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columna
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Stalingrado y “el carácter inquebrantable del pueblo ruso”

Vladímir Putin sigue cultivando el mito de la Gran Guerra Patriótica para justificar la invasión de Ucrania

Batalla de Stalingrado
Los soldados rusos toman posiciones durante la batalla de Stalingrado.STF (AFP)
José Andrés Rojo

En algún momento de su monumental novela Stalingrado, Vasili Grossman se refiere al motor que impulsaba a buena parte de quienes se batían a muerte con las fuerzas nazis que invadieron la Unión Soviética en 1941: “Una idea tan sencilla como ‘quiero que las personas trabajadoras vivan libres, felices y prósperas en una sociedad justa y emancipada’ fue la razón fundamental que guio las extraordinarias vidas de muchos revolucionarios y pensadores”. Los desmanes y el terror de Stalin eran tan notorios que nadie podía llamarse a engaño, pero la voluntad de frenar al enemigo se impuso y, con el tiempo, la Unión Soviética fue una de las grandes potencias vencedoras en la que allí se conoce como la Gran Guerra Patriótica. Vladímir Putin lleva tiempo intentando aprovechar aquella gesta para alimentar su relato ultranacionalista, y el último paso podría ser el de volver a nombrar Stalingrado a Volvogrado.

Resulta extraño que a estas alturas la invasión de Ucrania siga contando con un apoyo tan amplio de la población rusa —más del 70%, según algunas encuestas recientes más o menos fiables—, así que resulta obligado rascar donde sea posible para intentar entender lo que está ocurriendo. El pasado da a veces algunas pistas. Por ejemplo, en El fin del “Homo sovieticus”, Svetlana Aleksiévich recoge una amplia conversación que tuvo con una médica, en aquel momento de 57 años, sobre aquel terrible colapso que se produjo en los noventa con la llegada del capitalismo y la quiebra de lo que alguna vez se llamó socialismo real. “Entonces solo pensábamos en que seríamos los primeros en sobrevolar el Polo Norte, que aprenderíamos a dominar las auroras boreales, cambiar el curso de ríos caudalosos, irrigar desiertos sin fin... ¡Teníamos fe! ¡Muchísima fe!”, le dijo. Y también: “Puede que aquello fuera una cárcel, pero yo me sentía más a gusto en aquella cárcel de lo que me siento ahora. Nos habíamos habituado a vivir así...”.

Los relatos sobre el pasado cambian. Xosé Manoel Núñez Seixas lo explica muy bien en Volver a Stalingrado. El triunfo sobre los nazis se contó en la inmediata posguerra como la magna obra de Stalin. En tiempos de Breznev, la causa principal de la victoria derivó de “la superioridad de la organización económica y política de la sociedad socialista y de su avanzada ideología marxista-leninista”. Gorbachov se dedicó a revisar los grandes mitos, así que en sus tiempos se impuso la idea de “el pueblo soviético había resistido al agresor no gracias a Stalin, sino a pesar de Stalin”, como apuntó el escritor Alés Adamóvich.

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Y llegó Putin. Supo ver que la victoria de 1945 es el acontecimiento de la historia de Rusia del que la gran mayoría de la ciudadanía se siente “más orgullosa”, así que hincó ahí su relato y le dio brillo y esplendor. Aunque fue una victoria de todos los pueblos soviéticos, los rusos fueron los que más se sacrificaron —más del 70% de todas las bajas mortales del país—, y por eso en sus discursos del Día de la Victoria de 2013 y 2018, se refirió a aquel triunfo como “un reflejo del ‘carácter inquebrantable del pueblo ruso”, observa Núñez Seixas. El día de la invasión, Putin insistió en reforzar el mito, y explicó que su objetivo era la desnazificación de Ucrania. Igual resulta que, atrapados en esa nostalgia por los gloriosos tiempos de Stalin, muchos se lo han terminado creyendo.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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