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COLUMNA
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Putin fuerza a Europa a cambiar las tuercas

La guerra en Ucrania exige tomar decisiones difíciles y que pueden chocar con dinámicas que proceden de tiempos menos duros

tanques Leopard
Dos tanques Leopard 2 A6 del Batallón de Tanques 203 del Ejército alemán.Europa Press
José Andrés Rojo

En Sobre el olvidado siglo XX, el historiador Tony Judt utilizaba de pasada unas cuantas palabras para definir lo que entonces había ocurrido en Europa. Hablaba de “invasión, ocupación, guerra civil, anarquía, masacres, genocidio y la caída en la barbarie”. El libro, una colección de ensayos escritos entre 1994 y 2006, ya era muy explícito desde el mismo título. Nos estábamos olvidando de la destrucción y del dolor, de la infamia, de los terribles crímenes y de la persecución del otro, de su aniquilamiento, de esa terrible operación de borrado del enemigo, de las miserias del miedo y de la impotencia. La Unión Europea sacaba entonces músculo y se emborrachaba de éxito. El 1 de mayo de 2004 se produjo la ampliación al Este y se incorporaron al club la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Chipre, Malta, Polonia y Hungría. En esos momentos de euforia, los europeos ya ni se acordaban de que durante el largo periodo de la Guerra Fría en el que pudieron construir sus sólidos y envidiables Estados de bienestar habían estado protegidos militarmente por el amigo americano. Claro que buena parte de los intelectuales europeos había echado pestes contra Estados Unidos, faltaría más, pero las facturas del armamento que garantizaba el equilibrio de poder entre las dos grandes potencias enfrentadas durante ese tiempo, y que garantizaba la paz en esta zona del mundo, las pagaba Washington.

Hace ya casi un año las tropas de Putin invadieron Ucrania, y Europa se encontró de pronto un tanto inerme, sin políticas claras de defensa y seguridad, y sin una idea de lo que debería hacerse si una guerra estalla cerca de sus fronteras. La reacción de la Unión, hasta ahora, ha sido la de colocarse del lado del país que reclama más democracia frente a la fuerza bruta de un viejo imperio que quiere recuperar el esplendor perdido. Es una posición que se ajusta a sus valores, pero que toca un asunto peliagudo, el de la profunda vocación de paz que estuvo en el origen de su andadura. Porque una guerra es una guerra y, cuando asoma, no siempre hay manera de seguir tocando el violín en el tejado, más allá del bien y del mal.

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La decisión de enviar a Ucrania los sofisticados carros de combate Leopard 2 para que participen en los combates contra los rusos ha vuelto a mostrar que no hay decisiones fáciles en un contexto de guerra, y que necesitan explicarse y hacer pedagogía y encontrarles sentido en el marco de los principios que orientan el proyecto europeo. Olaf Scholz buscó la manera de que a la decisión se incorporara Estados Unidos y de que se tejieran complicidades entre los países europeos. Tardó, cuando es verdad que el tiempo cuenta para vencer al enemigo, y que hay que darse prisa.

Pero también es necesario explicarse y convencer. Toni Judt recordaba a Hannah Arendt cuando dijo que “el problema del mal será la cuestión fundamental de la vida intelectual de la posguerra en Europa”, y también a Leszek Kolakowski, que escribió: “Sostengo que el mal no es contingente, no es la ausencia, o la deformación, o la subversión de la virtud (o de lo que consideremos su opuesto), sino un hecho obstinado e irredimible”. Habría que añadir, además, que el mal no es una abstracción. Es algo tan concreto como un tirano que provoca una guerra. Y, por duro que sea el aprendizaje, Europa tiene que aprender a combatirlo.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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