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Columna
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España ante la ampliación europea

Los cambios que la guerra está provocando en Europa deberían hacernos entrar de veras en la conversación geopolítica. Y el Gobierno debería saberlo

Ilustración columna Bascuñán 5.02.23
DEL HAMBRE

“El futuro de Ucrania está en la UE”. Son las palabras de Ursula von der Leyen en su histórica visita a Kiev, y transmiten esa idea de una “Europa geopolítica” que ya hemos oído otras veces y que postula otra ampliación hacia el Este. Lo dijo Olaf Scholz en Praga, refiriéndose al fortalecimiento de la “soberanía europea”, un eco de las palabras de Emmanuel Macron en la Sorbona en el otoño de 2017 y a las que Angela Merkel jamás contestó. Del miedo a la sobreextensión de la Unión hemos pasado a la ampliación como imperativo por exigencia de la seguridad. La pregunta es cómo será el futuro de Europa y, por supuesto, de España, en este nuevo escenario. Porque con la política exterior pasa como con la de andar por casa: si no te adueñas de un espacio, otros lo ocuparán por ti. Y España se juega mucho en todo esto.

La ampliación al Este cambió la naturaleza de la Unión, favoreciendo la expansión del mercado interior alemán y desviando recursos y atención hacia las regiones que la protagonizaron. Lo cuenta el diplomático Pablo García-Berdoy en la revista Política Exterior, explicando cómo dicha ampliación convirtió a la península Ibérica en el área más periférica del continente. España (justamente) dejó de recibir más de 22.000 millones de euros de los fondos de cohesión mientras se enviaban más de 123.000 a Visegrado con resultados ambivalentes, pues se mermó la eficacia transformadora del proceso de integración por la manera en que abordamos la ampliación: una mezcla de negociaciones incomprensibles, imprudente velocidad y ausencia de reflexión interna. El resultado lo vemos en Polonia o Hungría. Regresa, así, una pregunta desde el pasado: ¿qué supondrán para nosotros las promesas de una nueva ampliación?

Si Francia y Alemania deciden que nuestra seguridad exige la ampliación, España debe introducir sus intereses y visión geopolítica en la agenda europea, lo que se traduce, por ejemplo, en imponer un escenario de relaciones con el Magreb mucho más fuerte y consistente. No digamos ya con el Sahel, segunda pista de circo rusa. El desplante de Mohamed VI en la reciente cumbre entre España y Marruecos da una imagen clara de la compleja relación con dichos países: es un asunto comunitario, no exclusivamente nacional. Ahora que hablamos de “Europa, capital Kiev”, recordemos que los principales retos de la Unión (el cambio climático, la seguridad, la desigualdad) suponen un mayor desafío desde el Sur que desde el Este, una idea que debe oírse alto y claro en el nuevo proceso de ampliación, a través de la voz de España. Además de apoyar las líneas fijadas por el eje franco-alemán con la guerra, y enviar tanques, debemos hacer valer nuestra posición demandando, como expresa Berdoy, que la política de vecindad Sur tenga una “visibilidad comparable a la que se da a los Balcanes occidentales”. Ser ambiciosos respecto a las relaciones con una región estratégicamente clave para la estabilidad y el desarrollo de la Unión debe implicar serlo también en nuestra política exterior. Los cambios que la guerra está provocando en Europa deberían hacernos entrar de veras en la conversación geopolítica. Y el Gobierno debería saberlo.

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