diputados brasileños ya habían aprobado otra atrocidad: el “hito temporal”, una aberración que determina que solo los pueblos originarios que estaban en sus tierras el 5 de octubre de 1988, fecha de la promulgación de la Constitución, tienen derecho a que se demarque su territorio. La cuestión que se ignora deliberadamente es que muchos indígenas habían sido expulsados de su tierra o habían huido para no ser exterminados.

Con la aprobación del proyecto de ley, que aún debe pasar por el Senado, los diputados quieren seguir adelante con la destrucción de la naturaleza. Hoy el Supremo Tribunal Federal juzga este asunto. La votación ha movilizado a los pueblos indígenas, pero debería movilizar a toda la humanidad, pues está demostrado que la Amazonia resiste donde hay tierras indígenas.

La democracia brasileña es precaria. Si fuera una dictadura, el riesgo sería aún mayor, porque los pocos contrapesos ya habrían sido eliminados. En esa dirección iba Brasil cuando Jair Bolsonaro desmoralizaba la presidencia. Por eso los Estados Unidos de Joe Biden y parte de los gobiernos de Europa celebraron la victoria de Lula, que prometió proteger la Amazonia. Pero el proyecto de la extrema derecha sigue activo en el Congreso brasileño y está decidiendo el futuro del mundo.

Los diputados y senadores negacionistas solo dejarán de negar cuando quienes financian sus campañas pierdan dinero. La presión externa debe ser mucho mayor. La Unión Europea debe impedir con más eficacia la importación de productos procedentes de la deforestación y tomar medidas contra las empresas mineras y otras corporaciones con bandera de países miembros que destruyen la selva y contaminan los ríos. La prensa repite que el Congreso ha “emparedado” a Lula. Somos nosotros los que estamos emparedados. Y la casa está ardiendo.

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