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Rusia y los guisantes que rebotan en la pared

La democracia en el país de los zares no pudo alimentarse de una trama institucional que la reforzara y le diera vida, lo que a su vez ha facilitado la deriva autoritaria de Putin

Tanques Leopard 2A4 polacos en un campo de entrenamiento militar en Zagan, Polonia, en septiembre de 2013.
Tanques Leopard 2A4 polacos en un campo de entrenamiento militar en Zagan, Polonia, en septiembre de 2013.Polish Defense Ministry (AP)
José Andrés Rojo

La decisión de los países occidentales de enviar carros de combate a Ucrania confirma que el final de la guerra está todavía lejos. A mediados de enero se supo que en Moscú se penalizará severamente a los cientos de miles de personas que han huido del país para evitar ser movilizados o simplemente por estar contra los planes de Vladímir Putin. Lo que se quiere es castigar a quien manifieste el menor asomo de duda a propósito de las consignas del Kremlin, como esa que sostiene que no hay que dejar “tirados a los nuestros”. Javier G. Cuesta, el corresponsal de este periódico en Moscú, hablaba de “depresión, resignación y deber” para referirse a la manera que los rusos digieren lo que está ocurriendo. La venta de antidepresivos creció un 48% entre enero y septiembre del año pasado (es una pista); en diciembre, el 71% de la población seguía apoyando a Putin, según la encuesta que realiza el Instituto Levada, un prestigioso centro sociológico que el Gobierno ha tachado de agente extranjero (esta es otra).

En un reciente libro, La historia de Rusia, Orlando Figes explora los grandes mitos que han servido para construir en distintos momentos la identidad de ese país. Lo ha escrito al hilo de la invasión de Ucrania y lo terminó a finales de abril de 2022. Está pegado al presente, pero se refiere al pasado, como si escarbar en la manera en que se ha contado lo que ha sucedido desde la Edad Media sirviera para entender lo que pasa hoy. A ratos tira de consideraciones que remiten a esencias pétreas e inamovibles, a la manera del siglo XIX, y eso obliga a mantener cierta distancia, como cuando se refiere a lo que escribía el príncipe Nikolái Trubetzkoy hacia 1921 sobre la psique oriental de los rusos, esa “inclinación por la simetría abstracta, la tendencia a la contemplación y al fatalismo, la primacía de lo colectivo sobre los intereses individuales” y que le permitía explicar “la naturaleza sagrada de la autoridad monárquica y que los rusos aceptasen someterse a ella”.

Otras referencias. En la década de 1870, el historiador Ivan Boltin abordaba con melancolía las iniciativas que tomó Pedro el Grande para europeizar Rusia: “Quisimos lograr en pocos años lo que requería siglos, y comenzamos a construir la casa de nuestra Ilustración sobre arena, sin haber sentado unos cimientos firmes”. En 1874, uno de los populistas —A. Anfimov— que se lanzaron en el llamado “verano loco” a cambiar las cosas escribió: “El socialismo rebotó sobre los campesinos como guisantes contra una pared. Escuchaban a nuestra gente igual que lo hacían con los curas: con respeto, pero sin que se produjera el menor efecto en sus pensamientos ni sus acciones”.

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Mucho más cerca, Figes cuenta que entre el 20 y el 21 de agosto de 1991 no fue tan grande la multitud que se agolpó en Moscú para defender de los tanques al Gobierno de Boris Yeltsin. “No había partidos, sindicatos ni agrupaciones civiles preparados para tomar el poder, como sí ocurrió en las revoluciones de Europa del este en 1989″, explica. Así que la democracia que llegaba entonces no pudo alimentarse de una trama institucional que la reforzara y le diera vida. Luego ya vino Putin, y la deriva autoritaria. Como si la democracia se hubiera también estrellado, como guisantes que rebotan contra la pared, en ese inmenso país arrastrado hoy a una guerra que volverá a dejarlo roto por enésima vez en su historia.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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